'QUIERO MORIR EN LA PLAZA, COMO UN BUEN TORERO'
Afirma que esta vez sí será su última candidatura a la Presidencia de la Xunta y asegura que él sí dejará resuelta su sucesión. Manuel Fraga niega rotundamente haber perjudicado a su partido con su gestión de las 'vacas locas'
Aunque no va con su carácter, se distancia tras la mesa de su despacho cuando intuye que la conversación no le va a resultar placentera. Pero no hurta ni la mirada ni la expresión, contenida a duras penas por un autodominio constante. Es la primera vez que puede hablar de Galicia sin sufrimiento.
Pregunta. Estaba pensando en preguntarle si ésta va a ser, de verdad, la última vez que se presenta como candidato a la presidencia de la Xunta, señor Fraga. Porque con usted nunca hay última vez.
Respuesta. Ya lo he dicho, ya lo he dicho que es, efectivamente, la última vez, y por muchas razones. Aunque todavía me quedan muchas cosas que hacer por mi tierra. Pero, en fin, lo que sí he conseguido es algo que para mí es lo más importante que yo debía hacer por Galicia, que es ponerla en el mapa. Que los gallegos ya se las arreglarán luego, pero eso era lo importante, porque antes era más fácil llegar a Buenos Aires desde Galicia que llegar a Madrid o a Barcelona. Y, bien, yo lo voy a dejar cuando cumpla el próximo mandato si Dios quiere; lo tengo que dejar en manos de otros, como ya hice en Madrid. Lo que pasa es que siempre hay que buscar el momento oportuno, que no es siempre el que uno personalmente desea. ¡Esto es lo que hay, y punto!
P. Es evidente que a usted le han pasado los años por encima pero...
R. ¡Como a todo el mundo!
P. ... Cuando le veo a usted caminando a zancadas, todavía, resoplando detrás de su bastón,
R. ¡Resoplando no! ¡Eso es de marsopa! (Ja, ja, ja).
P. Como quiera. Lo que me pregunto es de dónde saca os folgos (alientos) para aguantar como aguanta.
R. Tengo que dar muchas gracias a Dios porque me ha dado una buena salud, porque hasta ahora que me han hecho una pequeña intervención no había sabido lo que era una anestesia en mi vida; no había pasado de catarros o pequeñas indigestiones, aunque es bueno saber que estamos todos hechos de la misma pasta. Yo soy un paisano gallego, nieto de campesinos, hijo de emigrantes que se curtieron en la vida dura de la Cuba de entonces, y que ha aprendido mucho de ellos. De ellos saco yo os folgos, como usted bien dice.
P. Ya, pero ¿a usted no le 'acongoja' pensar en las elecciones, en esa campaña maratoniana en la que usted se empeña en estar en varios lugares a la vez?
R. ¡No, no! Aunque eso de estar en varios lugares al mismo tiempo, eso sólo Dios puede hacerlo. Pero pienso hacer una campaña desde luego decente, sostenida y decente, como decían los gobernantes viejos en tiempos de Carlos III. ¡Hombre! Todos estamos en las manos de Dios y las cosas siempre pueden ir para peor, aunque no esperamos eso. Mire usted, yo ya sé cómo hacer. Comprenderá usted que yo ya he vivido cosas muy complicadas a lo largo de mi vida. Soy el decano de los políticos en ejercicio y estoy ya templado. ¡Tengo las espaldas cuadradas!
P. Pero parece que las cosa ya no le van a ser tan fáciles, don Manuel. No sé si está usted mejor preparado para ganar o para morir matando.
R. ¡La expresión esa de morir matando no me gusta nada, no es la apropiada al caso! Las elecciones son un certamen cívico, democrático. Y bien, luego, ¡a quien Dios se la dé, san Pedro se la bendiga. Yo nunca he tenido las cosas fáciles, y le recuerdo que la primera elección en Galicia que gané, la gané contra todos los pronósticos. Entonces sí que era para preocuparse, y sin duda hubiera sido el final de mi carrera política. Personalmente creo que el pueblo gallego ya sabe una cosa: tiene que escoger entre la mayoría nuestra, para seguir haciendo cosas de importancia, o bien una fusión aleatoria entre el Bloque y el socialismo gallego, que ya se ha visto cómo funciona y que es una simple coyunda de intereses. Pero, en cualquier caso, yo a las elecciones voy a ir con espíritu deportivo, y creo que también sabe que tengo las de ganar, porque ahí está la obra hecha: no hay día en el que no hayamos hecho algo importante.
P. Me imagino que ahora, con su candidatura por aclamación, algún pensamiento se le habrá ido hacia algunos yuppies del PP que quisieron cambiarle el partido, que denostaban a los de la boina.
