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Columna
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Manifestación accidentada

La manifestación de estudiantes ocurrida días pasados, en Alicante, y en la que resultaron 30 muchachos heridos, es un suceso que ha provocado una notable controversia en la ciudad y frente al que no es posible permanecer indiferente. Los periódicos han narrado con pormenor los acontecimientos y han puesto de relieve la dureza con que se empleó la policía para disolver a los manifestantes, un millar de jóvenes que no superaban los 18 años de edad. De lo narrado por los diarios, no se desprende que la violencia de la policía estuviera justificada en ningún momento. El hecho de que se tratara de jóvenes estudiantes en demanda de mejores medios para la enseñanza pública, ha conmovido a muchas personas que han manifestado su desaprobación.

Tal como los diarios han contado estos hechos -y hasta ahora no se ha producido ningún desmentido- resulta evidente que la Policía Nacional no supo enfrentarse a la situación. Por muy feroces que se quiera presentar a unos jóvenes entre 14 y 18 años, unas fuerzas del orden deben tener la preparación y los medios para imponerse sin necesidad de provocar estos heridos. En este caso parece que faltó la preparación y fallaron también los medios. Sea como fuere, alguien no hizo bien su trabajo y esto, en fuerzas que deben velar por el orden público, resulta alarmante. Como resulta alarmante el ensañamiento de algunos agentes con manifestantes que no portaban, según parece, más armas que algunas docenas de huevos.

Tampoco el subdelegado del Gobierno ha estado a la altura de las circunstancias, algo extraño en quien ha demostrado, hasta el momento, una gran eficacia y discreción en su tarea. Justificar la conducta de los agentes en que la manifestación no estaba autorizada es bien poca cosa. Desde luego, no legitima la violencia empleada. Como no la legitima afirmar que los policías 'tuvieron que hacer uso de sus defensas para repeler la agresión'. Entre este comunicado del subdelegado del Gobierno y el que, unas decenas de años atrás, hubiera emitido cualquier gobernador civil de la dictadura, apenas encontramos diferencias. Esta falta de diferencias descubre que en algunas cosas se ha avanzado poco en el camino de la democracia (que es algo más que depositar un voto cada cuatro años, como algunos pretenden).

Quienes en este asunto han mostrado una mayor confianza en las instituciones han sido, precisamente, los jóvenes estudiantes que se manifestaban. Quizá por ello se lanzaron a la calle con una ligereza incapaz de medir las consecuencias de su acción y se asombraron ante la violenta reacción de la policía, que no alcanzaron a entender. En el gesto de ese muchacho pidiendo su número de placa al agente que le golpea, se encierra toda la ingenuidad de la juventud, pero también la fe en un sistema donde las personas tienen derechos y son respetadas. El frío lenguaje administrativo con que el subdelegado del Gobierno despacha el asunto, quizá ayude a mantener la moral de las fuerzas del orden, pero quiebra la confianza de quienes esperan ser tratados como ciudadanos de una democracia.

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