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In-sos-te-ni-ble

Decía Obelix aquello de 'qué locos están estos romanos'. Si Uderzo utilizara el viejo truco de la máquina del tiempo y trajera a la genial pareja del mejor cómic francés a nuestra principal aglomeración urbana , sólo habría que cambiar el toponímico. Porque a poco que uno pasee, vea, escuche y reflexione, las malas noticias se confabulan y encadenan hasta producir una profunda sensación de impotencia y desesperación. Incluso puede uno sentir un curioso síndrome de extrañamiento, de percibir los acontecimientos como producto de una epidemia mental que afecta a amplias capas de la población como usuarios de la barbarie y a un grupo más reducido de intereses fácticos y perpetradores del desaguisado en el que promotores y alcaldes bailan una macabra sardana.

¡No exagere Vd . hombre que no hay para tanto¡ No saben Vds cuánto me gustaría caer en la cuenta de que todo este pesimismo que me invade es tan sólo el fruto de una fase baja del bioritmo pero, para mi desgracia, nunca me han diagnosticado una personalidad ciclotímica y tampoco creo ser propenso al catastrofismo. Incluso, con frecuencia, he abogado -y, de momento, no me arrepiento- por soluciones consensuadas y positivas para intentar paliar los males que aquejan a nuestro territorio. No me invade ninguna nostalgia de cualquier tiempo pasado (que siempre fue peor), ni tengo propensiones salvíficas. Incluso suelo defender con cierta pasión todo lo que de bueno -y es mucho- tiene el creciente protagonismo de las ciudades como forma de organización social del espacio. Pero, a pesar de todo, y a la vista de los hechos, tengo que reconocer que hay formas mucho más civilizadas de 'producir ciudad' y que en el área metropolitana de Valencia hemos elegido una de las peores.

Para huir del riesgo del subjetivismo nada mejor que tomar nota de la tozudez de los hechos y ofrecer al lector la oportunidad de comprobar si hay o no motivo para haber elegido el título de esta breve reflexión. Por empezar por algún sitio, hablemos de la ciudad de valencia, núcleo central de la aglomeración. Ya empieza a ser aburrido argumentar que la disminución de los tipos de interés, la mejoría en la situación económica general y en las expectativas y la elevada elasticidad renta de la vivienda explican una parte del actual boom inmobiliario y que, al ser también la vivienda un activo financiero, la demanda de inversión se ha disparado por el comportamiento alcista de los precios del sector (más del 10% acumulativo anual en el último quinquenio) y, conviene no olvidarlo, por la quizá inesperada amplitud y profundidad de la bolsa de dinero negro existente y la facilidad para blanquearlo que supone la inversión inmobiliaria. Una auténtica amnistía fiscal . El problema no reside en la mayor o menor correción del diagnóstico sino en sus efectos. Si sumamos las viviendas en ejecución o programadas en el cerca del centenar de PAI's de diferente dimensión que existen en la ciudad, la abundante promoción puntual de viviendas por 'sustitución' y la escasa pero no nula presencia de operaciones de rehabilitación, el resultado es un exceso de oferta clamoroso en relación a la capacidad de absorción del mercado y el riesgo de un aterrizaje brusco que pasará cuentas a algún promotor despistado pero, sobretodo, a las empresas constructoras que, a pesar de la alta eventualidad laboral, tengan 'cargas de estructura'. Además, e independientemente del número de viviendas nuevas que permanezcan vacías, es más que previsible que se produzca un traslado de la población que posea un cierto nivel económico de los barrios peores (sean o no colindantes con los PAI's ) a las nuevas zonas y que los barrios emisores pierdan población y/o se vean sumergidos en un proceso de filtrado y sustitución que haga que la población residente sea de bajo nivel de renta, inmigrantes incluidos. Fenómeno ya obserbable en Russafa o Orriols y que puede generalizarse generando graves problemas sociales a pocos años vista. ¿Alguien está valorando los costes y beneficios de este proceso? Y prefiero no hablar de la calidad arquitectónica de la 'nueva Valencia' y de la irreversibilidad de la 'piedra', ley por la cual cualquier error cometido en la construcción de la ciudad dura varias generaciones.

Pero el problema no reside sólo en la Valencia administrativa sino que se extiende a la Valencia real. Fuentes bien informadas y de crédito me aseguran que en Bétera la revisión, adaptación o lo que sea del planeamiento establece un horizonte de población de 200.000 habitantes, diez veces más, con creces, que su población actual. Una bicoca. Y la segregación de San Antonio de Benagéber de Paterna parece haber estado motivada por la firme voluntad, ya ejecutada, de declarar todo el término urbanizable con lo cual La Cañada, San Antonio y L'Eliana pueden en poco tiempo conformar una pequeña ciudad 'angelina'. Y en La Pobla de Vallbona también parece que se han echado la manta al cuello con 386.000 metros cuadrados más de zonas comerciales y residenciales, colindantes con El Osito. Y seguimos ubicando grandes centros comerciales (como el de Aldaia), zonas de ocio (como Kinépolis en Paterna) y polígonos industriales en un proceso de difusión dispersa que disparará la motorización privada. Y nadie evalúa los costes sociales y ambientales de éste modelo. Y los alcaldes -ilusos- continúan enloquecidos brindando por el maná que supone cada nueva ocupación irracional del territorio. Y... ¿Estamos realmente locos?

Josep Sorribes es profesor de Economía Regional y Urbana de la Universidad de Valencia.

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