R. Usted ya sabe que yo no soy muy amigo de esas caracterizaciones, porque nosotros estamos consolidados en todos los estratos sociales Y eso de la boina, pues sí, que se habrá acuñado con alguna intención, pero mejor es que lo dejemos para el pasado... El partido tiene que cambiar como cambian los seres vivos. Yo no he dejado de cambiar desde que he nacido hasta ahora.
P. Pero a usted le querían cambiar su PP gallego a contrapelo, don Manuel...
R. ¡Usted dice eso y yo le digo que no es verdad! ¡Usted dice una cosa y yo tengo derecho a sostener la contraria! Yo respeto su opinión, pero usted acepte, por lo menos, la mía!
P. Usted debería aceptar que las gentes de su partido que le criticaron por los resultados de las últimas elecciones y que provocaron la caída de Cuiña son las mismas que ahora le aclaman como candidato, otra vez, para que vuelva a dar la cara, ¿no?
R. Es evidente que un partido puede tener debates sobre el liderazgo y que, por supuesto, todos nos equivocamos, y que los que, como yo, llevamos más tiempo estamos más expuestos al riesgo. Pero, a la hora de la verdad, resulta que, como decía aquel anuncio: 'Mejores no hay'.
P. O sea, que Cuiña y su gente estarán en la primera línea de la campaña.
R. Él va a ser el candidato por Pontevedra. Y, aunque no tenga la responsabilidad que tenía antes, va atener un papel importante en un ámbito donde siempre lo ha hecho muy bien. Las gentes como Cuiña siempre van a estar en la primera línea, siempre.
LA CRISIS DE LAS 'VACAS LOCAS'
P. En esa primera línea de fuego electoral usted se va a topar, de nuevo, con los ganaderos gallegos, que habrá que pensar que le estarán agradecidos, después de verle a usted aguantando el tirón en la crisis de las vacas locas.
R. Los ganaderos gallegos han sufrido las consecuencias del problema de las vacas locas, y ¡quiera Dios que no tengan que sufrír el de la aftosa! ¡Pero nosotros no tenemos ninguna culpa en ninguna de las dos cosas! Yo sé que los ganaderos gallegos están seguros de que yo estoy a su lado -como es mi obligación más sagrada- y que todas las cosas que han pasado este año... Mire usted, yo no he soplado para que vinieran los temporales, y aquí nunca había habido vacas locas, y además no han sido muchas y ahora está todo controlado. Ahora, lo que me tiene a mí muy preocupado -que se lo pido a Dios y a Santiago, y sobre todo a san Roque- es que no nos venga la aftosa, porque eso sería terrible. Espero que los ganaderos sean conscientes de que yo he dado la cara por ellos.
P. Reconozca, don Manuel, que lo de las vacas locas le ha estallado a usted bajo los pies, que incluso ha minado su prestigio de gobernante controlador y eficaz y que...
R. ¡Es que no he terminado de hablar! Lo de que la crisis de las vacas locas haya minado mi prestigio... ¡De ninguna manera! Yo creo que la gente sabe perfectamente que yo no tengo nada que ver con eso y que estamos luchando contra eso. Naturalmente, los Gobiernos están para estar a las duras y a las maduras; pero, repito, que ni con el temporal, ni con las vacas locas, ni con la aftosa, si viene... ¡nada tengo yo que ver!
P. Algo tendrá que ver usted con que hayan aparecido vacas locas diseminadas por toda Galicia, con la imagen de una Galicia rural fuera de todo control.
R. ¡Yo no estoy nada de acuerdo con eso! Ésa es una versión interesada que alguien ha dado, entre otras cosas porque aquí, como hay más control, han aparecido más casos. Aquí tenemos más capacidad de investigar todos los casos, que, afortunadamente, se están reduciendo. Pero no tengo yo la sensación de que hayamos perdido el control. Lo que sí es verdad es que aquí nos ha afectado más, porque, para un ganadero gallego, la vaca, que vale tanto, es también un miembro de la familia. Es muy doloroso.
P. Aquello de los enterramientos ilegales... No sé qué le habrá resultado más duro: tener que rectificar sobre la marcha o pensar cuántos votantes del PP había entre los indignados vecinos que se sublevaron.
R. Para mí no ha sido duro nada, creo que he cumplido con mi deber. Se hizo una rectificación, por supuesto; se renunció a aquel procedimiento y punto. No teníamos medios para la incineración y hubo que recurrir a aquel método que, por otra parte, había sido utilizado en toda Europa como usted sabe. Yo he tenido que rectificar muchas veces en mi vida, y sobre todo como en aquella ocasión, pues... todo el mundo sabía que en el origen del problema no teníamos ninguna responsabilidad. Asumimos todo lo que había pasado y creo que el que no es capaz de rectificar, pues ni es político ni es nada. El director general de entonces actuó con la mejor buena voluntad, pero luego tuvo que reconocer que el procedimiento no era el adecuado y tuvo que presentar la dimisión.
