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Viejas reglas para la nueva economía

Durante unos años se ha intentado convencernos de que la nueva economía no seguía las reglas de la vieja. Para muestra, bastaba observar la evolución de muchas punto.com en Bolsa: su valor no dependía de los beneficios realizados, ni siquiera de los beneficios esperados, sino del número de clics o de visitantes en su web. Quizá nos lo creímos, pero ya no. Las bolsas de todo el mundo han devuelto a la realidad los sueños de los devotos de la nueva economía. Bueno, del todo no, porque muchas de esas empresas aún siguen teniendo valores demasiado hinchados. Pero, a estas alturas, nadie dice que la nueva economía sigue reglas distintas de la vieja.

Tampoco necesita nuevas reglas para dirigir las empresas. Las tecnologías de la información y de las comunicaciones tienen requisitos propios: por ejemplo, hacer publicidad en Internet no consiste en colgar de una página web un anuncio preparado para una revista. Pero, a la hora de la verdad, dirigir una punto.com no es algo radicalmente distinto que dirigir una cadena de cines o una fábrica de calcetines.

Por tanto, la nueva economía no necesita reglas éticas distintas de la vieja. Las posibilidades son distintas, pero las conductas no. Meter la mano en un bolsillo ajeno y coger un monedero es robar, y entrar en un ordenador ajeno y llevarse los números de unas tarjetas de crédito también es robar.

El problema de no pocas empresas de la última ola es que no han tenido tiempo de desarrollar una cultura, unas prácticas aceptables que uno pueda aprender de las generaciones anteriores. Cuando uno entra a trabajar en un banco, le contemplan, más o menos, seis siglos de experiencia. Es fácil saber allí qué se puede hacer y qué no se puede (o no se debe) hacer. Y aunque uno acabe actuando con imprudencia, engaño o fraude, seguro que en esa entidad hay un buen puñado de veteranos que tienen ideas claras al respecto.

Pero en muchas punto.com el problema es distinto. Los veteranos quizá llegan no superan los 30 años, pero la mayoría de empleados pueden ser más jóvenes. Para casi todos, las situaciones son nuevas. Nadie se ha encontrado en un entorno económico de recesión duradera. La fidelidad de los clientes -y, por tanto, también a los clientes- es algo desconocido. La manera de trabajar también lo es: 60 horas a la semana, ambiente distendido, un reto profesional continuo, urgencia por ganar dinero, conciencia de que la siguiente generación -no la de dentro de 20 años, sino la que está empezando ahora a estudiar en la Universidad- nos va a arrinconar muy pronto, al menos en cuanto a dominio de la tecnología...

El todo vale es, probablemente, la conclusión que se saca de todo ello. ¿Qué se puede hacer con ese programador autodidacto de 50 años, que se resiste a cenar pizza con todos porque tiene colesterol y que se empeña en marcharse a casa a las siete de la tarde porque quiere estar con sus hijos mientras cenan? Lo lógico es despedirlo, ¿no? Al menos, eso es lo que parecen pedir los jóvenes. Pero, si lo despides, he aquí el mensaje que das a tus subordinados: tenéis 15 años para que la empresa os saque todo el jugo posible y, por tanto, para que vosotros intentéis sacárselo a la empresa.

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El problema de muchas decisiones inmorales en empresas de la nueva economía es, a menudo, que a sus protagonistas les falta experiencia y perspectiva para entender, diagnosticar y resolver los problemas. Y esa carencia tiene que ver también con la falta de una cultura empresarial, falta que quizá hemos tratado de justificar con el argumento (falso) de que la cultura de las viejas empresas no es válida en el nuevo entorno. En consecuencia, muchos directivos y empleados están intentando enfrentarse a serios problemas morales sin una base adecuada y sin alguien que les ayude a entender la verdadera naturaleza de sus problemas.

Ya aprenderán: otras generaciones se han enfrentado con este problema y, al final, han aprendido. Pero ese aprendizaje se produce en el mismo proceso de decidir y de actuar y, por tanto, la acumulación de errores puede hacer mucho más difícil y largo ese proceso de adquisición de cultura moral.

Pero no exageremos. No todas las punto.com son empresas inmorales, ni todo es nueva economía. La vieja sigue vigente, y para muchos millones de personas, la manera de ganarse la vida sigue ligada a formas de trabajo, herramientas y equipos en los que las nuevas tecnologías quizá estén presentes, pero que no han transformado por completo.

Sin embargo, también a ellos puede afectarles la cultura -la falta de cultura- de muchas empresas modernas. La bolsa, es verdad, sigue funcionando de acuerdo con las reglas financieras tradicionales. Pero hay mucha gente ganando dinero poco limpio con la excusa de algunos nuevos negocios. Y eso es también una tentación para todos.

Antonio Argandoña es profesor de Economía de IESE.

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