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Reportaje:

La fuerza del destino

El onubense Matías Sanchez, que vive de la pintura desde los 17 años, prepara su salto internacional

Margot Molina

Hay gente que nace con un destino y Matías Sánchez es uno de ellos. Si hubiese venido al mundo en la Grecia clásica, el oráculo habría sido claro: he aquí un pintor. Desde entonces, su todavía corta trayectoria, tiene 28 años, parece una película.

Matías Sánchez nació en Tubinga (Alemania) en 1972 y fue allí donde cogió un pincel por primera vez. 'Tenía menos de un mes y mi padre me daba pinceles en lugar de un chupete. Tengo fotos en las que el pincel parece más grande que yo', comenta el artista que en realidad es de Isla Cristina (Huelva), donde se crió desde los 14 meses. Nació en Alemania porque sus padres trabajaban entonces allí.

El pintor, que acaba de exponer en Alemania y ha estado con una beca en Polonia, ha hecho un alto en el camino para mostrar sus últimas obras en la galería Margarita Albarrán de Sevilla. La exposición, titulada ¡Tos poriguá valiente!, se clausuró ayer (día 7 de abril) y en sus abigarrados y expresionistas lienzos puede verse, como flotando en medio de tanta pintura, un pincel sobredimensionado. El autor asegura que no se da cuenta, pero cuando el icono aparece estamos ante un autorretrato. Matías Sánchez empezó a estudiar electrónica, 'porque había que hacer algo', pero lo dejó tan pronto como pudo. En la facultad de Bellas Artes no pasó el examen de ingreso y ahora se alegra. De momento, tiene propuestas para exponer en Estrasburgo y en México Distrito Federal.

El artista, autodidacto, realizó su primera individual con 17 años, en el Ayuntamiento de Isla Cristina. Colgó una treintena de paisajes del natural, de colores y pinceladas muy impresionistas, que se vendieron como rosquillas.

'Yo era millonario. La gente, médicos, abogados o maestros la mayoría, pagaron hasta 100.000 pesetas por óleos pequeños, de uno 30x40 centímetros. Los vendí todos y como me sentía rico me fue de viaje', recuerda Matías Sánchez, todo un superventas a quien no admitieron en la escuela de Bellas Artes.

'Ahora pienso que fue mejor. Me he formado yo sólo, con los libros de mi padre que aunque es contable, pinta desde siempre. Al final, el complejo de no haber pasado por la facultad te hace que devores más libros, pintes y trabajes más', asegura el artista.

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Con todo el dinero de su primera exposición en el bolsillo, Matías se fue a conocer mundo. Pasó cuatro años viajando por Europa, conociendo a los maestros de primera mano y haciendo bocetos que después se convertirían en óleos. 'Cuando me lo gastaba todo volvía a Isla Cristina, pintaba unas cuantas obras, había gente esperando por ellas, y me iba otra vez', dice el artista que conoce al dedillo el Tratado de la pintura, de Francisco Pacheco, el maestro de Velázquez. La galerista Margarita Heïnkel, de Friburgo, vio por casualidad uno de estos lienzos y mostró por primera vez su obras en 1998.

'Una empresa me ofreció firmar un contrato de diez años por 500.000 pesetas al mes, pero tenía que pintar sólo marinas. Así que lo rechacé y no me arrepiento', asegura Matías que a pesar de vivir de la pintura desde los 17 años confiesa que ha tenido que 'comer muchos macarrones' para hacer lo que quería.

El artista, que ha realizado más de una veintena de exposiciones entre individuales y colectivas, pinta 'con saña' como él mismo dice. Ironiza sobre la cultura urbana y no se casa con nadie. Textos, borrones, imágenes que parecen graffities y que le aproximan al mundo de Jean Michel Basquiat, Mompó o Dubuffet, pueblan ahora sus lienzos.

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Sobre la firma

Margot Molina
Ha desarrollado su carrera en El PAÍS, la mayor parte en la redacción de Andalucía a la que llegó en 1988. Especializada en Cultura, se ha ocupado también de Educación, Sociedad, Viajes y Gastronomía. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid. Ha publicado, entre otras, la guía de viajes 'Sevilla de cerca' de Lonely Planet.

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