P. Y luego usted tuvo que ir a Madrid a darle explicaciones a Aznar. Y a pedirle que aflojara, que los ganaderos gallegos no estaban preparados para la aplicación drástica de las normativas que se impusieron.
R. Esa versión que usted tiene... Yo hablé con el ministro de Agricultura exclusivamente. Porque, al principio, efectivamente, fue todo muy dificil, por inesperado.
P. Pero usted fue de tapadillo a Madrid a ver a Aznar.
R. No fui de tapadillo a Madrid. ¡No hablé más que con el ministro de Agricultura! ¡Ya lo he dicho! Y todo lo que se diga al respecto yo lo desmiento terminantemente.
P. Pues yo pensé en algún momento, viéndole tan agobiado, que lo mismo dimitía.
R. Nunca pensé en dimitir. No era momento para eso, ni para dejar a Galicia sin el apoyo que yo le pudiera dar. He pasado por situaciones muy duras y sé perfectamente que uno puede presentar la dimisión cuando los conflictos están cerrados, terminados, y no en medio del problema. Eso yo no lo he hecho ni lo haré en mi vida.
P. Hay quien dice que usted le ha hecho un buen agujero a su partido, y a sí mismo, en unas elecciones que estaban ganadas. ¿Se siente responsable de eso?
R. Yo tengo la sensación de que la gente en general ha comprendido perfectamente lo que ha pasado. En el campo la situación no es como usted sugiere. ¡Al menos en este momento! Los que sí van a hablar mucho de eso son los de la oposición, que sin duda lo van a utilizar; lo que no entiendo es por qué está usted haciendo el mismo esfuerzo que la oposición. En cuanto a lo de que si yo he hecho un agujero en mi partido, pues... ¡Eso es absolutamente falso, como se verá el día de la votación! Sencillamente, porque vamos a ganar. Yo no me siento ni responsable ni culpable, ni nada. ¡En absoluto! Creo que sigo siendo una buena baza electoral. ¡Ya lo verá usted, ya lo verá!
P. Habrá, después de las suyas, otras elecciones. ¿No tiene usted la sensación de que al presidente Aznar se le ha abierto antes de tiempo el melón sucesorio?
R. Lo que yo creo es que lo que el presidente ha dicho hace unos días pone fin a la cuestión. Y yo lo hago mío. Él está donde está para gobernar, y está gobernando. Eso es lo que hay que hacer, en lugar de discutir otras cosas que no vienen a cuento.
P. Sin duda él no esperaba que uno de sus más estrechos colaboradores, Rodrigo Rato, adelantase el debate con su autoexclusión, ¿no?
R. Mire usted, en política todo es posible y todo puede cambiar. Se ha exagerado mucho el tema. Por cierto, que se ha producido algo muy importante, que es la creación de la Secretaría de Estado de Industria, muy oportuna, puesto que da a entender que muchas cosas se han interpretado mal. Yo respaldo, como es lógico, la gran presencia de Aznar en el Gobierno y en el partido.
P. Pero nunca ha sido partidario de que Aznar se pusiera un límite a su mandato.
R. Efectivamente; yo hice una vez un comentario sobre la conveniencia de ser más flexibles al respecto. Pero una vez que él ha tomado esa decisión, y ha demostrado que es capaz de hacerlo, que cree en ello, yo soy partidario de que lo haga al cien por cien. Y dicho esto, no tengo nada más que decir.
P. Aznar parece dispuesto a administrar él solo su sucesión. ¿Pero usted cree que se lo van a permitir? ¿Cuál es entonces el papel del partido en ese proceso sucesorio?
R. Sin duda, el que establecen los estatutos, que prevén claramente cómo deben hacerse las cosas. Pero sobre esto yo, María Antonia, me reservo el derecho de decir 'no tengo nada más que decir'. Sobre el tema sucesorio no voy a decir nada más, salvo que yo he estado con Rato hace unos días y que le he encontrado perfectamente bien.
P. ¿Cree que Rato tiene futuro político?
R. Personalmente creo que sí, que Rodrigo Rato tiene un gran futuro político. ¡Y aquí he terminado!
SU SUCESIÓN EN LA XUNTA DE GALICIA
P. La suya, su sucesión, don Manuel, ésa sí que no parece tener salida. Al final, o nos quedamos con Cuiña o traemos de una oreja a Rajoy, aunque usted ya sabe que él no quiere venir ni muerto.
