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Columna
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Contubernio

Contubernio: cohabitación marital ilícita. Así define el diccionario de Seco lo que el señor Pérez Saldaña, en entrevista concedida a un periódico, dice que va a reformar en la ley de parejas de hecho, que está siendo preparada por la Consejería de Asuntos Sociales de la que es responsable.

En un arranque de progresismo vanguardista, declara el consejero que la ley contemplará la regularización de las parejas incluso en las residencias de ancianos, tanto en manos de órdenes religiosas, las más, como en las públicas. Las primeras se verán obligadas a respetar la normativa si son concertadas. Es decir: que se ayuden en su financiación con dinero del Ente, que, al fin y al cabo, es de todos, incluidos los interesados.

Los ancianos y no tan ancianos podrán dormir juntos en sus habitaciones, siempre y cuando, ¡ojo!, demuestren que lo suyo no es capricho lujurioso, sino que están firmemente unidos por lazos sólidos e indestructibles.

Va a ser como para hacer unas cuantas películas: don Fulano y doña Zutana junto con otros ancianos presentándose ante la monjita correspondiente o el severo director para reclamar su derecho de pernocta compartido.

Los custodios de la salud y la moral de nuestros mayores no van a tener más remedio que autorizar lo que solicitan estos señores y señoras, pero sólo a dormir juntos, que las parejas de la tercera edad, gracias a los avances médicos y a la viagra, lo mismo se ponen a pensar en la práctica de cochinadas impropias de gente que peina canas desde hace tiempo.

¿Qué métodos usarán entonces los responsables para evitar el paso desde el casto ronquido al pecaminoso jadeo?, ¿pondrán una tabla en medio?, ¿usarán los oxidados cinturones de castidad?, ¿bromuro a tutiplén?

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Eso en el caso de las uniones heterosexuales, porque si se pone uno a pensar en las homosexuales se le ponen los pelos de punta.

-A dormir solo ¿eh?- dirá el Regulador Delegado.

-Pero es que la ley...- contestarán entre avergonzados e indignados los vitales abuelos.

-A dormir he dicho, que si no llamo a don Isaías y se les va a caer el pelo que les queda.

Resulta poco menos que alucinante ver cómo un organismo público tiene la audacia de intentar el control sobre los actos y afectos de personas sobradamente maduras, en su mayoría con hijos, que han demostrado a lo largo de su vida laboral, social y familiar ser absolutamente capaces y responsables de sus actos. Sólo que ahora se ven obligados a vivir en centros colectivos, en los que, gracias sean dadas, han encontrado una última y, por tanto, más apreciada relación. Donde lo que menos interesa son los derechos económicos. Aunque, claro, éstos deban ser regulados, pero no en razón de que vivan a causa de la edad, estado físico o, simplemente, comodidad de sus descendientes en un asilo, sino porque los derechos y deberes han de ser iguales para todos.

Parejas de hecho jóvenes o maduras, no ven que nadie vigile ni administre sus actos íntimos, ¿por qué esos otros sí?

Déjenles en paz, pero no descansar en ella; que se lo pasen pipa con o sin ley cohabitando.

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