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Israel, Palestina: una misión para Europa

Debido a la presión alarmada de algunos grandes Estados árabes, productores o no de petróleo, Estados Unidos ha logrado que los israelíes detengan la escalada de represalias que ha alcanzado hasta la ocupación de territorios en Gaza. Pero la Administración de George Bush no podrá tener éxito donde Clinton fracasó. Porque ahora debe afrontar una alianza objetiva y terrible entre los palestinos, partidarios del todo o nada, y los israelíes, que pretenden aprovechar el extremismo palestino para retroceder en todos los acuerdos, convenios y procesos de paz.

La cuestión que se plantea, pues, es saber quién puede hacer algo para deshacer esta alianza infernal.

Por su causa justa, los palestinos han decidido permanecer unidos en una resistencia suicida antes que dividirse a través de una paz de compromiso. Los israelíes han creído descubrir en la actitud de sus adversarios y en el afán último de sus reivindicaciones la prueba de que, por primera vez desde 1967, de nuevo estaba en juego su legitimidad.

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Los palestinos no han querido que se creyera que no sabían luchar tan bien como Hezbolá, que consiguió la retirada de las fuerzas israelíes de Líbano. Los israelíes han decidido demostrar a los palestinos y a todos sus vecinos que no se habían retirado por debilidad. Desde el principio del proceso de paz, desde Oslo, no se puede poner ya a los dos bandos en el mismo plano. He repetido sin cesar que aumentar el número de las colonias en unos territorios cuya cesión se estaba negociando constituía un acto de agresión hacia los palestinos y de irresponsabilidad hacia los israelíes que ocupan esos asentamientos.

Pero todo eso forma parte del pasado. Hoy se trata de saber si la estrategia de represalias adoptada por Ariel Sharon puede provocar un conflicto regional. En el centro de esta cuestión se encuentra Siria. Pero el teatro de operaciones, de momento, es únicamente Líbano. Y no dejo de asombrarme de que esto no sorprenda ni indigne a nadie. Tras imponer su ley a los palestinos y a los maronitas, que se entregaron hace 20 años a una guerra atroz e interminable unos contra otros, los sirios justificaron la ocupación militar de Líbano por el hecho de que Israel ocupara el sur del país.

Ya era escandaloso que el conjunto de los países árabes decidiera que no se podía atacar a Israel más que desde territorio libanés. Era condenar a este pequeño país biconfesional a ser la única víctima de las temibles réplicas israelíes. Pero tras la retirada de las fuerzas israelíes estaba claro que Siria se oponía a la pacificación de la frontera líbano-israelí. Lógicamente, el Ejército libanés habría debido tomar posiciones en esta frontera. Al imponer que Hezbolá, equipado por ella y financiado por los iraníes, fuera el único que controlara esta frontera, Siria decidió de hecho mantener una amenaza permanente de hostilidad. Decía que quería recuperar los altos del Golán. Pero lo hacía sin correr ningún riesgo. Allí, aun hoy, la seguridad es total.

¿Qué puede pasar ahora? La penetración de las fuerzas israelíes en Gaza y en todos los territorios ha despertado los sueños minoritarios del gran Israel. Los palestinos se refugian en la esperanza de que la extensión del conflicto provoque su internacionalización. Previsión de momento muy incierta. Siria consiente en hacer la guerra por mediación de los libaneses, pero no desea el bombardeo de Damasco. Israel rechaza a la ONU, y esto a pesar de toda la sabia diplomacia de Kofi Annan, que prácticamente cada semana ofrece desinteresadamente una nueva versión del envío de fuerzas de interposición. La OTAN no está en absoluto dispuesta a resistirse un ápice al veto americano, a pesar de que Bush -según se dice en el entorno de Colin Powell- se arrepiente de haber dado a Sharon, cuando éste subió al poder y con ocasión de su estancia en Washington, luz verde para utilizar todos los medios de defensa, un cheque en blanco para obtener todos los créditos militares. Rusia, como China y Corea del Norte, no quiere ir, de momento, más allá de una ayuda a Irán, Irak y, como se comenta por doquier -pero ¿sigue siendo verdad?-, a Argelia, país éste que tiene otras cosas de qué ocuparse. Es, pues, la hora de Europa, y he aquí por qué su intervención no carecería de realismo.

Para empezar, por mucho que el número de víctimas de los conflictos mundiales sea mil veces mayor que el de los muertos palestinos y ahora israelíes, lo que pasa en Tierra Santa suscita reacciones apasionadas que nunca han sido tan exacerbadas. Podemos resignarnos a Irlanda, podemos resignarnos a los vascos, podemos resignarnos a las convulsiones de los Balcanes, podemos resignarnos a los talibán, a las víctimas de la droga en Colombia y a los accidentes de tráfico en todas partes, pero no admitimos la tragedia palestino-israelí. Y no sólo porque es una guerra visible, transparente, retransmitida por los medios de comunicación más poderosos del mundo, sino porque tanto el mundo musulmán como el judeocristiano se sienten afectados de lleno. Lo irracional aviva e intensifica la sensibilidad.

Después, porque la Unión Europea paga ya sumas considerables a la Autoridad Palestina, lo que le proporciona un medio de presión. Ha perdido la ocasión de utilizarlo para incitar a Arafat a evitarnos unas catástrofes denominadas Sharon y Bush. Pero hoy día una simple tregua, no un cese, sino una suspensión de las hostilidades, podría poner a Sharon entre la espada y la pared. Después de lo cual, habiendo tranquilizado a una parte de la población israelí, podría reclamar una retirada parcial de las colonias, asentamientos que merecen ese nombre y que, desde el principio, constituyen una vez más un escándalo.

Finalmente, los israelíes, al haber comprobado que la opinión árabe se había hecho ilusiones suicidas pensando que el fenómeno Hezbolá constituía un precedente, podrían pensar que han recuperado esa posición de fuerza que sospechaban haber perdido. Posición que podría -¿por qué no?- llevar a la izquierda israelí a renacer. Y -¿por qué no?- con Simón Peres. La Unión Europea tendría entonces interlocutores, y no sólo aliados. ¿Sueño? ¿Utopía? ¿Irrealidad? En todo caso, la Unión Europea no puede seguir siendo un espectador. Uno de nuestros colegas, atribuyendo a De Gaulle una frase que, que yo sepa, es del antiguo presidente argelino Bumedian, recuerda que 'los árabes disponen del número, el espacio y el tiempo'. De ahí la conclusión de que los palestinos estarían dispuestos a morir indefinidamente. Ésa era también la previsión del ministro de Cultura de Irak, que retomó dicha fórmula, también en París. ¿Por qué se equivocó? Porque ahora la forma de utilizar el tiempo puede vencer tanto al número como al espacio.

Jean Daniel es director del semanario francés Le Nouvel Observateur.

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