R. Pues... ¡ya se lo diré a usted! Pero yo le respondo que no era fácil en Madrid y se resolvió finalmente, aunque con algunos errores previos. Mi sucesión es un tema que yo dejaré resuelto, si Dios quiere. Bueno, aunque el derecho de testar no existe en política, pero al menos dejaré las cosas preparadas, cosa que no hice con lo de Mancha y sí hice cuando Aznar. Yo estoy tranquilo, mejor dicho, todo lo tranquilo que permite mi sentido de la responsabilidad. Sea de vacas o sea de sucesiones, me lo tomo en serio. Pero, bueno, no es menos cierto que si a mí me ponen un coche bomba cuando salga de aquí, pues tendrían que solucionar la cosa. No hay nadie que no tenga reemplazo.
P. ¡No diga usted eso, hombre! Pero ya que habla usted de la violencia, ¿cree usted que un Gobierno de coalición PP-PSOE solucionaría el problema vasco?
R. ¡Sin duda! O al menos supondría un gran paso. Es el tipo de Gobierno que necesitan los vascos para superar esta situación. En mi opinión, es la única salida.
P. Es curioso que, después de tantos años, un socialista haya caído en la misma comprensible tentación que usted, que le haya puesto fecha al final del terrorismo. Aunque usted dijo seis meses, y el señor Redondo dice ahora que cuatro años. ¿No le parece un error, como lo fue su propia apuesta?
R. Es cierto que yo puse un plazo para acabar con el terrorismo, pero, por lo que a mí respecta, nadie puede saber lo que hubiera pasado si en lugar de estar siete meses en el Ministerio del Interior hubiera tenido la Presidencia. Lo que sí le digo es que el País Vasco tiene derecho a esperar que alguien le dé una solución, y eso no parece que pueda ser de otra forma que eliminando esa lacra. Lo del plazo... será el que tenga que ser, ése no es mi problema. Pero está claro que hay que hacer algo, y pronto. Y eso es lo que va a hacer Mayor Oreja cuando gobierne el País Vasco. Le apuesto mi experiencia en eso.
P. ¿Usted no cree que al sustituto de Mayor Oreja, a Rajoy, se le está poniendo cara de sucederle a usted, a pesar del disfraz que lleva de ministro del Interior?
R. No. Creo que el señor Rajoy tiene muchas más posibilidades que ésa, aunque por supuesto sería muy bienvenido en Galicia. Yo en su momento le aconsejé tres cosas: que se casara, que se fuera a dar una vuelta por Madrid y que estudiara gallego, que es lo único que no ha hecho. El futuro sólo Dios lo conoce, y el pasado... ni Dios lo puede cambiar.
P. ¿Usted elegiría con el corazón a Cuiña y con la cabeza a Rajoy?
R. Yo, a esa pregunta... no voy a contestar. ¡Qué quiere!
P. ¿Sabe?, últimamente, y salvando la edad, es que su imagen se me parece mucho a la del Papa. Cuando les veo a los dos agarrados, uno al báculo y el otro al bastón, pienso: éstos van a acabar igual, viviendo a toda marcha hasta que estoupen (revienten).
R. Yo del Papa hablo con el debido respeto al Sumo Pontífice, vicario de Dios en la Tierra. ¡Y no creo que deba aceptar ese tipo de comparaciones! Él ha hecho una gran obra y está preparando su sucesión con el nombramiento de tantos nuevos cardenales. Por lo que a mí respecta, le diré que a mí me gustaría morir en la plaza, como un buen torero. Y respecto a lo de 'hasta que estoupen... Usted y yo somos muy amigos, ¡pero hoy no lo parece, francamente!Aunque no va con su carácter, se distancia tras la mesa de su despacho cuando intuye que la conversación no le va a resultar placentera. Pero no hurta ni la mirada ni la expresión, contenida a duras penas por un autodominio constante. Es la primera vez que puede hablar de Galicia sin sufrimiento.
Pregunta. Estaba pensando en preguntarle si ésta va a ser, de verdad, la última vez que se presenta como candidato a la presidencia de la Xunta, señor Fraga. Porque con usted nunca hay última vez.
Respuesta. Ya lo he dicho, ya lo he dicho que es, efectivamente, la última vez, y por muchas razones. Aunque todavía me quedan muchas cosas que hacer por mi tierra. Pero, en fin, lo que sí he conseguido es algo que para mí es lo más importante que yo debía hacer por Galicia, que es ponerla en el mapa. Que los gallegos ya se las arreglarán luego, pero eso era lo importante, porque antes era más fácil llegar a Buenos Aires desde Galicia que llegar a Madrid o a Barcelona. Y, bien, yo lo voy a dejar cuando cumpla el próximo mandato si Dios quiere; lo tengo que dejar en manos de otros, como ya hice en Madrid. Lo que pasa es que siempre hay que buscar el momento oportuno, que no es siempre el que uno personalmente desea. ¡Esto es lo que hay, y punto!
