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Columna
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Baja la velocidad de las ideas

Juan José Millás

El mismo día en el que un koala perplejo llegaba al Zoo de Madrid en limusina, la policía dispersó a un grupo de señoras que dormían en la calle porque sus viviendas se venían abajo. Mientras se preparaba para el koala una vivienda de 300 metros cuadrados con una temperatura estable de 22 grados y una humedad relativa del 60%, los vecinos de la calle de Rocafort intentaban salvar de la furia del delegado del Gobierno sus tiendas de campaña. No lo lograron: la noche siguiente, que era la del pasado martes, aunque llovió e hizo frío, tuvieron que dormir a la intemperie, pues los antidisturbios se habían cargado las tiendas de campaña por orden expresa del señor Ansuátegui, que no tiene maneras.

Cuando el koala se haya aclimatado, el Zoo organizará visitas escolares para que los niños vean cómo el animalito de peluche come eucalipto mientras mira a su alrededor con extrañeza. Todo esto de las visitas al Zoo es estupendo, pero los estudiantes deberían ver también el campamento de Sintel, que acaba de cumplir cien días, para que los chicos aprendan un poco de antropología. Siempre nos hemos quejado de que la ecología no tenga en cuenta al ser humano por el simple hecho de que no esté en peligro de extinción. Quizá no esté en peligro de extinción el cuerpo humano, pero sí conquistas como la moral, e ideales como la igualdad o la fraternidad, que sólo tienen sentido en ese cuerpo. No es que pretendamos equiparar la vida de un koala a la de un ser humano, pero sí al menos a la de veinte, que son los vecinos de la calle de Rocafort a los que el Delegado del Gobierno, el tal Ansuátegui, no deja dormir en la acera. No hace mucho, un dirigente del PP ponía reparos a la construcción de un aeropuerto en Campo Real porque había, dijo, una familia de avutardas. Al hombre no se le había ocurrido contar las familias de seres humanos de Coslada y alrededores.

El caso es que eran las ocho y media de la mañana cuando unos furgones de la policía llegaron a la calle de Rocafort y, siguiendo instrucciones del delegado del Gobierno (un Gobierno obsesionado con la ecología y las familias de avutardas), cortaron los tirantes de las tiendas, que se vinieron abajo como es lógico, y espantaron a sus inquilinos cuando salían de debajo de las lonas frotándose los ojos. Entre tanto, el koala, que había viajado en primera clase desde EE UU, aterrizaba en Madrid provocando una excitación zoológica increíble en los telediarios. Según fuentes de la Delegación del Gobierno, los vecinos cuyas casas de la calle de Rocafort se caen a pedazos estaban acampados de manera ilegal en la vía pública, al contrario del koala, que venía con todos sus papeles en regla y un cuidador a cada lado, por si estornudaba.

-No tengo a donde ir, me sentaré en un banco; espero que no me digan que también estoy de forma ilegal en la vía pública -dijo una de las vecinas a Susana Hidalgo, que cubría la información para este periódico.

María Tardón fue y declaró:

-A partir de ahora actuaremos con igual contundencia para prevenir estas situaciones que nunca deben plantearse.

En efecto, nunca se debería quedar uno sin vivienda, pero la concejal de Seguridad (¿de la seguridad de quién?) no se refería a eso, sino al campamento de los empleados de Sintel. Las autoridades viven aterradas bajo la posibilidad de que ese modelo de denuncia se extienda. No les preocupa tanto el problema como su manifestación. Pero la realidad es muy tozuda y, cuando la tapas por un sitio, saca los pies por otro. Las autoridades madrileñas están desbordadas por la realidad y, vista su incapacidad para arreglarla, han decidido reprimirla.

En esas estábamos cuando el director general de Tributos (hay directores generales para todo) dio un paso al frente y explicó que al carecer de un método para aplicar el impuesto sucesorio, pues no saben a ciencia cierta quiénes mueren en la región, su gente utilizaba hasta hace muy poco las páginas de esquelas mortuorias aparecidas en el Abc. No puede ser, no puede ser, nos decimos con los pelos de punta; pero sí puede ser, sí puede ser, porque la velocidad media del pensamiento ha caído por debajo de niveles a los que no estábamos acostumbrados, igual que la velocidad media del tráfico, que en el centro de la ciudad está en poco más de 13 kilómetros por hora. A ese paso no llegamos a ningún sitio. Menos mal que el koala gozó de escolta policial y llegó a su mansión del Zoológico sin ningún contratiempo. Que sea para bien.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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