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Ciudad y globalización

Estamos inmersos en un proceso histórico que llamamos globalización. Este fenómeno, que supone la superación de barreras de índole muy diversa hasta ahora existentes y la ampliación de los espacios de acción política, económica y social en que nos habíamos movido, marcado por la revolución tecnológica, especialmente en el campo de la información y el conocimento, ha estado rápida e interesadamente leído como un fenómeno exclusivamente económico.

Frente a esto, hay muchos que pensamos que prosperidad económica no es incompatible con equidad y justicia social. Al contrario, el progreso en el orden económico que abre la globalización ha de servir para recortar las diferencias sociales e incentivar la cooperación y la solidaridad entre todos los pueblos del mundo. Rechazamos aquellos planteamientos que pretenden situar la sociedad al servicio de la globalización para aumentar las riquezas de los colectivos más prósperos a costa de ampliar las diferencias e injusticias sociales.

Por otro lado, delante de la pérdida del poder del Estado para responder eficazmente a la mayoría de aspectos derivados de los planteamientos del modelo de globalización neoliberal, es necesario impulsar la descentralización del Estado, atribuyendo más protagonismo a las ciudades que se configuran claramente como el ámbito más importante para dar respuesta eficaz a los problemas que afectan a la ciudadanía.

La ciudad es el espacio colectivo más próximo para millones de personas en nuestro planeta. En 1900 sólo una décima parte de la población mundial vivía en las ciudades. Hoy, 100 años después, la mitad de la población vive en ellas, y es probable que en los próximos 30 años llegue a las tres cuartas partes. En 1990 había 35 ciudades con más de cinco millones de habitantes y hoy, 11 años después, son ya 57.

Es en la ciudad donde se viven más intensamente las tensiones y los desequilibrios sociales, pero también donde se pueden materializar las propuestas más innovadoras en todos los sectores y donde es más factible su materialización. Es por lo tanto en las ciudades donde es más posible el cambio real.

Resulta hoy todo un reto diseñar, construir y aplicar un modelo de ciudad. Sólo a partir de él podremos afrontar los importantes retos que se están planteando. Es necesario, por tanto, un modelo social de relación entre la ciudadanía. Este escenario relacional tendrá posteriormente sus consecuencias: en el campo del urbanismo, de su estructura física, de su actividad económica y cultural, de la evolución social futura, etcétera.

Barcelona opta por un modelo que integre en un mismo espacio distintas actividades urbanas (servicios, equipamientos, vivienda, industria). Éste encaja perfectamente con la concepción del urbanista Ildefons Cerdà en el diseño del Eixample y es el mismo que el arquitecto Richard Rogers reivindica en su obra Ciudades para un planeta pequeño: '.

Las ciudades son, con toda probabilidad, los instrumentos más importantes para combatir los procesos de exclusión, para desarrollar políticas de inclusión social y para dar respuestas a los problemas de la ciudadanía. Por otra parte, constituyen un elemento determinante para promover y consolidar procesos de avance democrático, de democracia participativa. Partiendo de la base que, en nuestro mundo actual, ya no es suficiente para los ciudadanos votar cada cuatro años. La democracia, y más la democracia local, es un asunto que interesa practicar cada día.

Las ciudades son un espacio fundamental para la creación de una conciencia ciudadana basada en el civismo, la tolerancia y la solidaridad. Como dijimos en Portoalegre 'las ciudades constituyen un espacio fundamental para restablecer la esperanza de construir un mundo más justo y humano'.

Todo eso pasa, necesariamente, por un modelo que articule la participación ciudadana en la toma de decisiones, de manera transversal y en el conjunto de las acciones de gobierno local, para dar respuestas consensuadas a los nuevos retos colectivos. Ahora hay que ahondar en una relación cada vez más estrecha y cotidiana entre gobierno local y ciudadanía.

Una ciudad participativa debe ser un espacio abierto para las distintas opiniones, inquietudes y visiones del entorno próximo urbano, y también de problemáticas que tienen una dimensión mundial. Por eso hemos impulsado, conjuntamente con la cátedra UNESCO por la Paz de la Universidad Autónoma de Barcelona, el I Encuentro Ciudadano Internacional, que tendrá lugar en Barcelona del 19 al 21 de abril, y cuya única protagonista será la voz de la ciudadanía, de las ONG de implantación mundial y de expertos de prestigio, reunidos para diagnosticar y debatir sobre el estado de nuestro planeta desde la perspectiva de los derechos humanos, el desarme, el desarrollo humano y la justicia social, la ecología, la globalización, la paz y la prevención de conflictos. Este encuentro quiere ser un altavoz para los ciudadanos frente a los grandes foros que disponen las instancias políticas y económicas.

Otras ciudades del mundo están también trabajando en esta línea. Y así lo hemos expresado los 240 representantes de ciudades reunidos en el Foro de las Autoridades Locales, integrado en el Foro Social Mundial de Porto Alegre, a finales del pasado mes de enero. Ha sido allí, y en el marco de dicho foro, donde algunos gobiernos locales, como Barcelona, hemos empezado a articular el esfuerzo de muchas ciudades por vertebrar los cambios y las demandas sociales en la nueva era de la globalización y la proximidad.

Finalmente, es necesario que frente a las grandes instancias supranacionales y globales, las ciudades, entendidas como un todo, gobiernos y sociedad civil, tengamos también espacios propios para hacer oír nuestra voz. Como decía la resolución de Portoalegre: 'Otro Mundo es posible, y él comienza en las Ciudades'.

Pere Alcober es concejal de Participación Ciudadana y Solidaridad del Ayuntamiento de Barcelona.

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