P. Es evidente que a usted le han pasado los años por encima pero...
R. ¡Como a todo el mundo!
P. ... Cuando le veo a usted caminando a zancadas, todavía, resoplando detrás de su bastón,
R. ¡Resoplando no! ¡Eso es de marsopa! (Ja, ja, ja).
P. Como quiera. Lo que me pregunto es de dónde saca os folgos (alientos) para aguantar como aguanta.
R. Tengo que dar muchas gracias a Dios porque me ha dado una buena salud, porque hasta ahora que me han hecho una pequeña intervención no había sabido lo que era una anestesia en mi vida; no había pasado de catarros o pequeñas indigestiones, aunque es bueno saber que estamos todos hechos de la misma pasta. Yo soy un paisano gallego, nieto de campesinos, hijo de emigrantes que se curtieron en la vida dura de la Cuba de entonces, y que ha aprendido mucho de ellos. De ellos saco yo os folgos, como usted bien dice.
P. Ya, pero ¿a usted no le 'acongoja' pensar en las elecciones, en esa campaña maratoniana en la que usted se empeña en estar en varios lugares a la vez?
R. ¡No, no! Aunque eso de estar en varios lugares al mismo tiempo, eso sólo Dios puede hacerlo. Pero pienso hacer una campaña desde luego decente, sostenida y decente, como decían los gobernantes viejos en tiempos de Carlos III. ¡Hombre! Todos estamos en las manos de Dios y las cosas siempre pueden ir para peor, aunque no esperamos eso. Mire usted, yo ya sé cómo hacer. Comprenderá usted que yo ya he vivido cosas muy complicadas a lo largo de mi vida. Soy el decano de los políticos en ejercicio y estoy ya templado. ¡Tengo las espaldas cuadradas!
P. Pero parece que las cosa ya no le van a ser tan fáciles, don Manuel. No sé si está usted mejor preparado para ganar o para morir matando.
R. ¡La expresión esa de morir matando no me gusta nada, no es la apropiada al caso! Las elecciones son un certamen cívico, democrático. Y bien, luego, ¡a quien Dios se la dé, san Pedro se la bendiga. Yo nunca he tenido las cosas fáciles, y le recuerdo que la primera elección en Galicia que gané, la gané contra todos los pronósticos. Entonces sí que era para preocuparse, y sin duda hubiera sido el final de mi carrera política. Personalmente creo que el pueblo gallego ya sabe una cosa: tiene que escoger entre la mayoría nuestra, para seguir haciendo cosas de importancia, o bien una fusión aleatoria entre el Bloque y el socialismo gallego, que ya se ha visto cómo funciona y que es una simple coyunda de intereses. Pero, en cualquier caso, yo a las elecciones voy a ir con espíritu deportivo, y creo que también sabe que tengo las de ganar, porque ahí está la obra hecha: no hay día en el que no hayamos hecho algo importante.
P. Me imagino que ahora, con su candidatura por aclamación, algún pensamiento se le habrá ido hacia algunos yuppies del PP que quisieron cambiarle el partido, que denostaban a los de la boina.
R. Usted ya sabe que yo no soy muy amigo de esas caracterizaciones, porque nosotros estamos consolidados en todos los estratos sociales Y eso de la boina, pues sí, que se habrá acuñado con alguna intención, pero mejor es que lo dejemos para el pasado... El partido tiene que cambiar como cambian los seres vivos. Yo no he dejado de cambiar desde que he nacido hasta ahora.
P. Pero a usted le querían cambiar su PP gallego a contrapelo, don Manuel...
R. ¡Usted dice eso y yo le digo que no es verdad! ¡Usted dice una cosa y yo tengo derecho a sostener la contraria! Yo respeto su opinión, pero usted acepte, por lo menos, la mía!
P. Usted debería aceptar que las gentes de su partido que le criticaron por los resultados de las últimas elecciones y que provocaron la caída de Cuiña son las mismas que ahora le aclaman como candidato, otra vez, para que vuelva a dar la cara, ¿no?
R. Es evidente que un partido puede tener debates sobre el liderazgo y que, por supuesto, todos nos equivocamos, y que los que, como yo, llevamos más tiempo estamos más expuestos al riesgo. Pero, a la hora de la verdad, resulta que, como decía aquel anuncio: 'Mejores no hay'.
