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Reportaje:

El mayor espectáculo del mundo

Manolo Martín es una figura que necesitó el silencio para persistir en la innovación de las Fallas . 'Se ha avanzado en la tecnología, pero eso ha facilitado más homogeneización en las creaciones que la innovación', asegura rotundo.

El mayor espectáculo del mundo, un inmenso teatro -o tal vez un circo- con el público como parte de la escena levanta el telón con la obra Fallas. Y como si se tratara de la más vanguardista de las expresiones artísticas -La Fura dels Baus sería clásico- el drama se representa en diferentes espacios abiertos, con entrada libre. Los decorados alcanzan dimensiones colosales. La música de fondo es un inmenso y reiterado trueno que impide escuchar los diálogos -monólogos a veces-. Exceso en el color, en el tamaño, en la luz, en el vestir, en el espacio.

El público, aplaude y se aplaude de la fastuosidad del montaje. El guión se improvisa. Y en la tramoya cabría la sobriedad y la burla, el ingenio y la academia, la innovación y la tradición, Buñuel y Berlanga, Velázquez y Antonio López, Miguel Ángel y Moore, el barroco y el minimalismo. ¿Quién repararía en que Beethoven es el punto más alto de la falla que representa el universo operístico a pesar de ser el menos operístico de todos los que le acompañan? ¿Quién se preguntará por qué junto al retrato de la inmigración rural a la ciudad no está la del tercer mundo al primer mundo? Y detrás de la bambalina, los casals falleros acomodan su patrocinio haciendo fuerza por un primer premio, los decoradores dudan entre llamarse artistas o artesanos, las comisiones velan por lo políticamente correcto... Un drama callado, sin aplausos, pero con excesos.

El fuego acabará con la tragicomedia Fallas, una vez más. Y todo volverá a repetirse. 'Tal vez la contradicción permanente entre lo que es y lo que debería ser, entre lo que se quiere y lo que se pide, entre lo que se vive y se sueña también formen parte de la obra'. Manolo Martín, que sí tiene claro que es un artesano, recorre en su memoria qué fueron y qué son las Fallas. Él, que iba destinado a ser un artesano del pan y los bollos en el horno de su padre, participa del espectáculo apostando por la innovación y convenciéndose, cada vez más, del trabajo en equipo. Bebe del cómic, del cine, del teatro, del ilusionismo y hasta de los parques temáticos para levantar escenarios con decorados propios del cine de Hollywood. Empezó a los once años y ahora a los 57 aún se pregunta si el cambio en las Fallas ha sido más aparente que real. 'Se ha avanzado en la tecnología, pero eso ha facilitado más homogeneización en las creaciones que la innovación. Se ha consolidado la figura del artista o artesano, pero eso ha alimentado el ego y ha estrangulado al equipo. Se ha democratizado el entorno, pero se ha estandarizado la concepción de la expresión y el límite de la misma. La ventaja que sobrevive es que cada espectador de la Falla ve en ella una historia diferente, las interpretaciones son infinitas. Es muy divertido escuchar a la gente y ver hasta dónde es capaz de imaginar'.

Dice Martín que la falla necesita una mezcla de mala baba y sentido del humor sin llegar a molestar pero aprovechando lo que tiene de carnaval para comprometerse. 'Y a eso se le debería sumar una experimentación en el concepto artístico'. Por eso él no se siente propietario de la falla Na Jordana. 'Es del artista Martín Begué Jarque, una criatura nacida de Manolo Martín, Sigfrido Martín Begué y Vicente Jarque'.

La fiesta que enamora a Manolo Martín tiene algo o mucho de asesina incluso para él. La fiesta de las Fallas adopta de forma transitoria la experimentación artística. Manolo empezó en 1976 para la comisión José Maestre-Ángel Alcàsser. Y participó de cada edición de la obra Falla hasta 1990. Tuvo que parar porque el ruido no le dejaba escuchar, porque su investigación creativa alejada del barroquismo más enraizado atentaba para algunos contra la esencia del espectáculo. Del silencio y de su distancia de las fallas nacieron La Gamba de Mariscal, en el Moll de la Fusta de Barcelona; el Zeus de Francesc Torres instalado en el Museo Reina Sofía de Madrid; la primera falla acuática con diseño de Antoni Miralda para las Olimpiadas del año 92; las esculturas de Guillermo Pérez Villalta para el Pabellón del siglo XV de la Expo de Sevilla; la escenografía de Los Divinos para TVE y la RAI; la carroza del desfile inaugural de los Mundiales de 1994; la escenografía de la ópera Don Carlo para el Teatro Arriaga de Bilbao; los carnavales de Las Palmas de Gran Canaria y las áreas de Grecia, Iberia y las Islas para el parque de Terra Mítica.

Durante su silencio, su taller se ha convertido en una factoría y de las cenizas ha renacido un nuevo intento de innovar en Fallas para que sean lo que siempre fueron: 'El cambio es el que permite desnudar la esencia, lo demás es mentira, teatro'.

Manolo Martín, ante la falla de Na Jordana.
Manolo Martín, ante la falla de Na Jordana.JESÚS CÍSCAR

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