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Reportaje:

EE UU debate la supresión del examen de acceso a la universidad

Unos dos millones de norteamericanos se presentan a la temida prueba cada curso

El examen produce escalofríos y, aun transcurridos muchos años, quienes se sometieron a la prueba lo recuerdan con pavor. En la psique nacional de Estados Unidos pocas cosas hay tan intensas como el SAT. Muchos ocultan como el mayor de los secretos la puntuación obtenida y hay quienes al cabo de los años vuelven a examinarse en un intento de sacarse la espina. Hope Reeves, una escritora de 28 años que colabora con The New York Times, obtuvo 1.000 puntos hace 10 años y recientemente volvió a pasar la prueba en un angustioso intento de mejorar aquella marca, que la colocaba justo en el gris promedio nacional. En su segundo intento sacó 1.180 puntos. 'Pienso volver a examinarme. Todas las veces que haga falta hasta superar los 1.360 que mi madre dice que sacó', escribe.

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Conan O'Brien, iconoclasta presentador de un programa de televisión, prefiere olvidar la pesadilla: 'Me ha costado 20 años olvidar el trauma del maldito test, y volver a mirar el resultado sería como volver a Vietnam'. De un máximo de 1.600 puntos, el presidente George W. Bush obtuvo 1.206, y su rival por la presidencia, Al Gore, 1.335, según datos recogidos por la revista Time.

El SAT 1 -nacido, como las siglas de test,de aptitud escolar, en 1994, rebautizado como test de evaluación escolar y hoy simplemente llamado SAT- comenzó a aplicarse en los años treinta como un método de detectar la presencia de talento en un sistema docente muy heterogéneo. Su momento de gloria llegó a mediados de los sesenta, cuando la reputada Universidad de California lo comenzó a exigir a todos los aspirantes. El ejemplo cundió y hoy sólo 280 de las 2.083 universidades norteamericanas no lo aplican.

Dividido en dos partes, una de lengua y otra de matemáticas, con preguntas de tipo test, la prueba aventura la capacidad de razonamiento abstracto y predice los resultados del primer curso del aspirante a universitario. El año pasado se sometieron al examen el 44% de los estudiantes que acabaron la educación secundaria, que luego remitieron los resultados a las distintas universidades en que esperaban ingresar.

A pesar de ir mezclado con otros baremos (notas, recomendaciones, currículos extraacadémicos y entrevistas), el resultado del SAT es decisivo en la mayoría de las universidades. Un mal SAT garantiza la no admisión en una buena universidad en un país donde éxito profesional y social se vinculan directamente a la universidad de procedencia.

Prepararse para el SAT 1 se ha convertido en una obsesión: es más importante conseguir buenos resultados que aprender, lo que ha generado una industria paralela de manuales, cursillos y clases particulares que en 1999 supuso 400 millones de dólares (casi 80.000 millones de pesetas).

'Durante muchos años me preocupó el uso que se hacía del SAT, y el año pasado tuve la prueba de ello', declaró el mes pasado Atkinson, el rector californiano. 'En una visita a un prestigioso colegio privado vi a estudiantes de 12 años estudiando analogías verbales con vistas al SAT. La clase no se dedicaba a desarrollar las capacidades lectoras y de escritura de los estudiantes, sino a cómo pasar el test. Llegué a la conclusión de que el excesivo énfasis puesto en el SAT va en detrimento de la calidad de nuestro sistema educativo'.

Para erradicar esa perversidad, Atkinson ha lanzado una idea bomba: eliminar el SAT 1 y sustituirlo por otro sistema de evaluación. Mantiene el SAT 2, que se ajusta más al currículo educativo real y a los futuros estudios.

El rector, además, mantiene que el SAT trata injustamente a las minorías (hispanos y negros), como prueban los resultados, siempre mejores entre blancos y asiáticos. Para explicar este fenómeno se han barajado numerosas hipótesis sin resultados concluyentes. La Universidad de California, que abandonó por ley la discriminación positiva en 1996 y aplica estrictamente una selección basada en el SAT, ha visto bajar las admisiones de estudiantes procedentes de las minorías étnicas del 22% al 16%.

La universidad californiana todavía no se ha pronunciado sobre las ideas de su rector. Dado su ascendiente (170.000 alumnos y universidades tan prestigiosas como Berkeley o UCLA), la decisión que adopte tendrá grandes repercusiones. Diversas universidades públicas ya se están planteando modificar sus sistemas de admisión.

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