El tesoro 'humano' de las FARC
Los familiares de 500 militares y policías secuestrados por la guerrilla de Colombia reclaman su vuelta a casa
'Lo único que nos hace falta es arrodillarnos, sacarnos el corazón de cada una de nosotras, mostrarlo y decirles: 'Vea, éste es nuestro sufrimiento. Rotundamente no entienden el dolor que estamos pasando'. Así, desgarrada, se expresa Graciela Rincón, madre de uno de los más de 500 militares y policías secuestrados por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
Como todos los parientes de estos servidores del Estado que permanecen en algún lugar de la selva en barracas de madera cercadas con alambres de púas -'encerrados como pollos', dice Graciela, esta madre está cansada de correr de aquí para allá suplicando al Gobierno y a la guerrilla que no compliquen más la salida que permita a su hijo volver a la libertad.
Algunos llevan más de tres años, como los 18 que cayeron el 21 de diciembre de 1997 en la toma de Patascoy, un cerro estratégico al sur del país; otros, como el coronel Álvaro León Acosta, de la policía, completó hace poco el año.
Los colombianos se acostumbraron a ver, casi insensibles, el dolor de estas mujeres -madres, esposas, hijas-, que con las fotos de sus parientes estampadas en camisetas, recorren el país en autobús para participar en marchas o en tomas, como la que hicieron el año pasado en la iglesia del Divino Niño en Bogotá. Allí llegaron con cobijas, comida y pancartas.
También se convirtió en rutina, dentro de la rutina de violencia que tiene anestesiado a este país, ver su lágrimas frente a comandantes insurgentes o funcionarios del Gobierno, y al drama de dolor y algarabía que registran los noticieros cada vez que ellas reciben cartas y pruebas de supervivencia de sus seres queridos. El hijo de Graciela cumplirá en agosto dos años en cautiverio. Cayó prisionero cuando las FARC atacaron la base antinarcóticos de Miraflores, en la selva del Guaviare. Su angustia de madre se agrandó la semana pasada. Un comandante guerrillero anunció que Edgar Murcia, de 24 años, y amigo de su hijo, escapó y está perdido en unas selvas 'plagadas de serpientes, fieras y paramilitares'.
La desesperación está llevando a esos muchachos a una determinación: 'O me salvo o me muero', dijo otra de las madres al conocer la noticia. No es la primera vez que ocurre. En octubre de 1999 cuatro lograron evadirse, pero fueron recapturados y ejecutados.
Sin acuerdo humanitario
La mayoría sienten que 'el Gobierno y la guerrilla las ha utilizado'. Que las liaron primero con una discusión eterna sobre el canje de soldados y policías por guerrilleros en prisión, que fue finalmente rechazado. Lo reemplazó un acuerdo humanitario que plantea el intercambio de combatientes presos y enfermos de los dos bandos, seguido de la entrega unilateral por parte de las FARC de 50 ó más uniformados. 'En ocho días esta listo el acuerdo', dijo hace ya más de un mes Tirofijo, comandante de las FARC. Pero el acuerdo está empantanado y tiene dividido al país. El comandante del Ejército, general Jorge Enrique Mora, asegura que la guerrilla pretende 'reconstruir sus escuadras con bandidos para que salgan nuevamente a matar colombianos', y para algunos políticos su aplicación iría contra el Estado de Derecho.
El Gobierno se lo toma con calma: 'Es mejor dar pasos firmes que tropezarse a la carrera', dijo hace poco el Comisionado de Paz Camilo Gómez y trata de explicar a los que rechazan la idea que la base para la aplicación del acuerdo es el Derecho Internacional Humanitario. Madres, esposas e hijas siguen el debate. 'No se por qué tantas prevenciones con el intercambio. No es la primera vez que se hace en Colombia', opina Marleny Orjuela portavoz de la asociación que crearon los familiares de estos miembros de la fuerza pública privados de libertad.
[Por otra parte, tras años de distanciamiento, las dos guerrillas colombianas, el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y las FARC, han sellado una alianza táctica en el sur del departamento de Bolívar con el objetivo de frenar a los paramilitares, que tratan de impedir la creación de una zona de encuentro en la que el Gobierno y los elenos, segunda fuerza insurgente del país, puedan emprender el diálogo.]
'Una plegaria de libertad por ti'
'Yo no quiero recibir banderas , ni honores si me entregan a mi esposo muerto en cautiverio', dijo decidida Noralba Gálvez a los integrantes de la comisión primera del Senado, adonde acudió la semana pasada a denunciar: 'A mi esposo lo han convertido en instrumento político'.
Es la esposa del coronel de la policía Álvaro León Acosta uno de los secuestrados . 'Mi esposo contaba con que el país lo estaba apoyando y se encontró con el olvido. Espero que ustedes no me defrauden, porque he tocado muchas puertas y todas se me han cerrado', dijo Noralba, quien llegó al Congreso vestida de rojo. La historia de su esposo es aun más dolorosa que la del resto de compañeros de cautiverio: el coronel, que tenía una lesión en la columna vertebral, se le agravó la dolencia cuando su helicóptero se accidentó y él y el resto de la tripulación fueron secuestrados.
Eso ocurrió hace exactamente un año y, hoy, Acosta, de 40 años, está prácticamente paralizado, tiene inicio de trombosis y problemas neurológicos. Aunque las FARC reconocen que requiere cirugía y tratamiento médico especializado 'y eso se sale de nuestras manos', no han permitido que la Cruz Roja le brinde ayuda y se han negado a entregarlo como demostración de que se acogen el Derecho Internacional Humanitario.
Son muchas las voces que claman hoy por la libertad del coronel herido. Las FARC se niegan a escucharlas. 'Las FARC han mantenido una posición, que no comparto, de no entregarlo hasta que se desarrollen los acuerdos', contó el Comisionado de paz.
Desde su casa, en Tulua, ciudad de la provincia del Valle, donde colocó desde hace un año una larga pancarta de tela con la foto de su esposo y una frase ('una plegaria de libertad por ti'), Noralba pide que la escuchen.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.