Los caprichos de los dioses
A Michael Douglas se le puso cara de pasmo. A Catherine Zeta-Jones, menos. No parecía darse mucha cuenta de lo que había pasado. La cámara enfocó entonces a Ron Dennis, el patrón de McLaren, y luego pudo verse un plano del finlandés Mika Hakkinen saliendo de su coche en medio de una humareda. La pareja más cara del mundo había seguido la carrera desde el box de McLaren. Ella, además, había protagonizado la mañana en el paddock.
También el rey Juan Carlos había mostrado cierta debilidad por las flechas de plata, y especialmente por Hakkinen, cuyo brazo apretó cálidamente, justo antes de empezar la carrera. El Monarca se paseó -seguido del presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, y todo el séquito- por entre los bólidos ya situados en la parrilla de salida y se dirigió al piloto finlandés, que le respondió asintiendo con la cabeza embutida en el casco. Las simpatías, al margen de las pasiones, estaban con Hakkinen, que se dirigía hacia la meta con elegancia después de haberle ganado la partida a su eterno rival Michael Schumacher con sus propias armas, con una estrategia de carrera muy arriesgada, habitual en Ferrari. El bólido rojo del alemán, además, perdía cada vez más tiempo durante el último tercio de carrera. Parecía incluso que tuviera problemas graves que le impedirían acabar. Pero los dioses son caprichosos.
A Pedro Martínez de la Rosa, por ejemplo, le han echado un maleficio en su tierra natal. El año pasado, tras hacer un excelente tiempo en los entrenamientos, fue enviado a la última fila de la parrilla de salida por problemas sobre la composición de la gasolina que había utilizado. Salió a comerse el mundo y acabó comiéndose la hierba. Ayer le sucedió otro tanto. No parece que fuera culpa suya, aunque en esto sucede como en el fútbol cuando se discute si ha sido penalti o no. Cierto que fue Frentzen quien hizo un trompo y le sacó de la pista, pero otros podrían decir que el piloto español se abrió demasiado en la curva, lo suficiente como para invitar al piloto de Jordan a que le adelantara, y luego cerró la puerta obligándole a pisar la tierra y de paso perder la tracción, es decir, hacer un trompo.
La tracción y su control electrónico fueron el tema del fin de semana. Los tres pilotos que subieron al cajón dieron respuestas diferentes a la pregunta sobre el uso que habían hecho de las ayudas electrónicas. El colombiano Juan Pablo Montoya estaba encantado con el invento -puesto a punto por el probador de Williams, Marc Gené-. En la salida, explicó, le dio al botón que pone en marcha el programa que efectúa la operación automáticamente. Montoya, que estaba en la quinta fila de la parrilla, adelantó de golpe a cuatro coches que ya no pudieron darle alcance. Jacques Villeneuve fue uno de los perjudicados. El canadiense reconoció que en su equipo todavía no se fían del artilugio informático y por eso decidieron hacer la operación manualmente. Schumacher mantuvo el misterio. Ni sí ni no, sino todo lo contrario. Finalmente, las novedades tecnológicas que se estrenaban ayer no fueron tan determinantes ni tampoco tan catastróficas como muchos predecían.Hubo un final sorpresa. No son comunes en fórmula 1, pero hay antecedentes. Uno de los más emocionantes sucedió en Mónaco en 1970: Jack Brabham iba en cabeza seguido por Jochen Rindt; en una de las últimas curvas, a pocos cientos de metros de la línea de llegada, el piloto australiano hizo un trompo. La presión de verse cazado y unos neumáticos que se iban degradando se combinaron para permitir que Rindt le adelantara y ganara la carrera. Tres años antes, el mismo Brabham se quedó a dos décimas de segundo de John Surtees en Monza, cuyo bólido, sin gasolina, mantuvo el impulso suficiente para cruzar la meta en primer lugar. Fue la primera victoria de Honda en fórmula 1.
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