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Columna
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¿Elecciones con muertos?

El lunes firmaba el lehendakari Ibarretxe el decreto de disolución y la convocatoria de elecciones. El martes al mediodía, 24 horas después, era asesinado con pérfida frialdad un hombre a buen seguro que bueno (y esto lo sabían también los asesinos, y no les importó). Un hombre libre, un militante de un partido que concurre a estas elecciones. Vileza sobre vileza. Recuerdo el año que mataron al senador Enrique Casas. Ha llovido desde entonces, es cierto. Pero se trataba, como ahora, del inicio de unas elecciones. Recuerdo una huelga general a la que se sumó HB. Recuerdo los rumores de la calle: esto no ha podido ser cosa de ETA, decían sus partidarios. Y no lo había sido. Fueron los Comandos Autónomos, a los que en el entorno de HB se trató como a fanáticos enloquecidos. ¿Dónde están quienes decían aquello sin parar ahora los pies a sus matones?

Toda muerte es abyecta, ya se había sembrado la semilla, se dice. Cierto, muy cierto. Pero permítaseme ser lo suficientemente ingenuo como para razonar con simpleza: quien pone un coche a 140 está poniendo en peligro la vida de la gente pero, definitivamente, es ese volantazo por adelantar el que atropella a la criatura. ETA llevaba en su seno el huevo de la serpiente, pero han sido las últimas decisiones las que han hecho que el totalitarismo impregne a todas sus secciones, en especial, por desgracia, a la más joven.

Y no puedo olvidar que quienes dicen amar 'como nadie' este país, Xabier Arzalluz y su hombre en el gobierno, hayan dado desde 1997 tanto oxígeno a quienes lo arruinan, a quienes nos tiranizan. No lo puedo olvidar y no lo hago. Pero no quiero poner el acento en ello, ni extender esa tremenda culpa al conjunto del PNV. No lo quiero hacer. Ahora tenemos unas elecciones por delante. Y hay ciertas prioridades que debieran guiarlas. Primero: éstas no van a ser unas elecciones libres. No desde el momento en que va a haber muertos en alguno de los partidos que se presentan a ellas. Y segundo: dígase lo que se diga, la prioridad el 14 de mayo está en enderezar el rumbo del país desterrando el totalitarismo.

Permítaseme seguir razonando con la simpleza del hombre estadístico, esa medianía a la se adula pero a la que nunca se escucha. Si éstas corren el riesgo de no ser unas elecciones libres, todo aquél que está por la libertad deberá trabajar porque lo sean. Las instituciones, porque les toca. Y los partidos demócratas, por amparar a los perseguidos. ¿Cómo? ¿Sería mucho pedir un acto unitario por la libertad el primer día de las elecciones? Probablemente, sí. Pero nos gustaría, vaya si nos gustaría. O que hoy dijera Ibarretxe: 'Han matado a uno de los nuestros. No consentiremos ni uno más'. Bastaría con que dijera que no es que ETA se equivoque, sino que son sus enemigos y que nunca, ¡nunca!, pactará con totalitarios. Sería una apuesta estratégica que es ya urgente.

Y si la prioridad el 14 de mayo es enderezar el rumbo del país desterrando el totalitarismo, se hace inevitable, con una u otra fórmula, un gobierno de concentración (máxime viendo las encuestas). Los partidos podrán negociar la fórmula, eso sí. Pero alguna es necesaria para que hablemos de nuevo de la apuesta que este país hizo con el Guggenheim o del paro en la Margen Izquierda o del tren de alta velocidad (¿se acuerdan de cuando hablábamos de esas cosas?).

Carecemos de esa opción en estas elecciones. El PNV tratará de demonizar a Mayor Oreja. El PP de mostrarse radicalmente contrario a lo que ha representado el PNV de Arzalluz (y no sin razón). Pero, ¿quién establece el puente tan deseado? Redondo no lo descarta, no descarta nada. Tal vez sea lo acertado: no se puede hablar de acuerdos antes de que las elecciones se celebren. Cierto. Pero debiera comenzar a ser más explícito en un mensaje de concordia contra ETA y preparar a su partido para un futuro de entendimiento. Y que sea el que lo rechace quien se arroje a las tinieblas. Veremos lo que ocurre.

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