Una noche en Ragusa
Giuseppe Leone capta, con su mirada arqueológica, la realidad trágica de una parte de la vieja Sicilia, la de la región de Ragusa, al sur de la isla
En el año 1992 existía un barco que atravesaba el Mediterráneo desde Barcelona hasta Lípari -una de las islas Eólicas, a pocos kilómetros de Messina-. Estábamos a finales de agosto, empezaba la resaca posolímpica y algunos italianos regresaban a su país en ese barco. Prácticamente no había ningún turista español, salvo dos chicas que compartieron por una noche mi camarote y se apearon en la primera escala, Génova. Los pasajeros se dedicaron los tres días de crucero a dormir y yo a contemplar puestas de sol de calendario. Llegué a Lípari a media tarde y lo que más me impresionó, de entrada, fue la nitidez con que se recortaban el perfil de las casas y las palmeras en un cielo parecido al lapislázuli. Aquellos días Lípari vivía la fiesta de su patrón y pocas horas después presencié una procesión digna de una película de Fellini. Enseguida me sentí como en mi casa y me di cuenta de que aquella tierra era parte de la mía. Una semana después llegaba a Messina dispuesta a patearme la isla de Sicilia durante un mes.
Pero volvamos a la actualidad: nos encontramos en Barcelona, concretamente en la calle de Nou de Sant Francesc, en la galería Met Room, un antiguo palacio del siglo XVI sede del equipo de arquitectos coordinados por Beth Galí. Si el visitante levanta la vista hacia el edificio le parecerá estar contemplando una de esas casas de la vieja Siracusa o cualquier pueblo de la región de Ragusa: Noto, Ispica, Giarratana. Y más aún si el visitante se acercó a la Met Room, el pasado jueves, para ver la exposición Viatge als Iblei, una colección de 25 fotografías del siciliano Giuseppe Leone, que con su mirada arqueológica capta la realidad trágica de una parte de la vieja Sicilia, la de la región de Ragusa, al sur de la isla. Son imágenes en blanco y negro que narran las fiestas, costumbres y vida popular: la matanza del cerdo, las procesiones en medio del campo, la vendimia, almendros en flor, mujeres sentadas bajo un algarrobo, una gárgola barroca en la cornisa de un palacio desconchado, un laberinto de ribazos de piedra... Todas las fotos, aunque sean en blanco y negro, tienen esa luz que yo vi el primer día desde el mar.
En las fotografías de Giuseppe Leone el tiempo parece detenido. Podrían ser imágenes de las décadas de 1930 o 1950, pero son actuales. No aparece ningún coche, ni un edificio alto: es, como decía el periodista y comisario de la exposición, Melo Freni, un baño de memoria. Leone es un narrador de Sicilia, como lo son Sciascia, Consolo o Buffalino, pero él sólo necesita una imagen para captar la esencia de esta tierra; con todos estos escritores ha colaborado Leone en distintos libros. Su avanzada edad no le permitió asistir a la Met Room, pero vino una copiosa representación de Ragusa, además del star system italiano afincado en Barcelona y los amantes y admiradores de ese país, que son muchos. Por eso, al cabo de media hora de pasear por la galería y oír hablar en esa lengua tan dulce, nos parecía que habíamos saltado a la añorada Sicilia. La exposición está patrocinada por la Azienda Autonomica Provinciale de Ragusa, con la difusión del Instituto Italiano de Cultura y la gestión de Ars Mediterránea, una asociación que pretende enlazar la cultura italiana y la española, aunque se centra bastante en conectar Cataluña y Sicilia, ya que sus directores, Joan Abelló y Salvatore Ferlito, son, respectivamente, de estos dos lugares.
Salimos de la Met Room rumbo al Colegio de Arquitectos, donde la organización nos obsequiaba con una cena típica de Ragusa. Sólo cabía saborear lo que nos venía encima, que era mucho. El jefe de ceremonias, o mejor, el presidente de los Restauradores de la Región de Ragusa, el señor Giuseppe La Rosa, cogió el micro y nos presentó el menú. A medida que iba leyendo los platos, los comensales se miraban unos a otros como diciendo: no vamos a llegar al final. Pero, con más o menos dignidad, llegamos. El menú consistía en aperitivo, antipasti y una sinfonía siciliana: de primeros platos, manichi ri fauci e sciunnatu di fagioli, lenticchie, broccoli e cotiche y tagliatelle al carrubbo con sugo di maiale e ricota; y de segundos, costeletta d'agnello con restrizione di cerasuolo e miele y un pesce spada con una salsa de alcaparras y aceitunas, todo ello regado con los vinos pertinentes. A la hora del café y los pastelitos no nos podíamos mover, pero nadie hacía remilgos, y si no se los podían engullir se los metía en el bolsillo para mejor ocasión. Alguien de mi mesa se preguntaba si los cocineros y los ingredientes serían de Ragusa o de aquí. Quedó claro cuando aparecieron los dos cocineros italianos, que recibieron la mejor de las ovaciones. Se lo merecían.
Daba casi la una cuando la gente empezaba a desfilar. No contentos con la cena nos obsequiaron con botellas de vino, catálogos y banderines. Todo el mundo se besaba y deseaba verse pronto, mejor en Ragusa, claro. Mientras, al fondo, los cocineros se estaban comiendo un plato de jamón, naturalmente de Jabugo. Y es que no hay nada como el intercambio cultural.
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