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En defensa de un gesto

Francesc de Carreras

La acogida que determinadas personalidades de la izquierda intelectual europea (José Saramago, Danielle Mitterrand, Manuel Vázquez Montalbán, Ignacio Ramonet, Alain Touraine...) dispensaron a los zapatistas en su entrada a la capital de México ha sido criticada desde muchos sectores de derechas y de izquierdas que han acusado a dichos intelectuales de buscar en Latinoamérica los triunfos que no han logrado en Europa. Tales críticas ofrecen, a mi modo de ver, notorias debilidades si miramos las cosas con objetividad y con perspectiva histórica.

En primer lugar, no es razonable pensar que la izquierda ha sido derrotada en Europa. Si aceptamos la convención de que lo que caracteriza a la izquierda es la construcción de una sociedad en la que las personas tengan mayor libertad e igualdad, no cabe duda que en Europa -gracias al empuje de la izquierda- el grado de libertad e igualdad es infinitamente mayor que hace un siglo, mucho mayor que hace medio siglo y significativamente mayor que hace 25 años. Encontraremos siempre determinadas fases en las cuales se producen retrocesos parciales, y probablemente estemos, desde hace algunos años, en una de ellas. Otra cosa es que muchas utopías se hayan desvanecido cumpliéndose así el exacto sentido de la palabra utopía. Pero ningún análisis mínimamente serio puede desmentir que en Europa los niveles de libertad y de igualdad -para simplificar, derechos de las personas y reparto de la riqueza- son más que notables y las cifras que lo confirman están a disposición de cualquiera.

Puede decirse, con toda razón, que hay más libertad e igualdad en la Europa del norte que en la del sur; que en las grandes ciudades europeas, junto a personas y grupos que viven en la opulencia, hay sectores sometidos a una fuerte marginación; que buena parte de los inmigrantes -sobre todo los de primera generación- están seriamente discriminados; que la distancia entre los más ricos y los más pobres sigue siendo escandalosa, y todo el etcétera que se quiera. Pero, en definitiva, si giramos la vista hacia atrás, los avances son indiscutibles, mucho mayores que en cualquier otra época histórica.

Ahora bien, si en algún momento se ha creído -con la fe del carbonero- que por vías rápidas accederíamos a paraísos imposibles, entonces es probable que uno se encuentre desencantado y considere que la izquierda en Europa ha fracasado totalmente. En este caso, sin embargo, los frustrados no son los que han ido a recibir a Marcos y los suyos, sino quienes los critican. Por tanto, no veo razones suficientes para mantener que Saramago y compañía son unos melancólicos que añoran la revolución que no pudieron hacer en su día, sino que su gesto va en otra dirección: indicar que la gran debilidad del progreso de la libertad e igualdad en Europa es, desde una perspectiva de izquierda, su responsabilidad en la desigualdad económica, la falta de libertades básicas y el desequilibrio social y cultural del mundo. Ahí está el gran déficit de la izquierda europea: en encerrarse en sí misma y no querer ver el escándalo que supone, desde su perspectiva ideológica, la situación mundial.

En efecto, así como antes he dicho que el grado de libertad e igualdad en nuestro continente es -con todos los defectos que se quieran- muy aceptable, en el mundo -en el Tercer Mundo, quiero decir-, la desigualdad y la falta de libertades crecen de modo alarmante con la complicidad y la cooperación europea, también de sus fuerzas de izquierda.

Para empezar, hemos de ser conscientes de que el Tercer Mundo comienza en las fronteras mismas de Europa occidental, de aquella rica y confortable Europa que creció y se desarrolló al amparo de la guerra fría y de la división en bloques. Al desplomarse el bloque perdedor, Europa -con excepción de Alemania al anexionarse su zona oriental- no sólo no lo ha ayudado de forma significativa, sino que ha arrasado militarmente algunas de sus zonas. La responsabilidad de Alemania y, después, la complicidad de todos los demás países europeos en la terrible y todavía inacabada guerra de los Balcanes es más que evidente si se repasan fríamente los hechos acaecidos allí a partir de 1989.

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Por otra parte, los préstamos a Rusia y a países menores otorgados por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional sólo han servido para fomentar un capitalismo corrupto e inútil para su país, pero provechoso para los bancos occidentales, que son las instituciones financieras donde se depositan a corto plazo estos préstamos. Igual sucedió en Latinoamérica hace 20 años: a las corruptas dictaduras de entonces se les facilitaron unos créditos que superaban con mucho su capacidad financiera, y todavía hoy, año a año, los están devolviendo con intereses a la potente banca occidental. La economía occidental crece por el tirón de unos mercados financieros especulativos, todopoderosos e incontrolados. La presente crisis de Estados Unidos comienza a demostrarlo. Así, la distancia entre ricos y pobres, a escala mundial, aumenta año tras año ante la pasividad, cuando no la colaboración, de la izquierda occidental.

Hay una estrecha y vergonzosa relación entre la situación de los países ricos y la de los países pobres. Denunciar con un gesto tanto esta relación como la responsabilidad que en ella tienen los gobernantes de la izquierda europea es, probablemente, el motivo del viaje a México de Saramago y sus compañeros.

Francesc de Carreras es catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.

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