Una sociedad del futuro con sindicatos
Qué papel juegan los sindicatos en la compleja sociedad de nuestro tiempo?, ¿son compatibles con la sociedad de Internet y de la biología molecular?, ¿tienen realmente un papel que cumplir en el nuevo milenio?
Estas preguntas se formulan con alguna frecuencia y conllevan, en ocasiones, una carga ideológica fácilmente identificable con algunas obsesiones del neoliberalismo, como el union free environment (ambiente libre de sindicatos) de Margaret Thatcher. En el modelo de sociedad capitalista que desde esa concepción se dibuja, prima, ante todo, la iniciativa individual. El Estado, ese gran enemigo, no debe intervenir en la economía ni en las relaciones sociales. Hombres y mujeres emprendedores, libres de las ataduras de las leyes y de instituciones obsoletas, lograrán la igualdad y el progreso si se deja a las empresas que hagan su papel, se bajan los aranceles y se desregula la actividad económica para favorecer el comercio internacional y se libera (más todavía) la libre circulación de capitales. En esa concepción es claro que los sindicatos, esos eternos creadores de distorsión a las 'leyes del mercado', no tienen sitio.
Pero esa concepción sólo la comparten círculos minoritarios (aunque con gran poder mediático y de influencia económica) porque resulta desmentida a diario por los hechos. En estos momentos, los mercados de valores están sufriendo fuertes convulsiones y miles de inversores están comprobando la dura realidad de que algunas acciones pueden valer el 10% de lo que pagaron por ellas. Empresas que obtuvieron enormes beneficios en los últimos años producen despidos masivos de trabajadores sin que se les exijan responsabilidades ante la sociedad. Las múltiples formas de empleo que sustituyen al tradicional contrato de trabajo estable -trabajos temporales, a tiempo parcial, autónomos (en ciertos casos habría que decir 'falsos autónomos'), becarios, subcontratas, empresas de trabajo temporal, etcétera- han logrado la ansiada flexibilidad laboral, creando una profunda inestabilidad en el sistema económico. Las quiebras de las punto.com suponen que un trabajador puede pasar de la euforia al paro en cuestión de días.
La nueva economía tiene también, como diría James Ellroy, rincones oscuros. Además de estar asociada al avance tecnológico y al aumento de la productividad, implica también más inestabilidad y aumento de las diferencias sociales. Para millones de personas en amplias zonas del planeta, el problema no es tener una conexión a Internet, sino contar con medicamentos, luz eléctrica y agua potable.
Los trabajadores y trabajadoras del nuevo milenio necesitan contar con organizaciones fuertes y coordinadas para defender sus derechos tanto como nuestros antepasados lo comprobaron con el nacimiento de la revolución industrial.
Es decir, necesitan sindicatos para que la nueva economía sea sinónimo de progreso social y no de arbitrariedad del mercado; para que la igualdad de la mujer en los centros de trabajo forme parte de la normalidad; para que la preservación de la salud tenga prioridad sobre la obtención de beneficios; para que el Estado de bienestar, una de las grandes creaciones de la humanidad, se consolide y se desarrolle en lugar de sufrir un recorte tras otro; para que la estabilidad en el empleo y los derechos prevalezcan frente a la excesiva flexibilidad laboral.
Sólo los sindicatos pueden lograr que exista un sistema ordenado de relaciones laborales, basado en la negociación colectiva y en la participación de los trabajadores, frente al modelo Mark & Spencer de capitalismo salvaje.
Tal como se concibe en la Organización Mundial de Comercio (OMC), la globalización sólo puede conducir a más destrucción del medio ambiente y a más violaciones de los derechos sociales. Se comprende el creciente rechazo que genera y la demanda decidida de los sindicatos, aliados con organizaciones sociales y movimientos políticos progresistas, de reorientarla hacia el empleo y el aumento del bienestar general.
En fin, son insustituibles las organizaciones de trabajadores para que el tránsito del fordismo hacia la nueva economía no implique el fin del Derecho del Trabajo. Sin sindicatos fuertes integrados en confederaciones internacionales poderosas (como la Confederación Europea de Sindicatos y la Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres), los derechos sociales -que hoy las constituciones y las leyes de las mayorías de los países desarrollados reconocen- pueden convertirse en fuegos de artificio.
Frente al deseo neoliberal, me quedo con la opinión de cualificados expertos europeos sobre el futuro del trabajo: 'El papel actual de las organizaciones patronales y de los sindicatos no difiere esencialmente del que han desempeñado históricamente. Las asociaciones patronales y los sindicatos contribuyen, hoy como ayer, al mantenimiento de los grandes equilibrios sociales y a la obtención del consenso y de la cohesión social...' (1).
Cándido Méndez es secretario general de la Unión General de Trabajadores (UGT). 1. Trabajo y empleo. Transformaciones del trabajo y futuro del derecho del trabajo. Informe para la Comisión Europea. Tirant lo Blanch. Valencia, 1999.
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