¿Qué hacen los museos científicos de ahora?
Hace unas semanas, los talibán nos hicieron recordar el dolor que se siente en una pérdida cultural. En su origen, los museos eran las instituciones que trataban de evitarnos posibles sufrimientos por esa causa, de manera que sus funciones tradicionales se enuncian pensando en los objetos: recolectar, conservar, catalogar, restaurar y exhibir, investigar. Pero hoy nos encontramos con que existe un nuevo tipo de museos -así se les continúa llamando genéricamente, aunque la mayoría de ellos quieran escapar de esa denominación- que no poseen colecciones. ¿A qué se dedican estas instituciones de hoy que no tienen funciones relacionadas con la conservación?
Desde los inicios del pasado siglo, cuando se concibió el Deutsches Museum en Múnich, los museos comenzaron a realizar un esfuerzo didáctico que se manifestaba en la incorporación de otros elementos al lado de las piezas de colección. El museo alemán no se conformaba con presentar las máquinas, testimonio del progreso industrial y técnico, para que fueran veneradas por el gran público, sino que incluía piezas seccionadas, modelos y maquetas en movimiento para ayudar a conocer mecanismos internos y explicar su funcionamiento.
Un salto cualitativo importante tuvo lugar en 1937 con la creación en París del Palais de la Découverte. Aquí ya no había piezas históricas para elaborar un discurso expositivo. Se presentaban módulos que, accionados por el visitante, servían para enseñar determinados fenómenos científicos. Por primera vez en un museo se partía de una base conceptual, seleccionando o creando luego los objetos que permitirían comunicar aquellas ideas. Era una exposición didáctica, pero también interactiva y conceptual.
En los últimos treinta años han proliferado en muchos países los Science Centres, o Centros de Ciencia, uno de cuyos pioneros y ejemplo paradigmático es el Exploratorium de San Francisco, abierto en 1969. Es otro museo sin piezas de colección, donde las exposiciones se diseñan para expresar la diversidad y riqueza de los fenómenos naturales, poniendo muchas veces a prueba nuestras capacidades de percepción. Busca con ello sorprender y deleitar, dos antiguos objetivos de los museos, pero adopta un enfoque abierto y educativo, que quizás no pueda llamarse didáctico, pues no es completamente convergente. Es decir, que, ante un mismo estímulo, distintas personas pueden realizar planteamientos diversos y aprender cosas diferentes.
Muchos de esos centros de ciencia se integran en la ASTC (Association of Science-Technology Centers), que cuenta hoy con más de 550 miembros en 43 países. Estos centros afirman tener en común el objetivo de 'mejorar la comprensión de la ciencia por parte del público y hacer que todos puedan disfrutar de la ciencia'. Pero si vemos una a una la declaración de funciones de esos nuevos museos, nos encontramos con que, además de enseñar o educar, términos que por tradición asociamos a los públicos infantiles y juveniles, afirman querer hacer con la ciencia cosas dirigidas a la gente de todas las edades: 'comunicar' (hacer a otros partícipes de los conocimientos científicos que unos tienen), 'divulgar' (hacer que lleguen a conocimiento de un gran número de personas), 'popularizar' (dar carácter popular a algo), 'difundir', 'propagar' y otras.
Todas esas funciones se realizan, evidentemente, no sólo mediante las exposiciones diseñadas al efecto, sino también a través de todo tipo de actividades. El estilo de estos centros, caracterizados por su ambiente lúdico y popular, por su planteamiento asequible y muchas veces interdisciplinar, los hace atractivos al público, y como resultado de ello se están convirtiendo en los museos más visitados. A su vez, este hecho genera un sentimiento de pertenencia que sirve para garantizar el éxito de muchas convocatorias e iniciativas.
Nos encontramos así, por ejemplo, con que el Parque de las Ciencias de Granada gestiona el ambicioso Programa de Divulgación Científica que pone en marcha la Junta de Andalucía; por su parte, en Galicia los Museos Científicos Coruñeses realizan una campaña de información sobre el mal de las vacas locas, con la distribución de 200.000 folletos divulgativos y la organización de un curso para universitarios y profesionales; al mismo tiempo, en Valencia, el flamante Museo Príncipe Felipe convoca el II Congreso de Comunicación Social de la Ciencia, bajo el lema La ciencia como cultura. Los museos, evidentemente, se mueven. De ellos depende hoy, en gran parte, la cultura científica de los ciudadanos.
Ramón Núñez Centella es director de los Museos Científicos Coruñeses (mc2)
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