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Hacia un nuevo consenso de 'tercera vía'

Joseph E. Stiglitz

El siglo que acaba de terminar fue duro con las ideologías simplistas, tanto de derechas como de izquierdas. El socialismo tuvo su juicio y fue declarado deficiente. El gran experimento comunista está prácticamente acabado (excepto en unos cuantos focos de resistencia, como Cuba y Corea del Norte). La ideología de la derecha, representada por el Consenso de Washington de fundamentalismo neoliberal de mercado, no tuvo mucho más éxito, a pesar de que sus fallos pasen a menudo desapercibidos.

El último medio siglo ha demostrado que, aunque el desarrollo es posible, no resulta inevitable. Los países que tuvieron más éxito -los del este de Asia- siguieron políticas claramente diferentes de las del Consenso de Washington. Antes de la crisis financiera de 1997, el este de Asia experimentó tres décadas no sólo de crecimiento sin precedentes, sino también de reducciones sin precedentes de la pobreza.

De estos éxitos surgió una nueva perspectiva: una 'tercera vía' entre el socialismo y el fundamentalismo de mercado. Irónicamente, Estados Unidos, durante mucho tiempo partidario del fundamentalismo de mercado, evolucionó siguiendo su propia 'tercera vía'. La industria estadounidense creció tras los muros arancelarios. Desde la primera línea telegráfica entre Washington y Baltimore, construida por el Gobierno Federal en 1842, hasta la moderna Internet, desde la ampliación de los servicios agrícolas en el siglo XIX hasta la investigación militar del XX y el XXI, se fomentaron nuevas industrias mediante una política industrial discreta y de orientación mercantil.

Naturalmente, no hay una única 'tercera vía' válida para todos los países y situaciones, sino multitud de ellas adaptadas a las circunstancias sociales, políticas y económicas de cada país. Aun así, estas 'terceras vías' tienen mucho en común:

- Adoptan un planteamiento compensado entre el Estado y los mercados, reconociendo que ambos son importantes y complementarios. Por separado, cada uno puede tener problemas. Los fallos del mercado son un hecho, pero también lo son los del Estado. Las ideologías neoliberales dan por sentado que los mercados son perfectos, que la información es perfecta y otras muchas cosas que ni siquiera las economías de mercado de mayor rendimiento pueden satisfacer.

- Aunque a los liberales les preocupa el gobierno excesivo, la debilidad del gobierno impide el crecimiento, porque los Estados débiles no pueden proporcionar ley y orden, ni hacer que se respeten los contratos, y no pueden garantizar un sistema bancario seguro y sólido. Al fin y al cabo, fue la falta de regulación -la liberalización de los mercados de capitales y financieros potenciada en el este de Asia por el FMI y la Hacienda estadounidense- lo que condujo a la crisis financiera de 1997. La cuestión no debería haber sido cómo liberalizar rápidamente, sino cómo establecer el marco regulador adecuado.

- Reconociendo estos límites, la política pública debería esforzarse en mejorar los mercados y el Gobierno. Una experiencia interesante de mi época en la Casa Blanca de Clinton fue la de ayudar a encabezar la iniciativa Reinventar el Gobierno del vicepresidente Gore, en la que se desarrollaron técnicas y políticas para aumentar la eficiencia, la eficacia y la capacidad de respuesta de los organismos oficiales. Hoy en día, prácticamente en todas las dimensiones -desde la respuesta a las preguntas telefónicas hasta el coste de las transacciones- la administración de la seguridad social estadounidense es mejor que la de cualquier aseguradora privada.

