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Columna
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Por el cambio

Resultaba patética la foto del Kursaal en el acto de presentación, el pasado sábado, del programa de la coalición PNV-EA. Tanta satisfacción ante el polvorín que se presentaba denota o bien irresponsabilidad o bien estupidez, o bien ambas cosas. Podría significar también la complacencia algo demoníaca del manipulador de marionetas que sonríe a sabiendas de que el desastre siempre le será ajeno. Tal vez sólo desde esa perspectiva se pueda comprender la 'coincidencia objetiva' entre víctimas y verdugos a que hacía referencia el inefable Egibar algún día antes de la presentación de marras. No hay objetividad sin sujeto que pueda establecerla y al que, en definitiva, nos remite. Y el sujeto son ellos, el único sujeto, los nacionalistas del PNV y EA, viga maestra de la construcción nacional. Sólo así se puede hablar de una coincidencia entre enemigos y hacer una pirueta que haría sonreír al mismo Hegel. La bonhomía de los firmantes del Kursaal se constituye en el fiel que hace coincidir en la negación a todo aquello que se mueve de una forma que no les gusta. Lo que hace peligrar el estrado es malo y todos los malos son iguales, luego coinciden. Extraña lógica de la oposición ésta, en la que uno de los polos, el que no es malo, se sustrae a la contienda y es incapaz de comprender que los contendientes se pegan. Y que unos matan y que otros mueren, hecho que marca una diferencia radical entre los contendientes en pugna.

Pero ellos, los nacionalistas, no entienden. Se palpan la barriga y se almidonan los rizos, y ven sólo coincidencias sin el menor escrúpulo. Miran a un lado y otro y ven el Mal, eso que les amenaza, y que contiende. ¿Contra qué? Contra todo, pues es parte de la naturaleza del Mal ese afán por la contienda insidiosa sin hacer distingos. El Bien en cambio jamás contiende. Y le es connatural además hacer el bien. Haga lo que haga, disponga lo que disponga, la maldad siempre le será ajena. Esta será patrimonio de los que contienden y coinciden. Es por eso por lo que el nacionalismo vasco puede cometer o proponer cualquier barbaridad y sonreír.

Semejante camino real hacia la impunidad no se alcanza, sin embargo, sin la complacencia de los escuadrones del Bien. Llamémosles votantes. Pues el Bien democrático es un bien mayoritario que requiere del voto para ejercer su bondad. No es ciertamente esa su vocación, ya que el Bien impune aborrece la contienda y ansía borrar toda ocasión de insidias; pero, vileza de los tiempos, o deseo de manifestar que está donde está como flor querida, el Bien es votado, al menos hasta que se creen las condiciones para que eso no sea necesario. El Bien, pues, ejerce, y tiene venia. La tiene, por ejemplo, para pactar con los asesinos y salir de la operación sin mancharse. La ceniza de la aventura cae sobre las víctimas. Lo que hizo lo hizo, como no podía ser de otra forma, por bondad, en aquel caso por la paz. Tiene venia también para proponer un programa que proyecta un horizonte de guerra civil. Lo hace también por bondad, en este caso el objetivo es el diálogo. La ceniza caerá también sobre los otros.

Pero preguntémonos ahora cuáles pueden ser las consecuencias de ese programa, y juzguemos. El triunfo electoral de los partidos defensores de la autodeterminación -y en esto el Bien sí coincide con el Mal- supondría una baza para los defensores de la autodeterminación en sentido fuerte, o sea ETA y EH, cuya presión acabaría por anular las piruetas semánticas de PNV y EA en torno a la palabreja salvífica, y arrastrándonos tras un periodo no excesivamente largo de dolor, horror y temblor, a una consulta secesionista que serviría de punto de inicio para limpiar todo lo que previamente no se hubiera limpiado. ¿Qué papel les correspondería a los sonrientes del Kursaal tras ese abrazo con el Maligno? El de burócratas del dolor. Sonreír con ellos, es decir, votarles, es contribuir a la tragedia. Equivale a 'la vida tras la máscara' de la que hablaba Karl Jaspers a propósito de la actitud de los ciudadanos durante el nazismo. Renunciar a esa máscara supondrá también desenmascarar a lo que se nos presenta como el Bien y mostrar su indecencia. Sólo evitando el poder totalitario se puede estar a favor del diálogo. Y de la disputa.

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