Cruzada por un bar con historia
700 alumnos de Traductores de Granada protestan contra el cierre de la cafetería de la Facultad
Su ubicación recóndita en un sótano, el acogedor ambiente que proporcionan sus gruesos muros y sus dos estratégicas salidas convirtieron el bar de la antigua Facultad de Letras de la Universidad de Granada en un lugar ideal para las reuniones clandestinas durante el tardofranquismo. Los políticos y sindicalistas que ahora rondan los cincuenta años urdieron allí, delante de un café, las manifestaciones y sentadas de protesta contra el régimen. Al amor de unas cervezas, Joaquín Sabina compuso algunas canciones antes de exiliarse a Londres. Y creadores e intelectuales como Gil de Biedma y Mario Onaindía utilizaron sus mesas como lugar de encuentro.
Este bar, que actualmente atiende a los estudiantes y profesores de Traductores e Intérpretes tras el traslado de la Facultad de Letras, ha funcionado durante el último medio siglo 'como factor de cohesión intelectual, solidaridad social, foro de ideas, generador de cultura y alma de las distintas titulaciones universitarias que han pasado por el edificio de la calle Pontezuelas', aseguran algunos profesores.
No es extraño, por tanto, que el temor a que el establecimiento pueda ser cerrado por la Universidad haya movilizado a la Facultad en pleno. En los últimos dos meses casi 700 de los 1.200 alumnos, más profesores y personal de administración y servicios, han firmado el manifiesto Salvad el bar, en el que se recuerda la peculiar historia del establecimiento y se solicita al Rectorado que permanezca abierto.
La clausura fue recomendada el año pasado por un informe técnico encargado por la Universidad que concluyó que el bar obstaculizaba la evacuación de alumnos en caso de emergencia. Para la vicedecana de Ordenación Académica de Traductores e Intérpretes, Eva Muñoz, existe un grave problema. 'La sala de la cafetería es zona de paso hacia dos aulas que no tienen otra entrada ni salida que las dos puertas del bar. El concesionario del establecimiento cierra esos accesos un rato a mediodía y a partir de las 19.30 horas. Si algún día se produjese un incendio tendríamos una desgracia, porque los estudiantes quedarían atrapados', explica.
El concesionario es Manuel Mejías, regente del bar desde hace 23 años y una institución en la Facultad. Mejías se defiende: 'No es verdad que yo cierre a mediodía las puertas. No lo hago desde hace años. Y por la tarde las cierro a las ocho cuando ya han acabado las clases en el único aula que tiene el paso a través del bar'.
Mejías está convencido, además, de que la pretensión de cerrar su negocio no responde a medidas de seguridad. 'Quieren utilizar el espacio que ocupa el bar para ampliar la biblioteca. Ésa es la razón que a mí me han dado', argumenta.
El manifiesto firmado por los estudiantes también pide a la Universidad comprensión con la situación de 'Manolo'. 'Es un miembro más de nuestra comunidad, cuya jubilación se producirá dentro de dos años y para quien la desaparición del bar constituiría un serio revés personal y profesional', señala el texto.
La vicedecana Eva Muñoz considera que las cosas se han sacado de quicio. 'Es cierto que vamos a ampliar la biblioteca, pero las obras no afectan al bar'. De hecho, continúa, 'todavía no se ha tomado la decisión de cerrarlo. La Junta de Facultad acordó mantenerlo abierto y estamos buscando una fórmula para hacer compatible el bar con la seguridad de los estudiantes y del personal. Es posible que lo ubiquemos en otra dependencia del edificio o, simplemente, se ponga una persiana a la barra para que el concesionario no tenga que cerrar las dos puertas de acceso'.
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