Sin un escenario definido
El autor niega al Gobierno rigor y seriedad, dado que ha pretendido ignorar el cambio de la situación económica, y una desaceleración se está afianzando
Hace ya meses que manifesté en estas mismas páginas mi oposición a la política económica que, durante la anterior legislatura, llevó a cabo el PP; me apoyé en la creencia de que el proyecto existente tras ella no era otro que el que buscaba producir una modificación cualitativa en la estructura del poder económico y financiero para entregárselo a una casta empresarial vinculada al partido político que, entonces y ahora, gobierna España.
Mis críticas no terminan ahí, ya que pueden extenderse a otros ámbitos de la actuación económica gubernamental. España, como el resto del mundo desarrollado, ha disfrutado de un periodo dilatado de crecimiento material compatible con la estabilidad de los precios. Debido a él, el PIB aumentó por encima de su tendencia a largo plazo, a la vez que la tasa de inflación arrojó un diferencial favorable respecto al resto de los socios de la UE.
El crecimiento se va reduciendo, a la vez que algunos desequilibrios no sólo permanecen, sino que aumentan
Semejante evolución se vio truncada por el hecho de que no se aprovechó suficientemente esa situación para mejorar el tejido productivo. La intensa pulsación que ha venido experimentando la demanda interna encontró como respuesta una rígida oferta. La conjunción de ambos procesos ha originado persistentes aumentos de precios, junto con elevaciones -en algunos momentos espectaculares- de las importaciones.
La dinámica ha venido caminando hacia un panorama en el que el crecimiento se va reduciendo, a la vez que algunos desequilibrios van no sólo permaneciendo, sino, lo que es aún peor, aumentando. En poco tiempo, el signo de los diferenciales ha cambiado, por lo que la sostenibilidad del modelo de crecimiento vuelve a plantearse.
La presentación de los Presupuestos para el año 2001 brindó la oportunidad para la polémica. Entonces la euforia ya cotizaba a la baja, por lo que los principales analistas económicos manifestaron que se produciría en el actual ejercicio un recorte apreciable en el aumento del PIB. Las incertidumbres presupuestarias y el carácter acomodaticio de éstos justificaban estos puntos de vista. Pese a la prudencia de las valoraciones críticas, la réplica oficial fue nitida. Desde ella se dijo que los efectos previsibles que ocasionarían en España los cambios que se estaban produciendo en el ambiente económico serían despreciables. Con la causticidad que le caracteriza, el jefe del Gobierno reclamó que se efectuara un 'análisis más sereno y menos sesgado'.
La resistencia a admitir lo que estaba ocurriendo no sólo se explicitó en los últimos meses de 2000, sino que se extendió a los primeros meses de este año. En las primeras semanas de febrero, en el Congreso de los Diputados, el Gobierno presentó la actualizacíón del Programa de Estabilidad (2000-2004). Las previsiones del mismo las calificó el señor Rato de moderadas y perfectamente obtenibles.
Dentro del Programa de Estabilidad se dibujaba un escenario central y otro alternativo. El Gobierno del PP apostaba claramente por el primero de ellos y sólo entraba a considerar el segundo en el caso de que ocurriera una 'desaceleración económica muy profunda en Europa'. Las diferencias entre ambos escenarios se dejaban ver en distintos agregados, si bien tan sólo me referiré a uno de ellos, el que preveía el futuro crecimiento del PIB. En el escenario central se apostaba por un crecimiento del 3,6% para 2001, que en el periodo 2002- 2004 sería del 3,2%. Frente a él, en el escenario alternativo, el crecimiento quedaría reducido al 3,1%, y el que corresponde a los próximos ejercicios bajaría hasta el 2,7%. Haciendo realidad un viejo adagio que dice 'si has de predecir, predice muchas veces', el Gobierno ha modificado la previsión del crecimiento para este año.
Sin que haya ocurrido la profunda desaceleración en Europa que, según el señor Rato, habría de producir en España un escenario de crecimiento más bajo, el Gobierno pasa a dibujar un panorama alejado de lo que consideraba, no hace mucho tiempo, la hipótesis central. Aprovecha los cambios de previsiones de la UE y del FMI para pasar a situarse prácticamente en el escenario alternativo de crecimiento: el 3,2% con una distinta composición interna.
Sin que hayan mediado explicaciones más convincentes, da un paso más al optar por la apuesta menos comprometedora. La revisión a la baja que formula en las previsiones de crecimiento queda limitada a la reformulación del cuadro macroeconómico de 2001. Por lo que el resto de legislatura se deja al margen de cualquier programación económica.
Sin entrar a valorar la bondad intrínseca de las previsiones que en este instante formula, simplemente señalaré que sin un correcto enclavamiento de la economía, los elementos de incertidumbre dominarán aún más la escena, cosa que no parece aceptable. Situarse de aquí al 2004 en el lo que sea sonará es impropio de una nación miembro de la UE.
El Gobierno, pese a la tenacidad que ha mostrado en admitir el cambio de situación, ha terminado por reconocer que la fase expansiva se contrae, por lo que recorta en un punto el nivel de crecimiento que desea que se alcance en el año 2001 respecto al experimentado en 2000. No es un hecho baladí el que nos aproximemos con rapidez a la tasa tendencial que la economía española ha venido registrando en los últimos quince años: el 2,8%. Hace algunos meses, ese nivel se consideraba lejano. Hoy ya no lo es tanto, aunque sólo sea porque más de un organismo, entidad o analista creen que esa cifra será la que se registre en este mismo año.
Desorientado en el escenario, consumida una parte significativa del gas que poseía el bucle expansivo iniciado en 1995, la actitud del Gobierno ha continuado estando impregnada de una evidente estulticia. El frenazo del consumo y el de la inversión (con lo que esto significa como exponente de credibilidad en el futuro) han empujado a la baja al crecimiento, pese a lo que se sigue diciendo que no es necesario adoptar medidas adicionales que corrijan esta situación. Frases como 'España quedará al margen del enfriamiento' (Rato). O esa otra que sostiene que los Presupuestos del año 2001 se hicieron con la 'suficiente holgura' (Montoro), como para que no les afecte la revisión a la baja del crecimiento, se siguen escuchando en boca de los máximos responsables de la política económica.
No menos contradictorio es hacer crecer el consumo público casi el doble de lo que antes estaba previsto, imputándole tal desviación a las administraciones territoriales. Recurrir a este planteamiento no es nada más que un alibí destinado a proporcionar algunas décimas al aumento de un PIB que quien mejor conoce su tendencia a declinar es el propio Gobierno.
Ya han pasado muchas décadas desde que Carlyle vociferó en contra del carácter lóbrego de nuestra disciplina y de muchas de las políticas que, basadas en ella, se han venido aplicando. Hoy ocurre lo contrario, es una realidad difícilmente negable que se conocen los fenómenos económicos en tal profundidad que cada vez resulta más factible suavizar sus movimientos cíclicos, moderando las consecuencias que los cambios de tendencia pueden ocasionar. La calidad de las políticas se mide precisamente por la capacidad que posean para alcanzar esos cometidos. Lamentablemente, no es éste nuestro caso, la economía española continúa perdiendo fuelle, con lo que la desaceleración no hace sino afianzarse. Pese a ello, poco es lo que se hace para evitarlo. El rigor hace tiempo que huyó del PP; ahora, lo que pierde es la seriedad.
Francisco Fernández Marugán es diputado por Badajoz. Portavoz del PSOE en la Comisión de Presupuestos.
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