P. O sea, que Cuiña y su gente estarán en la primera línea de la campaña.
R. Él va a ser el candidato por Pontevedra. Y, aunque no tenga la responsabilidad que tenía antes, va atener un papel importante en un ámbito donde siempre lo ha hecho muy bien. Las gentes como Cuiña siempre van a estar en la primera línea, siempre.
LA CRISIS DE LAS 'VACAS LOCAS'
P. En esa primera línea de fuego electoral usted se va a topar, de nuevo, con los ganaderos gallegos, que habrá que pensar que le estarán agradecidos, después de verle a usted aguantando el tirón en la crisis de las vacas locas.
R. Los ganaderos gallegos han sufrido las consecuencias del problema de las vacas locas, y ¡quiera Dios que no tengan que sufrír el de la aftosa! ¡Pero nosotros no tenemos ninguna culpa en ninguna de las dos cosas! Yo sé que los ganaderos gallegos están seguros de que yo estoy a su lado -como es mi obligación más sagrada- y que todas las cosas que han pasado este año... Mire usted, yo no he soplado para que vinieran los temporales, y aquí nunca había habido vacas locas, y además no han sido muchas y ahora está todo controlado. Ahora, lo que me tiene a mí muy preocupado -que se lo pido a Dios y a Santiago, y sobre todo a san Roque- es que no nos venga la aftosa, porque eso sería terrible. Espero que los ganaderos sean conscientes de que yo he dado la cara por ellos.
P. Reconozca, don Manuel, que lo de las vacas locas le ha estallado a usted bajo los pies, que incluso ha minado su prestigio de gobernante controlador y eficaz y que...
R. ¡Es que no he terminado de hablar! Lo de que la crisis de las vacas locas haya minado mi prestigio... ¡De ninguna manera! Yo creo que la gente sabe perfectamente que yo no tengo nada que ver con eso y que estamos luchando contra eso. Naturalmente, los Gobiernos están para estar a las duras y a las maduras; pero, repito, que ni con el temporal, ni con las vacas locas, ni con la aftosa, si viene... ¡nada tengo yo que ver!
P. Algo tendrá que ver usted con que hayan aparecido vacas locas diseminadas por toda Galicia, con la imagen de una Galicia rural fuera de todo control.
R. ¡Yo no estoy nada de acuerdo con eso! Ésa es una versión interesada que alguien ha dado, entre otras cosas porque aquí, como hay más control, han aparecido más casos. Aquí tenemos más capacidad de investigar todos los casos, que, afortunadamente, se están reduciendo. Pero no tengo yo la sensación de que hayamos perdido el control. Lo que sí es verdad es que aquí nos ha afectado más, porque, para un ganadero gallego, la vaca, que vale tanto, es también un miembro de la familia. Es muy doloroso.
P. Aquello de los enterramientos ilegales... No sé qué le habrá resultado más duro: tener que rectificar sobre la marcha o pensar cuántos votantes del PP había entre los indignados vecinos que se sublevaron.
R. Para mí no ha sido duro nada, creo que he cumplido con mi deber. Se hizo una rectificación, por supuesto; se renunció a aquel procedimiento y punto. No teníamos medios para la incineración y hubo que recurrir a aquel método que, por otra parte, había sido utilizado en toda Europa como usted sabe. Yo he tenido que rectificar muchas veces en mi vida, y sobre todo como en aquella ocasión, pues... todo el mundo sabía que en el origen del problema no teníamos ninguna responsabilidad. Asumimos todo lo que había pasado y creo que el que no es capaz de rectificar, pues ni es político ni es nada. El director general de entonces actuó con la mejor buena voluntad, pero luego tuvo que reconocer que el procedimiento no era el adecuado y tuvo que presentar la dimisión.
P. Y luego usted tuvo que ir a Madrid a darle explicaciones a Aznar. Y a pedirle que aflojara, que los ganaderos gallegos no estaban preparados para la aplicación drástica de las normativas que se impusieron.
R. Esa versión que usted tiene... Yo hablé con el ministro de Agricultura exclusivamente. Porque, al principio, efectivamente, fue todo muy dificil, por inesperado.
P. Pero usted fue de tapadillo a Madrid a ver a Aznar.
R. No fui de tapadillo a Madrid. ¡No hablé más que con el ministro de Agricultura! ¡Ya lo he dicho! Y todo lo que se diga al respecto yo lo desmiento terminantemente.
P. Pues yo pensé en algún momento, viéndole tan agobiado, que lo mismo dimitía.
R. Nunca pensé en dimitir. No era momento para eso, ni para dejar a Galicia sin el apoyo que yo le pudiera dar. He pasado por situaciones muy duras y sé perfectamente que uno puede presentar la dimisión cuando los conflictos están cerrados, terminados, y no en medio del problema. Eso yo no lo he hecho ni lo haré en mi vida.
