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El culto al huevo

Estalla la Primavera, llega la Pascua y las aves, en pleno celo, ponen huevos sin parar. Se ponen cluecas y los incuban. Y los cestos rebosaban. Tortas y pasteles, mercados y ferias, regalos amistosos y tributos feudales se satisfacían en docenas de huevos. Hasta los años setenta, por estas fechas, se alegraba a los maestros de escuela con un presente ovario y todavía se paga la Salpassa del Miércoles Santo con pares o docenas de huevos.

Protagonizan la gastronomía y la liturgia. Serán comida ritual de los Pelegrins de les Useres, a finales de abril. Y eran colgados en las macetas de los maigs, formenteres o grills, las plantaciones de gramíneas, regadas a menudo y cultivadas por mujeres en la oscuridad para obtener brotes espesos, largos y blancos y ornar los monuments de las iglesias; las matronas griegas y romanas sembraban los mismos granos, en parecidos tiestos, a fin de engalanar las tumbas de Adonis, el dios joven que muere y resucita para procurar el despertar primaveral de la natura. Esos huevos adquirirían extensas virtudes curativas y mágicas, las mismas que poseían los puestos por las gallinas desde el Jueves Santo al Domingo de Gloria, tenidos por eficaces talismanes contra todo mal y desventura; sintomáticamente, se creía que ayudaban a las doncellas a encontrar amante y, una vez encontrado, procuraban un parto en buena hora.

Su culto dura hasta la noche del solsticio y empieza en la Pascua. Presiden, pintados de vital rojo, las monas valencianas; adornados con intensas policromías como fetiches, llenan hornos y pastelerías, cargados de simbolismos, que no pierden al ser fabricados en lujurioso chocolate. Plinio describe los huevos primaverales pintados del color de la sangre por los romanos. Se comían en abundancia para celebrar la Primavera, el año nuevo, que empezaba por la Pascua Florida

El día del Corpus es famoso l'ou com balla, un huevo saltando sobre un sagrado surtidor de agua, una forma de adoración solar conservada en la catedral de Barcelona. Durante la noche embrujada de San Juan se cree que los huevos están dotados de gracia y desvelan el futuro e incluso propician la buena ventura.

Y es que el huevo sintetiza la cosmogonía. Su núcleo -el rovell de l'ou- es un contenedor -plé com un ou- de vida a nivel microcósmico y macrocósmico. Engendra la vida y guarda su misterio. Plutarco los considera emblemas del principio del universo. El mismo Génesis sienta al Padre Eterno a incubar 'sobre la faz de las aguas', insistiendo en la idea del huevo cósmico de la creación y la fecundación del mundo. Por ello protagonizan los ritos primaverales de la renovación de la vegetación y estímulo de la fertilidad.

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