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Rosa Valverde reaparece con su imaginario irónico en San Sebastián tras seis años

La artista muestra pinturas, dibujos y cajas

Maribel Marín Yarza

Valverde, hija y hermana de artistas, sintió debilidad por la pintura desde pequeña. Primero dibujó junto a su padre, el pintor Ayalde. Más tarde, entre 1964 y 1967, perfeccionó su técnica en la Academia Libre de los Jueves, dirigida por J. A. Sistiaga. En todo caso, lo que marcó su trayectoria como pintora fue su incorporación en 1975 al grupo vanguardista del momento. Junto con José Llanos, Vicente Ameztoy, Juan Luis Goenaga y Ramón Zurriarain, se empeñó en distanciar el arte de la seriedad y el 'misticismo vasco' del grupo Gaur y lo convirtió en una forma de vida. 'Empecé a pintar con pretensiones desde que les conocí', recuerda. 'El arte trascendía para nosotros las puertas del estudio'.

Esa época marcó tanto su vida que aún aparece en su obra más reciente. Entre los cuadros que cuelgan de las paredes de Galería 16 hasta el 9 de junio existe uno colorista, Joxe y Vixente en Carnavales de Tolosa..., que alude precisamente a aquellos tiempos. Entonces su obra se enmarcaba dentro del surrealismo y tenía tintes dramáticos y autobiográficos. Ahora esas constantes aparecen con un rostro más sosegado y humorístico, fruto de un mayor equilibrio personal. 'Hay una coherencia en toda mi trayectoria', afirma. 'Pero es cierto que existe un cambio en mi obra, determinado por un giro radical en mi vida'.

Valverde no aspira a transmitir un mensaje. Las cajas, las pinturas y los dibujos no son más que una forma de expresarse. Tampoco tiene preferencia por un tema concreto. 'Soy muy curiosa y todo me atrae', afirma. Por eso, lo mismo pinta el retrato de una mujer sensual que una estampa de su perro Werther perdido en Nápoles, representa en una caja un beso frustrado o hace guiños a quienes jugaron a cromos.

Sí existen dos constantes en su pintura: la ironía y el azar. 'El sentido del humor es el 80% de mi obra', señala. 'La risa es entendimiento, no sólo es una ataque de histeria o un desahogo'. Y esa sensibilidad se percibe en la temática, en la composición y también en los títulos de sus piezas. Se aprecia en el retrato en rosa sobre cartón de El idiota enamorado, en la pieza en la que un oso azota a su retoño o un gato aparece amenazante con unas tijeras y, sobre todo, en sus cajas. 'Cajas con regusto kitsch', dice Francisco Javier San Martín en el catálogo de la muestra, en las que compone escenas de contrastes con objetos variados: angelotes de escayola, princesitas, cromos infantiles o corazones de plástico sobre láminas decimonónicas o pavimentos de musgo. Conforma así una narración, situada 'entre la crítica a las convenciones burguesas y las fantasías rescatadas del más apacible de los sueños'.

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