P. Hay quien dice que usted le ha hecho un buen agujero a su partido, y a sí mismo, en unas elecciones que estaban ganadas. ¿Se siente responsable de eso?
R. Yo tengo la sensación de que la gente en general ha comprendido perfectamente lo que ha pasado. En el campo la situación no es como usted sugiere. ¡Al menos en este momento! Los que sí van a hablar mucho de eso son los de la oposición, que sin duda lo van a utilizar; lo que no entiendo es por qué está usted haciendo el mismo esfuerzo que la oposición. En cuanto a lo de que si yo he hecho un agujero en mi partido, pues... ¡Eso es absolutamente falso, como se verá el día de la votación! Sencillamente, porque vamos a ganar. Yo no me siento ni responsable ni culpable, ni nada. ¡En absoluto! Creo que sigo siendo una buena baza electoral. ¡Ya lo verá usted, ya lo verá!
P. Habrá, después de las suyas, otras elecciones. ¿No tiene usted la sensación de que al presidente Aznar se le ha abierto antes de tiempo el melón sucesorio?
R. Lo que yo creo es que lo que el presidente ha dicho hace unos días pone fin a la cuestión. Y yo lo hago mío. Él está donde está para gobernar, y está gobernando. Eso es lo que hay que hacer, en lugar de discutir otras cosas que no vienen a cuento.
P. Sin duda él no esperaba que uno de sus más estrechos colaboradores, Rodrigo Rato, adelantase el debate con su autoexclusión, ¿no?
R. Mire usted, en política todo es posible y todo puede cambiar. Se ha exagerado mucho el tema. Por cierto, que se ha producido algo muy importante, que es la creación de la Secretaría de Estado de Industria, muy oportuna, puesto que da a entender que muchas cosas se han interpretado mal. Yo respaldo, como es lógico, la gran presencia de Aznar en el Gobierno y en el partido.
P. Pero nunca ha sido partidario de que Aznar se pusiera un límite a su mandato.
R. Efectivamente; yo hice una vez un comentario sobre la conveniencia de ser más flexibles al respecto. Pero una vez que él ha tomado esa decisión, y ha demostrado que es capaz de hacerlo, que cree en ello, yo soy partidario de que lo haga al cien por cien. Y dicho esto, no tengo nada más que decir.
P. Aznar parece dispuesto a administrar él solo su sucesión. ¿Pero usted cree que se lo van a permitir? ¿Cuál es entonces el papel del partido en ese proceso sucesorio?
R. Sin duda, el que establecen los estatutos, que prevén claramente cómo deben hacerse las cosas. Pero sobre esto yo, María Antonia, me reservo el derecho de decir 'no tengo nada más que decir'. Sobre el tema sucesorio no voy a decir nada más, salvo que yo he estado con Rato hace unos días y que le he encontrado perfectamente bien.
P. ¿Cree que Rato tiene futuro político?
R. Personalmente creo que sí, que Rodrigo Rato tiene un gran futuro político. ¡Y aquí he terminado!
SU SUCESIÓN EN LA XUNTA DE GALICIA
P. La suya, su sucesión, don Manuel, ésa sí que no parece tener salida. Al final, o nos quedamos con Cuiña o traemos de una oreja a Rajoy, aunque usted ya sabe que él no quiere venir ni muerto.
R. Pues... ¡ya se lo diré a usted! Pero yo le respondo que no era fácil en Madrid y se resolvió finalmente, aunque con algunos errores previos. Mi sucesión es un tema que yo dejaré resuelto, si Dios quiere. Bueno, aunque el derecho de testar no existe en política, pero al menos dejaré las cosas preparadas, cosa que no hice con lo de Mancha y sí hice cuando Aznar. Yo estoy tranquilo, mejor dicho, todo lo tranquilo que permite mi sentido de la responsabilidad. Sea de vacas o sea de sucesiones, me lo tomo en serio. Pero, bueno, no es menos cierto que si a mí me ponen un coche bomba cuando salga de aquí, pues tendrían que solucionar la cosa. No hay nadie que no tenga reemplazo.
P. ¡No diga usted eso, hombre! Pero ya que habla usted de la violencia, ¿cree usted que un Gobierno de coalición PP-PSOE solucionaría el problema vasco?
R. ¡Sin duda! O al menos supondría un gran paso. Es el tipo de Gobierno que necesitan los vascos para superar esta situación. En mi opinión, es la única salida.
P. Es curioso que, después de tantos años, un socialista haya caído en la misma comprensible tentación que usted, que le haya puesto fecha al final del terrorismo. Aunque usted dijo seis meses, y el señor Redondo dice ahora que cuatro años. ¿No le parece un error, como lo fue su propia apuesta?
