La cantera descuidada
En España se accede al ciclismo profesional por currículo: tantos triunfos tiene un aspirante, tanto valor tiene en el apretado mercado. La mayoría de las veces, se premian menos las trayectorias que las victorias, una injusticia que cuando no frena en seco la carrera de ciclistas válidos les obliga al exilio.
La opción del viaje exige al que prepara las maletas grandes dosis de confianza en sus aptitudes. Es el caso del líder de la Vuelta al País Vasco, Igor Astarloa, pero también de Iñigo Chaurreau y de Juanma Gárate (ambos presentes en esta carrera) o de Jon Odriozola, por citar los casos más recientes. Todos estos saltaron al profesionalismo desde Italia, hartos de mover su currículo en los despachos de los conjuntos españoles. Chaurreau y Odriozola fueron reclamados de regreso por Euskaltel y Banesto, respectivamente. Gárate, en las filas del Lampre, está dispuesto a seguir en Italia, con su actual formación, que ya le ha asegurado la renovación. Estos casos revelan dos evidencias: la lista de aspirantes al profesionalismo es proporcionalemente inversa a las plazas disponibles; y, sobre todo, que el seguimiento de la cantera ciclista, prácticamente inexistente, entrega al azar el futuro de los jóvenes ciclistas. Ni Odriozola ni Chaurreau se revelaron como ganadores en su época amateur, pero ahora son ciclistas fundamentales en sus respectivos conjuntos. Astarloa sólo ganó una carrera en su última campaña como aficionado, en Italia, aunque se hinchó a figurar entre los diez primeros: ahora es el primer líder vasco de la prueba desde 1990.
La semana pasada se celebró en Eibar el Memorial Valenciaga, probablemente la prueba más prestigiosa del calendario amateur. Aprovechando la inminencia de la vuelta, varios directores se acercaron hasta la localidad guipuzcoana, en un gesto más lúdico que efectivo. Los que trabajan con los jóvenes lamentan la falta de comunicación con sus colegas profesionales y aseguran que prima lo espontáneo sobre el seguimiento serio y continuado.
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