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Columna
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Ellos

Rosa Montero

Regreso de Semana Santa y me encuentro el periódico repleto de noticias siniestras, con barcos cargados de niños esclavos dando tumbos por los puertos africanos o con niños huérfanos ofrecidos como ganado en los intangibles puertos de Internet. Pero ya se sabe que las vacaciones te suelen dejar desarbolada y blanda; así es que, mientras reconstruyo la capa callosa, voy a ver si escribo una columna boba sobre algún tema chistoso, como, por ejemplo, la realeza. Porque las monarquías europeas están haciendo lo imposible por convertirse en el hazmerreír del amado pueblo. Sobre todo la inglesa, desde luego (véase el penúltimo escándalo con Sophie Rhys-Jones), aunque también haya otros principillos por ahí colaborando en el proyecto con ahínco, como Estefanía de Mónaco, enrollada con ese domador de cartón piedra que parece un antiguo maniquí salido de un escaparate polvoriento.

Los españoles, siempre tan peculiares y mañosos, somos los católicos más ateos del mundo y los monárquicos más republicanos del planeta. Esto último se debe al buen hacer personal de nuestros Reyes, que se han ganado el respeto e incluso el cariño de una sociedad antimonárquica. Tal como está el patio, es un alivio tener una Familia Real tan presentable. Claro que siempre le cabe a una la duda de si los nuestros, o sea, Ellos, serán en realidad tan tontos como los de las monarquías de por ahí, y de si la única diferencia consistirá en que aquí la Prensa les trata con cuidado.

Pero no, la verdad es que creo que Ellos son bastante más normales que, pongamos, la familia inglesa. Eso sí, ser rey es un oficio, y los ciudadanos somos los clientes de los monarcas: tenemos el derecho de exigirles un buen trabajo. Por ejemplo, a ver si el Príncipe se casa de una vez: es una de las pocas cosas obvias que tiene que hacer y la monserga interminable de su boda está empezando a convertirse en un fastidio. Y, por favor, en vista del horroroso ejemplo de sus primos, que no se deje guiar por la pasión, que es una nefasta consejera. Porque a lo peor el personal disfrutaría con unos Reyes de opereta haciendo el ridículo (algo así como un Gran Hermano en mayestático), pero yo preferiría seguir aburrida y discretamente como hasta ahora.

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