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Columna
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Ayuntamiento sevillano

Gobernar es, sin duda, uno de los ejercicios más difíciles, complejos y delicados que realiza el ser humano. Gobernar en las sociedades democráticas supone elegir las mejores entre un conjunto de opciones que se le presentan al dirigente político elegido por sus conciudadanos. Ha sido hasta hace poco un ejercicio intelectual que demostraba la valía y el buen saber de los portadores de esa misión. Hasta ahora. A partir de este nuevo milenio parece que el juicio, raciocinio, esfuerzo mental y similares divisas comienzan a perder valor en el decálogo de algunos de nuestros funcionarios políticos.

El Ayuntamiento de Sevilla comienza a parecerse cada día más a un patio de colegio y no al espacio simbólico del foro público. La ciudad arde, tiembla, se conmueve, y no por las vísperas de su semana grande y santa, sino por las cosas que está viendo suceder en Plaza Nueva. Los dos partidos gobernantes, coaligados en un gobierno sin programa, tras haberse repartido cada uno la mitad del presupuesto y la mitad de las delegaciones, han provocado una crisis municipal a cuenta de una oportunista propuesta del partido opositor. La rivalidad y la competencia por ver quién de los gobernantes, PSOE o PA, se hace con las plataformas de influencia clientelar sobre los distritos municipales han terminado por aflorar la confusión, el desconcierto y la contradicción en la política de este gobierno, si alguna vez lo ha sido.

Mientras, un grupo de taxistas rebeldes impone comportamientos mafiosos en el aeropuerto, las calles son cada vez más lugares de aparcamientos caóticos y la limpieza pública brilla por su ausencia. El alcalde sentimental, diariamente, hace su retórica declaración y su brindis al sol. Sus concejales delegados, según el color de su partido, van a lo suyo, que no parece ser el de colaborar para imponer el buen sentido y el sentido común. Uno termina por preguntarse cómo puede funcionar cada día esta colmena humana que es Sevilla. Definitivamente, estamos ya en otra civilización donde puede que sobren los políticos ocupados en el bienestar común.

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