Un motín en el centro de estancia temporal de inmigrantes de Ceuta acaba con cinco heridos
Cientos de extranjeros de 16 países esperan desde hace 10 meses una salida para su situación
El CETI se ha convertido en una ratonera para los extranjeros. La desesperación los empuja a motines cada vez más frecuentes. Algunos han decidido que merece la pena jugarse la vida para alcanzar las costas andaluzas. Desde sus habitaciones del CETI, los internos pueden ver la costa andaluza. Pero, tras contemplarla durante 10 meses, la mayoría se halla al borde de la desesperación.
El día 21 se produjo una pelea en el comedor. Según los guardias de seguridad, un nigeriano intentó colarse. Los subsaharianos juran que un vigilante les provocó colocando delante a un argelino. La confusa disputa, en la que participaron 160 internos, terminó con cuatro guardias en la enfermería y un inmigrante en urgencias. El director del centro ordenó la expulsión temporal de cinco nigerianos y la definitiva de otro, precisamente el que fue trasladado al hospital. Además, exigió a la empresa Prosesa que cambiara a sus vigilantes implicados en el altercado.
Dos días después de esa pelea, un argelino le partió la nariz a un guardia durante una discusión. 'La situación es de normalidad dentro de lo que hay', afirma Elena Sánchez Villaverde, jefa del Gabinete de la Delegación del Gobierno. 'El problema radica en que estas personas vienen engañadas, con expectativas que no se cumplen, y eso genera tensión'.
El CETI fue construido en el tiempo récord de seis meses para albergar a los irregulares que se hacinaban en el campamento de Calamocarro. Es un conjunto de módulos de hormigón que se extienden sobre una parcela de 12.815 metros cuadrados situada en las afueras de Ceuta. Aunque cuenta con 448 plazas y sólo hay 365 internos, se halla 'técnicamente saturado'. La razón es que varias habitaciones (cada una de las cuales tiene ocho camas) han sido destinadas al alojamiento de familias.
Sus 365 habitantes forman una babel: proceden de 16 países de África y Asia. De ellos, 313 son hombres, 38 mujeres y 14 menores. La mayoría han llegado de Nigeria (99), Argelia (77), Sierra Leona (43) y Bangla Desh (25). Un total de 99 personas se ocupan de atender su salud, darles asistencia jurídica y proporcionarles comida. El servicio de seguridad está compuesto por 14 guardas privados, repartidos en tres turnos. El régimen es abierto: los internos pueden entrar y salir a su antojo desde las 7 a las 23 horas. ¿De qué se quejan, pues, los inmigrantes?
El pasado julio, el delegado para la Extranjería, Enrique Fernández-Miranda, ordenó el envío de 120 indocumentados (80 de Nigeria y 40 de Sierra Leona) desde Algeciras. Con ese contingente saturó el centro. Pocos meses después, un nuevo dato agravó la situación. 'Hasta noviembre recibíamos ofertas de trabajo de la Península', explica Elena Sánchez. 'Eso nos permitía expedirles permisos de residencia y de trabajo. Pero desde entonces no nos llega ninguna, y la ciudad no tiene capacidad para emplearlos'. El flujo de envíos al otro lado del Estrecho ha quedado cortado. 'En octubre mandamos al último grupo', confirma el director del CETI, Miguel Ángel Álvarez. 'Aquí hay tensiones, aunque menos de las esperadas', comenta Álvarez mientras muestra con orgullo las instalaciones, dependientes del Imserso. En ese momento es abordado por uno de los internos: 'Llevo aquí diez meses y no aguanto más', le espeta. 'Como no me dan papeles, me marchó el miércoles a la Península'. ¿Acaso el Gobierno ha regularizado a ese hombre? 'No', contesta Álvarez. La Delegación del Gobierno reconoce que con relativa frecuencia los extranjeros deciden abandonar el CETI e introducirse en alguna embarcación, rumbo a Europa. 'La mayoría son detenidos por la policía', afirma. 'Pero, desde luego, algunos pasan'. Sin permiso de residencia ni posibilidad de trabajar, son carne de cañón para las mafias de la droga y la prostitución.
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