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Columna
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Paradojas

Elvira Lindo

No todo el que está en una organización humanitaria es una buena persona; no todo el que desea los derechos para las mujeres afganas los desea para las mujeres cercanas; no todo el que milita en un partido de izquierdas es de izquierdas; no todo el que defiende una moral conservadora es intachable; no todo hombre que teoriza sobre la igualdad entre hombres y mujeres es justo en la práctica, ni todo el que tiene cultura está libre de ser un fascista, ni el que lee de ser un zoquete.

En esta interminable lista de paradojas, yo he conocido una que sorprende a la gente: no todo el que escribe libros infantiles es un amante incondicional de los niños. Es más, yo diría que el impulso de escribir para niños tiene más que ver con una deuda con uno mismo que con un deseo generoso de hacer feliz al público infantil. Y es que al escritor de literatura infantil parece que se le presuponen unas intenciones humanitarias añadidas.

Mi amiga Felicidad Orquín, que entiende de esto más que nadie, me dijo un día que sería interesante hacer un estudio sobre las personalidades de los autores clásicos de la literatura infantil. Me decía sonriendo que nos encontraríamos caracteres tortuosos, incluso a veces perversos.

Estoy de acuerdo, es una rareza que probablemente derive de una curiosidad insaciable sobre uno mismo. También sucede con otro tipo de oficios destinados a divertir a los niños: no hay por qué pensar que los actores especializados en obras infantiles son inocentones, ni por qué creer que todos los payasos del mundo son buenos como gritaba Fofó en aquella canción con la que merendábamos delante de la tele: '¡Todos los niños del mundo son nuestros amiguitos. / No nos importa otra cosa que verlos riendo, cantando, soñando por la televisión!'

Si bien es cierto que todo payaso tiene su irrefutable derecho a ser un cafre, no deja de alarmarme que una organización humanitaria como Payasos sin Fronteras se sorprenda de que padres de niños del País Vasco protesten porque una concejala que no condena las ejecuciones de ETA por las mañanas pase la tarde alegremente actuando para niños pequeños.

Me inquieta profundamente que Payasos sin Fronteras, que ha sabido construir una isla de alegría para los niños de la guerra de Bosnia o de los países africanos, carezca en este caso de la sensibilidad, de la humanidad suficiente para darse cuenta de que muchos niños del País Vasco también sufren: sufren porque han perdido a sus padres o a algún familiar; sufren la angustia que padecen su padre o su madre, que están extorsionados; sufren porque su madre tiene que ir por la vida con cuatro policías que le vigilen la nuca; sufren el ambiente de tensión que vive su padre, que es profesor de universidad; sufren porque a sus padres les han destrozado el negocio en varias ocasiones, y sobre todo, sufren porque hay gente a la que no le importa que sus padres estén sufriendo, que incluso parece que disfrutan a cara descubierta por el hecho de que sus padres estén sufriendo.

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Y encima resulta, ironías del destino, que una de esas personas que justifican o alientan los asesinatos y la extorsión por las mañanas quiere divertir a los niños por las tardes, y resulta que hay padres a los que eso les parece insultante, vejatorio, humillante, y tienen la valentía de llamar al Ayuntamiento donde esta concejala iba a actuar para protestar por semejante vejación, y la actuación se suspende, y resulta que una organización humanitaria sale en defensa de la libertad de pensamiento de esta muchacha.

Hay veces que tanta humanidad te rompe el corazón, tanta humanidad con las guerras de otros, y tanta frialdad con las propias. El hecho de ser payaso no te hace bueno ni amante de los niños, cierto, pero igual que no sería normal que un asesino de ancianas diera charlas en un geriátrico, que Greenpeace nombrara a Bush miembro de honor, o que el general Videla fuera el embajador argentino ante la Unicef; tampoco lo es que quien es correponsable del llanto de tantos niños quiera luego provocarles la risa.

Y lo digo aquí, en esta columna de Madrid, desde este Madrid que con tanto desprecio nombran algunos, como si nos quisieran ver borrados del mapa.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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