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Columna
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Resurrección

Miquel Alberola

Para celebrar la resurrección mi hermano contrató a un tipo cortado a cuchillo en los años del hambre -y por tanto, tan solvente en sobrevivir en los pastizales como un profeta- con el objeto de que recogiera una muestra de las primeras hierbas comestibles de la primavera, que desde su forzado punto de vista son casi todas. Tras esta selección científica, en la que pueden rastrearse los fundamentos de varias escuelas atenienses, hubo que lavarlas y hervirlas con continuos cambios de agua, para atenuar su violencia, y después freírlas y mezclarlas con espinacas, ajos tiernos, bacalao y huevo duro, hasta conseguir una síntesis vegetal muy nutritiva de la espiritualidad que produce la tierra blanquizal. Luego, como si se tratase de la eucaristía, nos pusimos a amasar sobre unas gotas de aceite virgen una pasta cuyos ingredientes hay que mantener en secreto para no malograr su estructura interior, apretando con fuerza con la palma de la mano hasta alcanzar casi la textura de una lámina de oblea. Mientras tanto, mi hermano encendió un fuego, puso sobre él una sartén con mucho fondo y la llenó de aceite para que entrase en ebullición. Entonces su mujer procedió a depositar las hierbas sobre la pasta con una cuchara, a doblarla y a sellarla con los dedos índice y pulgar, como si se tratase de alfarería primordial, para obtener una empanada neolítica, que enseguida iba a parar a la sartén hasta adquirir el color de un pámpano de vid a final del otoño. Cuando llenamos unas fuentes con varias decenas de estos pasteles de hierbas, desmontamos el dispositivo religioso y simplemente nos las zampamos con cerveza muy fría y vino, creando un momento de tanta intensidad como quizá sintieron algunos fieles en el Gólgota mientras apartaban la losa del sepulcro de Jesús el Nazareno al tercer día de su muerte. Tras la sobremesa, con el alma totalmente purificada por las hierbas, subimos al Collet de l'Àguila, en los contrafuertes de la sierra del Buscarró, para contemplar cómo se había propagado una vez más la resurrección en el valle.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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