Compuestos y sin novia
Ahora resulta que, según el ministro Matas, sólo se transvasará la mitad del caudal del Ebro previsto por el PHN. Personalmente, nada que objetar. En realidad, este transvase, como cualquier obra pública que suponga una destrucción masiva del medio ambiente, un impacto social negativo evidente en los lugares de origen y un beneficio social discutible en los de destino, no me entusiasma. Pero esto es lo de menos. Hay tantas cosas de la vida moderna que me dan pavor... Comparado con el dislate energético en el que -siguiendo el patrón made in USA- andamos embarcados, comparado con la sociedad de ganadores y perdedores que estamos construyendo, comparado con el modelo de atontamiento generalizado a que nos llevan irremediablemente la educación (?) y los medios de comunicación (?) actuales, lo del PHN es una minucia. Hombre, uno sospecha que esta clase de proyectos faraónicos sólo son viables en los países del tercer mundo, en China, donde se proponen inundar miles de pueblos, en África occidental, donde la selva tropical desaparece ante nuestros ojos y nadie dice nada; en Europa, desde luego, no hay ningún otro país de la UE, incluidos los del eje mediterráneo, en el que se haya proyectado recientemente un transvase como el previsto por el PHN. Este tipo de cosas sólo se le ocurren a gente como Gadafi. Claro que, ¿no decían los enciclopedistas franceses que África empieza en los Pirineos? Pues eso: de muestra, basta un botón. Hay más, por supuesto, hasta casi completar una mercería. Cualquiera que intente dormir una noche de marcha en ciertos barrios de las ciudades españolas tendrá ocasión de comprender por qué, pese al euro y a otras lindezas, seguimos estando donde estábamos, o sea en la cultura del zoco y de la arbitrariedad.
Pero la relativa marcha atrás del Gobierno central en el asunto del PHN no me interesa aquí tan sólo por lo que representa para el medio ambiente. Tampoco la quiero glosar únicamente por el significado político que conlleva. Es evidente que el PHN ha generado un considerable rechazo social y que el gobierno ha tenido el buen criterio de darse por enterado. Últimamente parece que le vuelve el sentido común: también se ha dado cuenta de que la idea de enviar a su casa -a costa nuestra- a miles de emigrantes ecuatorianos para que les pongan un sello en unos papeles y vuelvan al punto de salida es un inmenso disparate y, por eso, ha cambiado de idea. Bienvenidas sean las nuevas actitudes gubernamentales: aunque los políticos suelan creer lo contrario, los ciudadanos pensamos que rectificar es de sabios, y, cuando lo hacen, no pierden en imagen ante nosotros, sino todo lo contrario.
No, tengo otras razones para interesarme por el reajuste, armonización de intereses o comoquiera que vayan a llamar al nuevo transvase: 'reajuste' se usa en economía cuando te suben el gas y te congelan el sueldo; 'armonización' es para poner firmes a las autonomías, de ahí aquello de la LOAPA; lo mejor será llamarlo 'semiPHN'. Pues bien, el semiPHN me interesa y me preocupa sobre todo por el significado político que tendrá para los valencianos. No nos engañemos, la Generalitat valenciana ha jugado muy fuerte con el PHN y la retirada parcial del ministro Matas la deja en una posición desairada. En vista de lo que está ocurriendo y de lo que se avecina, uno cree que habría sido más prudente no plantear el transvase como un enfrentamiento entre comunidades, sino, si acaso, entre ideologías. Todo iba bien mientras los únicos que se quejaban -eso sí, mucho: doscientos mil manifestantes que se han tomado la molestia de desplazarse a Madrid desde una región que no llega a los dos millones no son moco de pavo- eran los aragoneses. Pero ahora se suman los catalanes. ¡Para Sancho, con la Iglesia hemos topado! Los catalanes son seis millones de ciudadanos y, además, aunque esté feo decirlo por estos pagos, la verdad es que mueven España, en lo económico y también en lo político. Me imagino el estupor del ministro de Obras Públicas: si CiU se opone, ya no se opone sólo el PSC por fastidiar, es que se opone Cataluña como comunidad. y esto es grave, gravísimo. Lo que no pudieron argumentos ecológicos, lo van a poder argumentos políticos.
¿Y el poder valenciano? That's the question. Uno de los caballos de batalla reiteradamente exhibido por el gobierno de la Generalitat valenciana es el de nuestra influencia en Madrid. Como era de esperar la oposición ha criticado esta pretensión por activa y por pasiva. Sin embargo, si bien entiendo que al hacerlo están en su papel, creo que son injustos. Frente a lo que sucedía en otras legislaturas, en la presente pintamos más en Madrid. No sólo por la autopista o por el proyecto del AVE. Que el presidente de la Generalitat haya llegado a postularse in pectore como sucesor del inquilino de la Moncloa es una novedad que resulta impensable sin una base real. Por eso resulta todavía más lamentable el faux pas representado por la retirada parcial del PHN. Se quiera o no, las consecuencias de esta decisión tienen para nosotros un coste: a los valencianos nos queda una injusta imagen negativa, de región insolidaria que quiso dejar sin agua a otros y no logró salirse enteramente con la suya; sobre el titular del Gobierno valenciano recae la sospecha de que difícilmente podría armonizar los intereses de las distintas regiones de España, si en una cuestión parcial, como es la del agua, ha armado la que ha armado.
Los gobernantes demuestran su verdadera capacidad en la adversidad antes que en la ventura. Nadie duda que el PHN beneficiaba a la huerta valenciana, aunque también ayudaba a sostener otros intereses espurios, desde los de los propietarios de campos de golf hasta los de los constructores de apartamentos turísticos. Pero obstinarnos en defenderlo tal y como fue concebido me parecería un empecinamiento inútil. Lo que sucede es que el asunto del Ebro compete, y no por casualidad, a Aragón, a Cataluña y a Valencia, a los tres territorios de la antigua Corona que hicieron del pactismo su forma de ser política. Lograr un pacto del agua entre estas regiones sería, tal vez, la única manera de que el asunto no se nos escape de las manos y vaya a depender de los avatares de la política española en general. De lo contrario, me temo que nos quedaremos compuestos y sin novia.
Ángel López García-Molins es catedrático de Teoría de los Lenguajes de la Universidad de Valencia. angel.lopez@uv.es
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