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Columna
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Lo anónimo

Mediada la primavera, desde hace 32 años, empiezan a llegar a los ambientes fotográficos las primeras referencias del tema central que se va a tratar en el Festival de Arles, uno de los más prestigiosos del mundo. Ni cortos ni perezosos, en esta ocasión se trata de Lo anónimo. Siempre resulta complejo expresar una idea tan precisa a través de una imagen. No en vano, es una modalidad de lenguaje que sin pretenderlo se carga de elementos ambiguos capaces de abrir un amplio abanico de interpretaciones. Pero esta característica polisémica no ha amedrentado a Gilles Mora, director artístico de estos encuentros internacionales desde hace ya tres años. Al contrario, defiende que la fotografía puede esclarecer aspectos borrosos del concepto elegido.

Lo anónimo se puede entender literalmente como la perdida de identidad, la eliminación de los nombres que definen gentes, lugares y objetos. Pero deseando llegar más lejos, se quiere ver cómo refleja la fotografía un mundo globalizado donde desaparece la noción de lo inesperado, en el que las convenciones establecen una estandarización, imponen estilos transculturales, ocultan la originalidad y se alejan de lo desconocido. Tanto más cuando de manera sutil esta homogeneización se dota de imágenes que están embalando con el mismo papel (los mismos iconos) el nuevo paisaje humano y social, impulsado todo ello por la promoción insistente de una economía neoliberal y un posmodernismo que pretende cortarnos a todos por el mismo patrón.

Desde esta perspectiva, con matices de militancia anti-globalización, el próximo mes de julio podremos ver en Arles a varios autores de prestigio internacional descubriendo su forma de expresar el anonimato. Así Stéphane Couturier lo hace con su exposición Villes génériques, ciudades todas iguales donde los monumentos no son construcciones relevantes, no transportan la memoria del pasado. Son futuras ruinas que van quedando obsoletas según pasa la ideología que las ha impulsado. Las fachadas de grandes edificios de apartamentos le sirven para oponerlas a los centros históricos y reflexionar sobre la estandarización, la promiscuidad o la perdida del referente humano. Son imágenes que nos abren una frágil parcela de la memoria donde se debate el pasado con el futuro.

Luc Delahaye encuentra el anonimato en los pasajeros del metro de París. Un trabajo sistemático sobre gentes, cosas y situaciones que aparentemente no tienen sentido. Fotografías robadas, tomadas en un lugar donde está prohibido, algo similar a lo que Walker Evans hizo en los años treinta en New York, cuyo testimonio tiene un grado de obscenidad que gana el interés de la mirada. Una selección del archivo de Garry Winogrand (Nueva York 1928 - Tijuana, 1984), uno de los mejores observadores de la escena pública americana, enseña su manera particularmente directa de fotografiar. Una visión de situaciones en bruto, con mucha claridad descriptiva y a la vez compleja, donde se pueden observar los protagonistas más variados. Hombres, niños, mujeres, animales en las situaciones más insospechadas. Dentro de este bloque de autores está también Patrick Tosani. Arquitecto de formación es un auténtico poeta de los objetos, realza sus cualidades estéticas y les saca del anonimato. Juega con los formatos como una forma de experimentación visual, combina espacio con escala para realzar el valor de la imagen ante el espectador.

En total, son once grandes exposiciones las que conforman el bloque central del evento. En torno a ellas se multiplican las actividades. Aparecen otras muestras que con frecuencia son autenticas revelaciones. Es un escaparate para la promoción internacional, la puerta por donde llegan los autores noveles hasta editores, galeristas o agencias de prensa. La posibilidad para conocer este mundo de la imagen se multiplica con coloquios, seminarios especializados y los pases nocturnos de diapositivas en las ruinas del teatro romano, un magnífico escenario para disfrutar de esta gran cita de la fotografía mundial

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