_
_
_
_
LA PRECAMPAÑA ELECTORAL EN EL PAÍS VASCO
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Razones para el cambio en Euskadi

Los que defendían, desde sectores socialistas, que lo mejor era repetir la coalición PNV-PSOE se han pasado a la de Gobierno de concentración, es decir, en la práctica, PNV-PP-PSOE. No es lo mismo: significaría un Gobierno con mayoría no nacionalista, y por tanto un cambio considerable, aunque no sea exactamente la alternancia que muchos consideran necesaria en todo caso, por razones políticas y morales.

Ese repliegue de quienes de ninguna manera querían pactar con el PP -por inercia o sectarismo- es un efecto de la resistencia de los socialistas vascos a dejarse engatusar. Su firmeza es un reflejo, a su vez, de los cambios sociales que se han producido en el País Vasco y que anuncian el fin de la hegemonía nacionalista. Esa hegemonía se ha asentado en una combinación de ideal patriótico (garantía de buena conciencia), miedo (a figurar en el campo de las víctimas) e intereses (clientelismo nacionalista). Como al final del franquismo, existe una resistencia de los instalados en ese triángulo, pero su fuerza se ve contrarrestada por el temor a no pasarse a tiempo al otro campo.

Más información
Socialistas europeos apoyan a Redondo con un manifiesto contra la violencia

Síntomas de ese cambio son: el giro en la Iglesia local, en la patronal y en la Universidad (un rector del Foro Ermua), y que lo que sólo se decía en artículos de prensa se oiga ya en la calle: por qué Ibarretxe pagó con dinero de todos un invento antiautonomista como Udalbiltza, por ejemplo. El síntoma mayor es la ruptura del pacto entre los sindicatos ELA y LAB, que prefiguró en su día la apuesta frentista de Lizarra. La ruptura se debe, según Deia, a motivos 'fundamentalmente políticos aunque no se reconozca expresamente'. En otras palabras: los beneficios ya no compensan los costes; políticos y humanos: una hija del secretario general de ELA, José Elorrieta, hubiera figurado entre las víctimas de la bomba desactivada hace unos meses en la Universidad de Leioa. También es sintomática la clara toma de distancias respecto a EH y ETA de lo que queda de la antigua extrema izquierda, tras años de seguidismo.

Pronto habrá más cambios: en los clubes de fútbol, en las Cámaras de Comercio, en los medios de comunicación. Y, como ya ha ocurrido en Álava, muchos dirán que habían sido nacionalistas per accidens, y que llevaban años propugnando el cambio de orientación y tal. Así es la vida.

Para combatir a ETA sería deseable recuperar el consenso de nacionalistas y no nacionalistas, pero ya no es creíble que la sutura pueda impulsarse desde un gobierno presidido por el PNV. Al menos, mientras proclame su identidad de fines con ETA y siga defendiendo que la violencia que esa organización practica es la expresión de un conflicto político no resuelto. El PNV dice que no tiene por qué renunciar a su ideología, y tiene razón; pero no puede ignorar que ese mensaje es interpretado por ETA como una legitimación indirecta de su actuación; por tanto, si se empeña en defenderlo, que lo haga desde la oposición. Lo que no tiene sentido es defender un gobierno de concentración para no quedar a merced de EH, y aceptar que en ese gobierno figuren partidos que dicen compartir sus fines con EH. No se trata de obligar al PNV a apostatar, sino de intentar una clarificación; acabar con esa mezcla de victimismo y ventajismo que permite al nacionalismo aplicarse a sí mismo, desde el poder, políticas de discriminación positiva; y no pagar nunca por sus errores y abusos.

La herida abierta por el rechazo nacionalista a la Constitución se cerró con la aprobación del Estatuto de Gernika, que llevaba el autogobierno hasta el límite inmediatamente anterior a la independencia. Pero una vez alcanzado ese limite, el PNV volvió a invocar su rechazo a la Constitución para reclamar, con el pretexto de la violencia, un (impreciso) nuevo paso adelante a costa de los vascos no nacionalistas, que tendrían que ceder otra vez en aras de la concordia. Pues bien: existen síntomas de que son muchos los que ya no están dispuestos a seguir por ese camino. Esa actitud se refleja en la definición como único campo posible de acuerdo el de la Constitución y el Estatuto: ambas cosas, para evitar dudas. Así figura en el acuerdo PP-PSOE, y también en el llamamiento de ¡Basta ya! para el mitin del sábado en Donosti en favor del voto a los partidos constitucionalistas.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_