Volver al Carmen
Cual la novela de análogo título, paradigma del revulsivo estilo de Juan Benet, Volverás a Región, parece como si el Plan Especial de Protección y Reforma Interior de barrio del Carmen, aprobado por la Comisión de Urbanismo del Ayuntamiento de Valencia, tiene, por fin, el decidido propósito de permitirnos recuperar lo que nunca debimos haber abandonado.
Nacido en pleno corazón del citado barrio, junto a la iglesia de la Santa Cruz, en la plaza donde el palacio de Pineda, actual sede en Valencia de la Universidad Menéndez y Pelayo, concita a ambos lados las miradas entusiasmadas de los visitantes ocasionales, confío que la reforma no destruya los ambientes que nos mantienen vivos los recuerdos, y permita, algo tan sencillo, como recuperar el sentido que siempre debe tener el centro histórico de las ciudades.
Por demás, tenía razón Trini Simó, cuando recientemente, desde esta misma tribuna, defendía la habitabilidad de las ciudades, y celebro coincidir con ella, y con tantos otros ignorados, en el pensar que las luces de las farolas no deben impedirnos ver las estrellas de la noche, ni los ruidos de las motos oír el vuelo de los pájaros.
Disfruté el barrio, lo atravesé a diario, y siento tan familiar la farmacia de Gil Corell en el chaflán de la plaza de Serranos, hoy Dels Furs, junto a casa Mario, como el horno de Montaner, la bodega de Bermell, o la casa de disfraces de Insa, en plena calle Baja.
Los refugios antiaéreos, con su grafía característica del tiempo de la República, fueron descubiertos en nuestras andanzas por las calles de Serranos o por las de Ripalda-Sogueros, antes de que éstos fueran utilizados como casales por las correspondientes comisiones falleras.
Transité sus plazas, desde la de Nules, donde la Academia de los nocturnos, a la de Sant Jaume, paseé sus calles de Caballeros, 'humitats i tenebrors', gràcies María del Mar, o de Na Jordana, donde las casas obreras fueron también estudios de jóvenes pintores, como Javier Calvo o Palomar, y admiré su iglesia de San Lorenzo o el claustro del Carmen, junto a lo que era Bellas Artes de San Carlos, mientras el deterioro del barrio iba acentuándose y muchos de los vecinos lo íbamos abandonando.
Cuantas veces puedo lo frecuento y en él me encuentro en casa . El ambiente puede no ser el mismo pero tampoco nos es ajeno. Juan Goytisolo, en un bellísimo artículo, insistía, hace unos días, en la idea de devolver a quien nos lo ha dado, la expresión misma de nuestra esencia. El barrio del Carmen es la Valencia urbana profunda, la que reconocemos, y la que permite reconocernos. Valencia es el barrio del Carmen, con sus gentes y su luz.
Es lo esencial, lo demás es complementario. Qué duda cabe que necesario, pero nunca fundamental. Son capas sucesivas que se van adhiriendo al núcleo básico, pero es éste el que nos da, la específica manera de ser. Lo que somos y lo que los demás esperan encontrar en nosotros. Cada ciudad tiene su alma, con la que se identifica. Sevilla no es la de la Expo del 92, ni tan siquiera la de la exposición Iberoamericana de 1929, aún cuando sus realizaciones se hayan incorporado a su memoria colectiva. Sevilla es la del barrio de Santa Cruz, como Barcelona es la del barrio gótico y las ramblas, por importante que para su acervo común hayan sido las Olimpiadas o las exposiciones internacionales de 1888 y 1929.
Podríamos continuar con otros ejemplos igualmente concluyentes de ciudades españolas o extranjeras, y siempre veríamos cómo debemos buscar y potenciar lo que nos identifica.
La Valencia fundamental, y monumental, continúa estando dentro de las murallas del histórico plano del padre Tosca. Actuaciones posteriores como las derivadas de las exposiciones regionales de 1883 y 1909, o las del ensanche, incluidas las propias de la ciudad de las Artes y de las Ciencias, sólo pueden alcanzar a ser comprendidas, cuanto más se refuerce el carácter de la ciudad, identificado principalmente con el barrio del Carmen, al que todos necesitamos volver.
Alejandro Mañes es licenciado en Ciencias Eonómicas y Derecho.
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