- La igualdad es importante, y debería ser un objetivo político explícito. Las antiguas teorías enseñaban la economía de arrastre: que la mejor forma de ayudar a los pobres es 'hacer crecer la economía'. El crecimiento requiere desigualdad, se decía, porque los ricos ahorran más y hacen una mejor labor de inversión. De hecho, es posible que los pobres no se beneficien del crecimiento -o que tengan que esperar demasiado-, a no ser que éste vaya acompañado de políticas contra la pobreza. El crecimiento a largo plazo en el este de Asia ha demostrado que las políticas igualitarias favorecen el crecimiento. Indonesia pone de manifiesto el peligro que supone hacer caso omiso de estos problemas. Las políticas inspiradas por el FMI en Indonesia desembocaron en una depresión masiva, y después en la eliminación de las subvenciones de alimentos y combustible, precisamente en el momento en que el desempleo se disparaba y los salarios reales se desplomaban. Las revueltas que siguieron eran predecibles, y se habían previsto. Compasión aparte, era una mala política económica. Recuperarse de la devastación, la evasión de capitales y la erosión de la confianza resultantes llevará años. La economía nunca se puede separar de los asuntos sociales y políticos.

Puede que estos preceptos de la 'tercera vía' carezcan de sentido común elemental. Sin embargo, el sentido común está a menudo ausente a la hora de establecer políticas. Aunque la teoría económica y la evidencia que subyacen tras estos preceptos se desarrollaron a lo largo de los últimos 25 años, siguen siendo objeto de discusión. Quizá ya no sea 'políticamente correcto' hacer caso omiso de los pobres, y pocos hoy en día defienden abiertamente la economía de arrastre. ¡Pero no se dejen engañar! Los mismos que promovieron el Consenso de Washington nos traen ahora el 'Consenso de Washington Plus', que presta atención de boquilla a la educación, especialmente de las niñas. Los mismos que defendieron el 'arrastre' afirman ahora que 'el crecimiento es necesario y casi suficiente para reducir la pobreza'.

Tras la nueva retórica se agazapan las mismas políticas neoliberales e irreflexivas de liberalización y privatización. La liberalización y la privatización realizadas de la forma adecuada, como parte de la 'tercera vía', pueden ayudar a los pobres. Si se hacen de manera mecánica, por ideología, aumentan la pobreza y la desigualdad, y obstaculizan el crecimiento.

¿Ha proporcionado la privatización crecimiento a Rusia, por ejemplo? Unos cuantos oligarcas han cosechado miles de millones, pero lo han hecho vendiendo activos, más que creando riqueza. La liberalización del mercado de capitales en Rusia condujo a una vasta fuga de capitales, no al prometido flujo de inversiones. El Estado regalaba las joyas de la nación, pero no podía pagar a los jubilados sus míseras pensiones.

Según lo establecido por los 'programas de ajuste estructural' del FMI, se suponía que la liberalización trasladaría a los trabajadores de puestos de baja productividad a otros de alta productividad. Sin embargo, en demasiados países, lo que hacía era trasladarlos a puestos de productividad cero: el desempleo. Ésta no es una receta para el crecimiento, sino para aumentar la pobreza. ¿Cómo podría haber sido de otra forma si las políticas del FMI conducían al establecimiento de tipos de interés del 10%, el 20% o superiores, con los que la creación de empleo se vería obstaculizada incluso en el mejor entorno empresarial, por no hablar del entorno en los países en vías de desarrollo? Los problemas de la privatización del ferrocarril en el Reino Unido y de la liberalización de la electricidad en California han puesto al descubierto los peligros que suponen las políticas neoliberales, incluso en las mejores circunstancias Ha llegado la hora de establecer un nuevo consenso de 'tercera vía', más allá del pensamiento único neoliberal de Washington: una visión equilibrada de los mercados y el Gobierno, una negativa a confundir los medios (como la privatización y la liberalización) con los fines, y una concepción más amplia de esos fines (no un PIB mayor, no un aumento de las rentas de unos pocos, sino el establecimiento de un crecimiento democrático, equitativo y sostenido).

Joseph Stiglitz es profesor de Economía en la Universidad de Stanford, ex presidente del Consejo de Asesores Económicos del ex presidente Clinton y vicepresidente del Banco Mundial. © Project Syndicate.

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