Republicanos
La esperanza ya sólo era el horizonte; y el horizonte, una alambrada de espinos y ausencias; y los muelles, todo el naufragio; y cada uno de ellos, la presa codiciada por los señoritos golfos y los escopeteros de postín, los mercenarios y sus mastines, que les pisaban los talones o los acechaban en sus apostaderos, envalentonándose con la bota de vino y los gozos del rosario. Llegaron bajo una tempestad de pólvora, y el Mediterráneo olía a cárcel y a ejecución sumarísima. Era martes, 28 de marzo, y había una reserva de fechas en el almanaque, para celebrar la más rastrera liturgia del odio. Llegaron a miles, y la ciudad los contempló abatidos, insomnes, lívidos, con el cadáver de un hermoso sueño a hombros, en medio de tanta desolación. Llegaron, recorrieron las calles del desencanto, se asilaron en el puerto y escudriñaron el mar, por donde se desplegaba la teoría del exilio. Profesores y obreros de la metalurgia, mujeres de ternura insobornable, braceros de los trigales y los campos de batalla, niños con la pelota en la mira de los fusiles, milicianos chamuscados en las trincheras de la libertad, poetas en el fragor de los versos, ideólogos del género humano, anarquistas, marxistas, defensores de la legalidad: eran los republicanos.
Tan sólo dos navíos para rescatar aquella multitud, antes de que los legionarios de indumentaria tenebrosa y canciones fascistas ocuparan la capital de la provincia. Luego, se la sirvieron, con todos los cautivos, a los soldados de Franco, para que Franco dictara su último y victorioso parte de guerra, y la historia escribiera una página universal: la memoria de un horror, que también conmovió al mundo. A punta de bayoneta, los republicanos desalojaron los muelles de Alicante, bajo la llovizna y el ultraje. 62 años después, unos pocos supervivientes recuerdan cómo un joven y atlético capitán del ejército popular, se desnudó, se cubrió el cuerpo, con la bandera tricolor, y se lanzó de cabeza al mar. Nunca me derrotarán, dijo. Y lo vieron nadar pausadamente, hasta más allá de un horizonte alambrado de espinas y ausencias. Sin duda, lo consiguió, piensan. Y siempre es un alivio.
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