Oscura e irónica conciencia
Josep-Vicent Marqués recuerda los motivos y el contexto que impulsaron a escribir 'País Perplex', ahora reeditado

En correspondencia con el calificativo que acababa de recibir de uno de los participantes y después de ser objeto de numerosos elogios, Josep-Vicent Marqués asintió y sonriendo explicó que lo que tocaba en la tarde de ayer era que él hablara mal de su libro. De esa manera habría seguido con 'esa tradición' que define al sociólogo y escritor como un 'heterodoxo de la heterodoxia'. Pero no era el caso. Marqués se retrotrajo a los años setenta y recordó los motivos que le impulsaron a la redacción y publicación de un libro de título aliterativo, País perplex, cuyas tres oclusivas no han impedido que, 28 años después, este ensayo vuelva a estar en la boca de intelectuales y estudiosos valencianos gracias a la reciente reedición de Tres i quatre.
Todos los profesores reunidos en la mesa que presidía un abarrotado salón de actos de la antigua Universidad de Valencia, en la calle de la Nave, coincidieron: País perplex no ha perdido vigencia y continúa siendo una lectura recomendable y muy sugerente. Vicent Soler, que ejerció de moderador, Ramon Franquesa, Gil-Manuel Hernández Martí, Rafael Castelló y Alfons Cucó así lo atestiguaron. No en vano, todos ellos, a excepción de Soler, han contribuido a esta tercera edicicón con sus correspondientes escritos en los que se detienen en aspectos diversos del ensayo que abrió nuevas vías de interpretación a la tan discutida cuestión nacional de los valencianos. Faltaban Joaquín Azagra y Pepa Chesa, que no pudieron asistir al acto organizado por el Fòrum de Debats de la Universitat de València.
Y otros que no llegaron a escribir por diferentes motivos pero que Marqués se encargó ayer de recordar y enumerar con dosis de ironía que bordeaba la crítica más o menos amistosa y cómplice. Se refirió sobre todo al presente Vicent Franch -'home de la dreta civilitzada, i més que es civilitzarà'-, y al ausente Vicent Martí -de quien dijo que no aceptó la sugerencia de rebajar su carga habitual de insultos-, y en mucha menor medida al rector de la Universidad de Valencia, Pedro Ruiz, también ausente.
Siguiendo el hilo marcado por la heterodoxia argumental, el sociólogo se autodefinió como el menos catalanista de los catalanistas, en cuyo extremo situó a Josep Guia, apuntó Marqués mientras le miraba; o el más catalanista de los no catalanistas.
Rememoró el sociólogo las discusiones de los setenta con amigos marxistas sobre la existencia o no de la burguesía valenciana. Él era de la opinión de que sí que existía, aunque era 'una porquería', al contrario de aquellos que consideraban el franquismo como el freno que impedía la aparición de la misma.
Constató que la lengua autóctona era percibida como un signo de inferioridad y, a pesar de que verificó los 'signos de la ausencia de identidad nacional, ni española, ni catalana ni valenciana', Marqués se fijó 'en las propias tonterías que decían los valencianos sobre ellos mismos' y concluyó que, de alguna manera, esto era una prueba de la identidad nacional de los valencianos.
Sin perder el tono jocoso, Marqués aludió a los elementos que contribuyeron a la elaboración de su obra en la que acuñó la expresión de 'fosca conciència'. Habló del autoodio, de la falta de atrevimiento para articular una conciencia que existía y la exaltación del discurso triunfalista valencianista y conservador, que no es más que la manifestación de un complejo de inferioridad. En este sentido, encontró material para el estudio en el libro de José Ombuena sobre la ciudad de Valencia, recordó.
Marqués subrayó que si País perplex hubiera sido leído y entendido por la izquierda y el nacionalismo 'no se hubiera luchado tan mal en la Batalla de Valencia'. En el ensayo se apuntaba la idea de que el blaverismo tenía más fuerza de lo que se pensaba y que no se acabaría con la consolidación de las elecciones y las instituciones democráticas.

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