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Columna
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La obligación de recordarles

El domingo pasado, día 18, celebramos en Tolosa un homenaje a José Luis López de la Calle, nacido en la villa, y a Juan Mari Jauregui, concejal de su Ayuntamiento hace unos años, ambos asesinados por ETA en el transcurrir de ese siniestro 2000 que nos ha tocado a los vascos. El homenaje en común no se justificaba sólo por razones de vecindad, sino por la condición de amigos que Juan Mari y José Luis mantuvieron durante casi treinta años; amistad nacida de la camaradería política, ya que ambos tuvieron parte relevante en la actividad antifranquista en Euskadi, por la que padecieron detención y encarcelamiento.

José Luis y Juan Mari militaron y tuvieron responsabilidades de dirección en el Partido Comunista de Euskadi y participaron de aquella corriente llamada eurocomunismo que, si bien no pudo cumplir sus planes de regeneración del movimiento comunista, dada la gravedad de los males que le corroían, tanto aportó a la restauración de las libertades en nuestro país, mediante su lucha, su apelación a la reconciliación nacional y su inequívoca apuesta por el sistema democrático. A la vista de algunas derivas actuales, y en aras de no perder la memoria de nuestra historia, me parece oportuno recordar que aquel PC de Euskadi, ya en 1975, a la vez que reclamaba el autogobierno estatutario, proclamaba públicamente (con la publicidad, lógicamente, que era posible a un partido todavía clandestino) sus dudas respecto a que ETA respetara la voluntad de las urnas una vez restaurada la democracia; que en los mítines de la primera campaña electoral en 1977 era el único partido de los provenientes de la oposición democrática que condenaba los atentados de ETA, pese a la incomprensión e incluso los abucheos de parte del público; y que la primera manifestación de rechazo a los crímenes de ETA que conoció la Euskadi democrática la protagonizaron en Sestao un puñado de militantes del PC y de CC OO con ocasión del asesinato del periodista José María Portell.

'Es la propia naturaleza de ETA la que le que le lleva, coherentemente, a atacar a quienes representan la memoria de la resistencia democrática'

Ese espíritu con el que Juan Mari y José Luis militaron en el Partido Comunista mientras ello fue posible es el que mantuvieron en su posterior actividad pública: Jáuregui, en el PSE-EE y como gobernador civil de Guipúzcoa; López de La Calle, en sus colaboraciones en las páginas de diversos diarios y como uno de los fundadores del Foro de Ermua.

No nos hacía falta que ETA asesinase a José Luis y Juan Mari, o que lo intentase también con otra figura de la resistencia antifranquista como José Ramón Recalde, para entender que ETA tiene a la democracia y a los demócratas como principales enemigos a batir. Pero cuando, entre nosotros y en nuestros alrededores, todavía nos encontramos con algunos empeñados en seguir viendo en ETA tan solo una lamentable excrecencia de pasados tiempos de opresión no del todo bien resueltos, resulta imprescindible insistir, y gritar si es preciso, que es la propia naturaleza de ETA la que le lleva coherentemente a atacar a quienes representan la memoria de la resistencia democrática.

La pelea por la libertad de José Luis y Juan Mari no pudo encontrar pausa, primero contra Franco, luego contra ETA. La protesta contra el terrorismo propicia el reencuentro entre veteranos de añejas batallas, pero también el encuentro con gentes (por lo general más jóvenes, pero no todas) procedentes de otras experiencias y tradiciones, conformando lazos de fraternidad que el común anhelo de libertad y, sobre todo, el calor y apoyo mutuo ante la amenaza, teje por encima de diferencias ideológicas o políticas. Entonces se trataba de dar fin a un régimen dictatorial y abrir paso a una sociedad democrática y hoy se trata de preservar nuestro sistema de libertades. Fue José Luis López de la Calle, pocos días antes de que lo asesinaran, quien subrayó el mayor grado de amenaza y crueldad que ejerce ETA, en comparación con la protagonizada por el tardofranquismo. Lo decía el mismo José Luis que había sufrido 5 días de tortura en comisaría y 5 años de cárceles franquistas. Esta amenaza no se dirige en exclusiva contra quienes levantan consciente y voluntariamente su voz para oponerse a la barbarie, se ejerce también cotidianamente contra todos aquellos que en su ocupación habitual, pública o privada, tienen la tarea de contribuir al buen funcionamiento de una sociedad libre. Maestros y profesores, periodistas y escritores, creadores artísticos o de opinión, empresarios y sindicalistas, jueces y fiscales, miembros de los diversos cuerpos de seguridad, concejales y cargos de los partidos no nacionalistas, etc., son precipitados a asumir, en un grado u otro, la condición de resistentes si quieren ejercer su oficio con libertad y dignidad.

Todos ellos viven, vivimos, una pesadilla. A propósito del asesinato del ertzaina Iñaki Totorika, Xabier Arzalluz escribía que en nuestra tierra se repetía una vez más la historia de Caín y Abel, con la particularidad de que la víctima era un Abel que tiene los mismos sueños de futuro que Caín. Supongo, que dentro del PNV, algunos de sus afiliados y muchos de sus simpatizantes y votantes no se sentirán partícipes de esa fraternidad onírica que su líder proclama, pero, en cualquier caso, lo que no me ofrece ninguna duda es que la pesadilla que padecen muchos ciudadanos vascos alcanza toda su dimensión con la coincidencia en los sueños de Caín de los dirigentes de las diversas formaciones nacionalistas, entre las que se incluyen aquellas que todavía ostentan la responsabilidad de velar por la libertad y la seguridad de todos.

Quienes participamos en el homenaje a José Luis y Juan Mari no lo hicimos tan solo por una razón de amistad o un deber civil, sino, también, porque recordarlos nos ayuda a acercar el final de la pesadilla.

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