Esteban Vicente (oraciones laicas)
En el Museo de Bellas Artes de Bilbao se muestran 20 óleos sobre lienzos y 20 dibujos, laborados con carboncillos, pasteles y lápices, del artista Esteban Vicente (Turégano, Segovia, 1903-Nueva York, 2001). Son los últimos trabajos de su vida, realizados entre 1999 y 2000. Salvo los escasos datos biográficos que se conocen de él, estamos frente a las obras de un desconocido para la mayoría de nosotros, entre los que me incluyo. Mas al llegar ante sus cuadros, el desconocido deja de serlo. Se inicia un trasvase espiritual entre el artista y los espectadores.
Los colores se alzan como generadores de luz. Las formas, siempre inconcretas, se tornan sugeridoras e insinuantes. Pero mientras para su autor la insinuación equivale a la totalidad, es decir, el conseguir lo que quería, para el espectador es una manera de iniciar un camino -tirar del hilo de la sensitividad- que le lleve a la comprensión total del cuadro.
Son obras que han sido pintadas en primer lugar hacia adentro y volcadas hacia fuera una vez que el interior se ha visto rebasado por saturación. ¿Son paisajes interiores lo que vemos? Es difícil asegurarlo. De lo que estamos seguros es de que las formas y colores parece que están puestos sobre el lienzo o sobre el papel como el poeta va poniendo palabras en el poema. En ambos casos se trata de buscar con precisión y justeza, mas con intuiciones libres, aquello que demandan los sentimientos pensantes.
No nos toparemos con un solo un gesto brusco en sus lienzos. Todo lo contrario: sus pinturas contienen una sutileza máxima. Las formas flotan como islas. Hay flotabilidad y éxtasis en sus obras. Aludimos al éxtasis al percibir que pinta sus obras como apartado del exterior y aun del tiempo. Constatamos que el tiempo es su pintura: el único tiempo real para él.
Fuera del pintar, el tiempo se reduce a mera cronología y calendario, propios de la vida cotidiana. Debo abundar en esto, porque a través de sus cuadros nos damos cuenta que en este artista pervive una creencia ciega e inmensa en lo que hace. Se sale del mundo para pintar; es como si el vivir no fuera otra cosa que el pintar. Por eso en sus obras habita una especie de aura que ha logrado fabricar unas cuantas oraciones laicas. Son esas oraciones laicas las que emanan de los cuadros hasta fundirse con la sensitividad de los espectadores.
Como ampliación a lo visto, pueden encontrarse no pocas afinidades de Esteban Vicente con dos artistas de la llamada Escuela de Nueva York, tales como Mark Rothko y Hans Hofmann. Pero no sólo en lo que atañe a las realizaciones plásticas. También en ciertos enunciados teóricos existe aproximación entre ellos En una ráfaga escrituraria, Esteban Vicente asegura lo siguiente: 'El pintor no trata de reproducir un hecho anecdótico, sino ante todo trata de crear un hecho pictórico'. Por su parte, Rothko advierte: 'Las telas más logradas son las que expresan lo que el artista piensa y no lo que se ve'. Acostumbrado a teorizar con acreditada sapiencia, Hans Hofmann contribuye a dar pábulo a las afinidades que aludimos de esta manera: 'El ojo físico sólo ve la concha y la apariencia; el ojo interior, sin embargo, ve el núcleo y capta las fuerzas opuestas y la coherencia de las cosas'.
Recomendamos vivamente la muestra de Esteban Vicente, artista místico, antibarroco, hacedor de los silencios interiores, lleno de quietud y, al mismo tiempo, de energía y pasión, ajeno a los superfluos ruidos del exterior que propagan el gusto por el éxito espurio, la gloria a cualquier precio y otras miserias del mundo del arte contemporáneo.
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