R. Es cierto que yo puse un plazo para acabar con el terrorismo, pero, por lo que a mí respecta, nadie puede saber lo que hubiera pasado si en lugar de estar siete meses en el Ministerio del Interior hubiera tenido la Presidencia. Lo que sí le digo es que el País Vasco tiene derecho a esperar que alguien le dé una solución, y eso no parece que pueda ser de otra forma que eliminando esa lacra. Lo del plazo... será el que tenga que ser, ése no es mi problema. Pero está claro que hay que hacer algo, y pronto. Y eso es lo que va a hacer Mayor Oreja cuando gobierne el País Vasco. Le apuesto mi experiencia en eso.
P. ¿Usted no cree que al sustituto de Mayor Oreja, a Rajoy, se le está poniendo cara de sucederle a usted, a pesar del disfraz que lleva de ministro del Interior?
R. No. Creo que el señor Rajoy tiene muchas más posibilidades que ésa, aunque por supuesto sería muy bienvenido en Galicia. Yo en su momento le aconsejé tres cosas: que se casara, que se fuera a dar una vuelta por Madrid y que estudiara gallego, que es lo único que no ha hecho. El futuro sólo Dios lo conoce, y el pasado... ni Dios lo puede cambiar.
P. ¿Usted elegiría con el corazón a Cuiña y con la cabeza a Rajoy?
R. Yo, a esa pregunta... no voy a contestar. ¡Qué quiere!
P. ¿Sabe?, últimamente, y salvando la edad, es que su imagen se me parece mucho a la del Papa. Cuando les veo a los dos agarrados, uno al báculo y el otro al bastón, pienso: éstos van a acabar igual, viviendo a toda marcha hasta que estoupen (revienten).
R. Yo del Papa hablo con el debido respeto al Sumo Pontífice, vicario de Dios en la Tierra. ¡Y no creo que deba aceptar ese tipo de comparaciones! Él ha hecho una gran obra y está preparando su sucesión con el nombramiento de tantos nuevos cardenales. Por lo que a mí respecta, le diré que a mí me gustaría morir en la plaza, como un buen torero. Y respecto a lo de 'hasta que estoupen... Usted y yo somos muy amigos, ¡pero hoy no lo parece, francamente!
La vida a zancadas, la política como pasión
Presidente de la Xunta de Galicia desde hace tres legislaturas y once años, Manuel Fraga se prepara para la que asegura será 'la última vez'. Aunque acepta, con mal disimulada complacencia, que todavía haya quien no se lo crea del todo. Tiene 78 años, cinco hijos, varios nietos, unos cuantos libros de escritor compulsivo, miles de kilómetros andados por el mundo y una casa metida en el Cantábrico. Cuenta con una salud de hierro y usa, desde hace poco, un pequeño bastón inexperto que apenas sigue sus zancadas y en el cual, aparentemente, se apoya. Buen comedor, como buen gallego, ha demostrado ser capaz de enfrentarse, con disciplina militar, a varios y draconianos regímenes de adelgazar. Ha vivido su relación con la política con la devoción de un esposo fiel y con la pasión de un amante rendido. Nunca ha ocultado que el poder le envenó sin remedio y ha demostrado, a veces con excesiva vehemencia, otras con equivocaciones nunca aceptadas, que la autoridad hay que ejercerla sin complejos. Ministro de Franco, fundador de paradores, reconvertido demócrata, sempiterno líder de la oposición de unos alborozados gobiernos socialistas que disfrutaron de las ventajas de un techo electoral que nunca pudo superar. Fraga ha dado una sola y suficiente lección de humildad política con su renuncia a la presidencia del PP. Y logró que su forzado exilio gallego le diera, sin duda, sus más largos días de gloria en la presidencia de la Xunta. Desde entonces, y desde el Palacio de Raxoy, ha sido un reconocido profeta en su tierra para desesperación de los socialistas y de los nacionalistas del Bloque. Hoy, cuando se apresta a su última batalla, las cosas no parecen serle tan favorables. La crisis de las vacas locas provocó la imagen de un político desbordado por los acontecimientos, rodeado de colaboradores sin duda no tan avezados en las dificultades como él. Y la oposición le espera con el hacha levantada. Pero él duerme tranquilo. Asegura conocer a los paisanos gallegos mejor que nadie y exhibe el resultado de su gestión con una frase contundente: 'He conseguido colocar a Galicia en el mapa'. Con él se rompió el molde de un liderazgo irrepetible. Y ha destapado la caja de los truenos de un PP gallego dividido y sin heredero.
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