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Columna
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Agua, celos y bruma

Llegaba mucha gente a la plaza, se veía bajar a los manifestantes por las calles y anegarlas, convertir la ciudad en un líquido hirviente de ojos, bocas, manos. Se les veía protestar por los trasvases, gritar consignas contra el Plan Hidrológico, contra las leyes que les quieren quitar su agua, restarle caudal a sus ríos para llevarla a las regiones secas. Eso era lo que se veía en la ciudad.

A este lado de todo eso, se había publicado el segundo volumen de la editorial Reino de Redonda, un libro de relatos titulado Bruma, trece narraciones escritas por Richmal Crompton, la autora de la saga de Guillermo Brown. Apagué la televisión y abrí el libro. En el primero de los cuentos, una joven se entregaba al poder hipnótico de una vieja estatua; en el segundo, el dios Pan tomaba forma humana para desestabilizar, por pura diversión, a una pareja aparentemente perfecta. El tercero llevaba por título La peineta española. La historia de ese relato es la de Moira Houghton, una mujer feliz que vive en la tranquilidad de su casa rodeada por su marido Billy, sus hijos, su amable suegro y una institutriz recién contratada, la joven Lindy, con la que todos parecen estar contentos.

Un día, el suegro de Moira entra en su dormitorio y le regala un objeto bello y extraño, una peineta que, según dice, le dio a su hermano, muchos años antes, una mujer española. Moira, agradecida, se pone la peineta, que le sienta muy bien, y, al rato, mira por la ventana esperando ver lo de siempre, la imagen idílica de sus hijos y su esposo que juegan en el jardín. Sin embargo, lo que ve es otra cosa: Billy y Lindy parecen hablar con una intimidad extraordinaria y, de pronto, se apartan de los niños para perderse entre los árboles, en dirección al huerto de la casa. ¿Qué van a hacer en aquella zona umbría?

A partir de ese instante, el Paraíso de Moira se convierte en un Infierno, se llena de evidencias que delatan de un modo innegable la infidelidad, el engaño. Cada gesto y cada mirada entre Billy y Lindy le parecen otra prueba de la traición, se transforman en un poco más de sal sobre la herida, en un poco más de combustible para su odio por ambos, hasta el punto de que pronto empieza a planear una venganza espantosa, algo que les dañe, que los aniquile.

Cuando todo está al borde del desastre, el suegro de Moira le vuelve a contar algo sobre la peineta, otra historia que, de pronto, ha recordado: su dueña, la mujer española, era muy celosa, padecía unos celos enfermizos e injustos que terminaron por volverla loca: al final de su delirio, asesinó a su esposo y a sus hijos y se suicidó. Moira, aterrorizada, se quita la peineta y la arroja al fuego. Y al minuto siguiente todo está de nuevo en su sitio, Billy vuelve a parecerle el hombre fiel y cariñoso que siempre ha sido y el relato acaba con un par de imágenes que dan a entender, delicadamente, que la pareja va a hacer el amor en cuanto se quede sola, en cuanto la última palabra del relato sea dicha.

Cerré el libro publicado por Reino de Redonda, la editorial creada por Javier Marías, y estuve un tiempo pensando si de verdad los celos son un rasgo tan netamente español, una particularidad propia de nuestro carácter, como parece sugerir el cuento de Richmal Crompton. ¿Será cierto que tenemos esa naturaleza egoísta, ese sentido de la propiedad desquiciado que convierte a los otros en enemigos, en competidores, en presuntas aves de rapiña de nuestro bienestar o nuestra buena fortuna?

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Volví a encender la televisión y volvieron a aparecer las imágenes de los manifestantes que inundaban las plazas y las calles de Madrid, con sus megáfonos y sus reivindicaciones. ¿Por qué nos quieren quitar nuestro agua?, decían. El Ebro es nuestro. ¿Qué culpa tiene Aragón de que Almería sea un desierto? Lo que llueve sobre Cataluña es de los catalanes. No permitiremos que otros hagan un buen negocio con lo que nos pertenece, con nuestra agua nacional. No permitiremos que nos la quiten. Cuando las noticias se terminaron, abrí una vez más el libro rojo, Bruma. 'Yo había conocido a Rosalind mucho antes de que Heath la viera', dijo Richmal Crompton. 'No sé de dónde procedía originariamente'. Leí sin parar, varias horas, hasta que se hizo casi de día. Durante todo ese tiempo, no dejó de llover sobre Madrid.

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