El enfermo del Bósforo

La muerte de 12 presos turcos y dos familiares en la última gran oleada de huelgas de hambre es una prueba más de la urgencia de las reformas que necesita Turquía para no verse abocada a la catástrofe. Son muchos los ciudadanos que lo saben, pero la inmensa trama de corrupción que anega a la Administración del Estado sigue haciendo imposibles los cambios que la nueva sociedad exige.

Turquía es un país lleno de contradicciones. Se han desarrollado las clases medias, la libertad de expresión se ha ampliado con la irrupción de las televisiones privadas y algunos de sus logros lo aproximan a las democracias occidentales, pero aún le queda mucho trecho por avanzar en materia de derechos humanos. El conflicto de las cárceles es sólo una prueba de ello. Las tensiones sociales provocadas por la actual crisis económica se suman a los conflictos étnicos que ponen a prueba la voluntad democratizadora.

A caballo entre Europa y Asia, siempre ha habido algún gobernante decidido a inclinarla de uno u otro lado, bajo la atenta mirada de un Ejército que cumple muchos papeles; entre ellos, el de defender el legado laico del fundador de la Turquía moderna. Este país requiere una nueva osadía de los políticos para saltar sobre su propia sombra y crear las condiciones para que los turcos se conviertan de una vez en ciudadanos.