'Los rusos añoramos siempre el pasado'
El director de cine Andrei Konchalovski ha hecho su tercera incursión en la dirección artística de ópera para regir la monumental Guerra y paz, de Serguéi Prokófiev, que se estrena hoy en el Teatro Real de Madrid en un soberbio montaje del Teatro Kirov-Marinskii, de San Petersburgo, y coproducido por el Metropolitan de Nueva York, en la que se implican más de 400 artistas.
Konchalovski pertenece a una saga legendaria de artistas. Su abuelo, el pintor Piort Konchalovski (que llegó a diseñar los decorados de una Carmen histórica en el Bolshoi de Moscú y fue el encargado de dibujar, junto a Korovin, la parte plástica del espectáculo que celebraba el primer aniversario de la Revolución de Octubre), le infundió a su nieto el amor por España.
Ahora quiero empaparme de España, de su música, del cante y del baile flamenco
Pregunta. Su relación con España se remonta a la infancia.
Respuesta. Así es. Mi abuela viajó mucho a España antes de la Revolución rusa con mi abuelo pintor. Desde niño estuve rodeado de los bocetos de las corridas de toros, los dibujos de las majas. En casa se hablaba, además, español. Era nuestra segunda lengua. Un tío mío se casó con una española, de los que llegaron a Rusia cuando la guerra de 1936. Desde niño vi en casa al pintor Alberto Sánchez y no he olvidado sus gestos y su cara alargada como un Greco. En casa también veía bailar las jotas, las malagueñas, las sevillanas.
P. Usted estudió piano rigurosamente junto a su hermano. ¿Abandonó la música por el cine?
R. Afortunadamente, me di cuenta a tiempo de que no tenía el talento suficiente para ser un intérprete musical. Por otra parte, la música me constriñe al acto de interpretar, mientras el cine me abre a la creación.
P. Ahora escribe un guión sobre un tema español: Hernán Cortés.
R. Así es. Quiero desmontar el mito de que Cortés fue el responsable directo del aniquilamiento de la cultura mexicana precolombina. La realidad es otra. Se sabe y se reconoce poco que los mayas se fagocitaron a sí mismos. Ahora quiero empaparme de España, de su música, del cante y del baile flamenco, de la arquitectura y de la pintura.
P. Usted fue amigo del cineasta Serguéi Bondarchuk y hasta le hizo actuar en su filme Tio Vania. ¿Hay en su montaje de Guerra y paz algo de las cuatro películas de Bondarchuk sobre esta novela de Tolstói?
R. Conscientemente, no. Bondarchuk tenía talento, pero le faltaba la cultura cinematográfica. Sus movimientos de masas son ejemplares, grandiosos. Nuestra amistad no estuvo exenta de polémicas.
P. Tras el Eugenio Oneguin de La Scala y La dama de Picas del Teatro de La Bastilla, ésta es su tercera aventura con la dirección operística. ¿Le ayuda en este empeño su infancia musical?
R. Naturalmente. Hago las óperas planteándome un lenguaje muy separado del cine. Pero la música, su progresión interior, entenderla, eso me ayuda.
P. Prokófiev escribe Guerra y paz al tiempo que compone las músicas para los filmes de Einsenstein Iván el Terrible y Alexandr Nevski. ¿Hay una influencia directa del cine en la obra?
R. Son lenguajes diferentes, con tratamientos y estéticas distintos. A un ciego puede encantarle la ópera, y a un mudo, el cine. ¿Qué quiero decir con esto? Que hay que situarse en un contexto específico. La ópera siempre es conducida por los rieles del pentagrama, del director, de la música. El cine no es eso en absoluto. Esta Guerra y paz me ha hecho buscar soluciones escénicas.
P. Gergueiev tiene fama de caprichoso.
R. Tenemos una excelente relación. Es un gran artista que no tiene sentido del tiempo. El tiempo para él es la música.
P. ¿Qué importancia da a la coreografía en las óperas?
R. El baile en las óperas es circunstancial. En Guerra y paz, la coreografía se inserta en la dramaturgia general. Por ejemplo: la escena del baile de Natasha. Ahí se presentan casi todos los personajes y sus interrelaciones.
P. ¿Cómo es convertir en actores creíbles a los cantantes?
R. Pues lo más parecido a lo que hacían los escultores del Renacimiento. Le daban un trozo de mármol, de madera, de granito, de bronce o de oro, y de allí salía una obra. Los cantantes son eso: algunos son de oro, y otros, de madera.
P. ¿Rusia se salvará?
R. Ya lo dijo Chéjov. Tenemos un sentido trágico de la vida. Los rusos vemos la vida como una tragedia constante, interminable. Rusia sigue ahí, con ese fondo de inconclusión trágico.
P. Usted dijo que los cineastas eran los niños mimados del régimen soviético ¿Añora aquellos mimos?
R. Añoramos siempre el pasado. Otra vez Chéjov.Y es que lo que añoramos es la juventud.
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