Ignasi de Solà-Morales
El pasado 13 de marzo leí en EL PAÍS la noticia de la muerte del arquitecto catalán Ignasi de Solà-Morales. Hace casi dos meses me llamó para que le tradujera al castellano dos textos suyos, transcripciones de conferencias en catalán: uno sobre Gaudí, Berlague y Sullivan y otro sobre Walter Benjamin y las ciudades.
Se presentó con una educada humildad, bastante inusual en un personaje público, como era su caso tras la reconstrucción del Teatro del Liceo de Barcelona. Le contesté que naturalmente sabía quién era y conocía su trabajo, me expuso sus necesidades de calendario y me preguntó mis tarifas. No hubo ninguna dificultad para ponernos de acuerdo. Los textos no eran fáciles: como suele ocurrir con las transcripciones de conferencias, necesitaban corrección; además, la sintaxis era compleja y el texto, denso y ambicioso.
El aliciente para la traducción, en cualquier caso, estaba en el contenido de los dos artículos y en las ideas que planteaban, al margen de que hablaran de dos de los personajes preferidos para mí, el escritor Walter Benjamin y el arquitecto Antoni Gaudí. Por eso, al entregárselos, dos semanas después, advertí a su secretaria que prefería que el propio autor revisara las traducciones, para cerciorarnos de que no había modificado el sentido con mis cambios. Al día siguiente me llamaron para decirme que Ignasi de Solà-Morales estaba muy contento con el resultado y para preguntarme cómo y cuándo prefería cobrar mi trabajo.
En la misma edición de EL PAÍS del pasado día 13 ya aparecían algunos comentarios elogiosos de la figura de Solà-Morales desde el punto de vista de colegas, alumnos y periodistas que comentaban su legado. Ha habido muchos más, pero yo sólo quiero expresar mi reconocimiento a la sensibilidad y consideración de alguien a quien su condición de personaje público no confundió respecto del valor del trabajo de los demás.
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