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Columna
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Las sufro en silencio

Elvira Lindo

La cultura produce terribles efectos secundarios. No sale uno indemne después de cinco horas viendo Parsifal. Yo en principio temía lo peor, el síndrome del turista, pero no, a mí me provocó un mal vergonzante. El mal del camionero, ese mal que brota en semejante parte y que las mujeres sufrimos en silencio. He de destacar que el personal del Teatro Real fue encantador conmigo. En el segundo acto se me acercó un joven y apuesto acomodador (cuando algo me duele soy muy sensible a la belleza masculina) llamado Javier López del Pino, y me dijo: 'Está usted aguantando como una jabata'. Y veo que no he sido la única afectada; yo me quejo por haber estado sentada, pero García Navarro, el director de la orquesta, se puso malo por estar de pie. Nuestros males son diferentes: el mío es, digamos, una ordinariez; el suyo, la derrota del cansancio, porque en dos horas no puede tomar ni un chupito de agua. Yo iba tan elegante, con mi chal Benarroch y mi botella de Bezoya, que me afeaba un poco el conjunto, pero lo que yo digo, un detalle antiestético en el Real no desentona, porque el público del Real, dicho por personas que lo conocen muy bien, es de lo peor, público que va con la nariz levantada y con cara de mal huele, dándoselas, como si se hubieran criado en la Scala de Milán, apreciando sólo a los cantantes estrella. Servidora y santo presenciaron cómo se despreció al segundo Parsifal por no ser Plácido Domingo, y cómo el honorable público se levantaba antes de que los cantantes salieran a saludar. Maleducados, eso dicen personas que entienden de verdad, como Ruiz Mantilla. Yo sólo me hago eco, porque confieso públicamente que si estuve en Parsifal fue por amor a mi santo. Cómo no voy a quererlo si a las doce de la noche, de vuelta de la ópera, se tiró a la calle a buscar una farmacia para comprar una pómada contra el Mal de Parsifal. Por cierto, al volver a casa vi que en el cajero se estaba practicando una vez más la sodomía, y sentí en semejante parte una punzada más aguda si cabe.

Postrada de dolor, leí. Me terminé Balzac y la joven costurera china. Ya digo que estoy atravesando un momento oriental. El otro día estuve a punto de comprar en una tienda de decoración de superpijismo un armario chino para mi habitación con la cara de Mao grabada en la puerta. Sin cara de Mao costaba trescientas mil; con Mao, cuatrocientas. Un chollo, y lo que dice Bicoca, con su punto histórico. Pero mi santo, que a todo le tiene que buscar una lectura ética, me dice: 'Ya puestos, ¿por qué no un armario tirolés con la cara de Hitler?'. Hijo, cómo eres. Llamé al director de cine Albaladejo para recomendarle el libro chino, dado que él me había recomendado Tigre y dragón, la película de las chinas voladoras que me ha dejado sin saber si me hace gracia o si me han tomado el pelo. Le conté la novela: 'Son unos jóvenes estudiantes de ciudad a los que la Revolución Cultural obliga a reeducarse en el campo, a manos del brutal campesinado'. Albaladejo me dijo que él se parece a mi santo en que ellos han vivido la Revolución Cultural pero de chiquitillos.

El martes estaba más aliviada. Gracias, Hemoal. (¿Cómo sonaría para un anuncio '¡Hemoal: contra el Mal de Parsifal!'?). Y el mismo día llamó mi hermano, que se está comprando un piso. Dirán ustedes, qué tendrá esto que ver con la cultura. Pues tiene, porque me contó que acababa de escuchar a Sánchez Dragó dar una primicia mundial en la tertulia de Luis Herrero: '¿A que no sabéis quién se va a llevar los cien kilos del Planeta este año?'. Dicho esto, soltó mi nombre, y claro, a mi hermano le faltó tiempo para llamar y pedirme un donativo. Y quién le dice que no a un hermano con una hipoteca. La cosa no quedó ahí, voy a ver a mi otro hermano, que está el pobre en el Gregorio Marañón con la pata chula por un accidente, y me dice como de pasada: 'Aquí en el hospital pasamos el trago gracias a los amigos de la radio. Por cierto, oí lo de tus cien kilos. ¿Me podrías prestar cinco para superar este momento crítico?'. Y yo les pregunto a los lectores: ¿es ético decir a un hermano que sí y a otro que no? Luego, por la noche, llamó mi hermana, que es profesora; en el claustro del instituto la habían felicitado por lo de mis cien kilos; un compañero le dijo: 'Tal y como se ha puesto la enseñanza, si yo tuviera una hermana con cien kilos le pedía un préstamo para poner una sucursal de Bocata y Olé'. Se lo conté a mi santo, que me dijo: 'Joder, qué familia, nos van a dejar sin nada. A mí me gustaría invertir en viñedos y retirarte para que fueras la Angela Chaning de la literatura'. Lo de mi santo con el campo es enfermizo. Se le quitan a una las ganas de premios.

Suena el teléfono: R. R. (por su columna en Babelia / famoso en el mundo entero). Pensé que me llamaba en su calidad de asesor moral y me dice: '¿Qué asesor moral ni qué niño muerto, si se me está cayendo el wáter de la vecina encima del mío?'. Cuánto lo siento. 'No lo sientas tanto y hazme un préstamo para la reforma, que me he enterado de lo tuyo'.

A la mañana siguiente presento Soy Julia, el libro de Antonio Martínez (director del Guiñol). Una novela conmovedora contada en primera persona por una niña enferma, la suya propia. Por allí andaba Ana López, amiga del autor y esposa de Pío Cabanillas. Le digo, Ana, que me ha dicho Juan Cruz que te felicite, ya que tu santo al fin tiene muñeco de guiñol y eso le da una categoría añadida. Según Cruz, en este jodido país si no tienes guiñol no eres nadie. Para terminar quiero tranquilizar al lector: a día de hoy mi pequeño y doloroso mal ha desaparecido, pero claro, ya le he dicho a mi santo lo mismo que García Navarro: no cuentes conmigo para Don Carlo. Luego me he puesto a echar cuentas y no quisiera parecer frívola si les digo que a mí cien kilos se me van sin sentir. Los préstamos a la familia, y que una es caprichosa. Yo, un poco como Wilde: 'A mí, dadme lo superfluo, que lo necesario todo el mundo puede tenerlo'. Qué quieren, me identifico.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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