Sin remedio
Pasaban el tiempo en un banco en la calle del Marqués de Urquijo, no de los de guardar dinero, claro, pues eran mendigos.
Les veía algún sábado y a veces me pedían:
-Deme algo, señor...
-No llevo -les decía a veces; otras les daba alguna moneda.
El sábado pasado no les vi donde siempre. Pero al llegar al cruce con Princesa vi a uno de ellos llorando mientras hablaba con una señora. Me acerqué con disimulo para no importunarle y le oí decir: 'Era mi amigo y ha muerto bajo los escombros'.
El mundo no tiene remedio -pensé-. ¿Habrá algo más injusto que morir aplastado bajo un edificio cuando se es un sin techo? Si la providencia no lo remedia, y parece que no, ¿qué podemos hacer los demás?
Qué verdad es que a la hora de morir todos somos iguales; pero sólo a la hora de morir, porque hace tiempo que estoy convencido de que la desgracia se ceba siempre en los más débiles.-