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Columna
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Olor a feria

La Feria de Sevilla no sólo se huele; se palpa, se come, se oye y hasta se lleva a casa en forma de albero impregnando la ropa y zapatos.

Antes de entrar en el recinto de Los Remedios, donde hay hacinadas más de mil casetas entre privadas y públicas, ya se cuelan por las narices el dulzor de las chocolaterías, el aceite, cada vez más nauseabundo cuanto más avanza el festejo, de los churros y freidoras de los distintos entoldados y el humo de las improvisadas cocinas donde a su vez trabajan eventuales cocineros y cocineras, muchos de ellos sin el correspondiente titulo de manipulador de alimentos. Total por unos días...

Estos operarios que trabajan al borde del agotamiento salen de vez en cuando al aseo, igual que cualquiera que visite la Feria, hacen, como todo el mundo, sus necesidades en un lugar atascado casi desde el primer día y donde no hay lugar ni jabón para lavarse las manos.

Luego, al igual que el visitante, vuelven a sus tareas, del mismo modo que lo hacen si se van a dar una vuelta por El Real a ver el paseo de caballos.

Las monturas y carruajes indispensables en esta fecha y lugar son, no cabe duda, hermosos y típicos. Los cuadrúpedos van enjaezados de diferentes maneras, bracean con arte y pinturería y si van montados por una bella amazona o un espigado jinete, ya es el colmo. La de olés que levantan a su paso.

Los grupos de caballistas, se detienen ante las casetas. Allí, sin apearse, son servidos de generosos, adulterados por la Feria, vinos, aprovechando para contar chistes, ligar y presumir.

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Los caballos descansan y se relajan y, con cierta frecuencia, sueltan unos boñigones de aquí te espero que nadie recoge, que se secan o son pisoteados por las mismas bestias y los humanos que a su vez entran en la caseta en calidad de clientes u operarios.

Las deposiciones están plagadas de gérmenes y éstos serán distribuidos gratuitamente entre las ensaladillas, tortillas de patatas y otros platos tan corrientes y caros en nuestra fiesta.

Como también lo será el precioso albero si hay viento que lleva en su seno esas infantiles heces que depositan los infantes impúdicamente en la calle, o los pises de los jóvenes y no tanto que se meten entre las lonas a aliviar el cuerpo porque los sanitarios están lejos y son escasos para los 10 millones de visitas previstas.

No hay que dejar de la mano otra contaminación: la acústica que desde el infierno de una calle llamada por el mismo nombre, asalta los encallecidos tímpanos de estos seres, Guiness de los Records en adaptación al medio que es el Homo Feriantis.

No cabe duda de que la especie feriante nunca desaparecerá; es resistente a las feroces agresiones del medio, incluso al CECOP, perdurará, y aún se multiplicará por los siglos de los siglos.

Cuando acabe todo se vaticina que las muchas toneladas de basuras en forma de bolsas de plástico, colillas, botellas rotas y desperdicios en general estén retirados antes de dos meses por el personal de Lipassam. Así se podrá hacer sitio a los botellones. Pero estos son marranos honrados; por lo menos se les ve y no se disfrazan.

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