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Columna
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Liceo talibán

Reivindican a Luis Aguilé, Emilio el Moro, Parchís y Carlos Mejía Godoy. Han creado un 'fanzine' para decir cómo lo ven. Son Javier Pérez Andújar y Fernando Muñiz

Victoria Combalia

Me siguen preguntando qué son los bobos, estos nuevos burgueses refinados, esa mezcla de bohemio y de burgués que ahora constituye la flor y nata de cierta clase dirigente. Pues bien, otra de las grandes diferencias que yo noto entre los países verdaderamente refinados y este pueblo nuestro que es Cataluña son las ricas. Me explicaré. En todas partes del mundo civilizado he visto esta categoría, que es por otro lado un arquetipo básico de ciertas películas, especialmente en el cine americano. En Europa son mucho más discretas que en América, pero gastan el dinero como quieren y cuando quieren. En Cataluña, donde las hay, parece que tengan que pedir permiso al marido para todo. No me estoy refiriendo a la nueva categoría de soltera a que hacía alusión EL PAÍS recientemente en un excelente artículo; no hablo de las magníficas profesionales con un buen sueldo que gastan lo que quieren en sí mismas; me estoy refiriendo a las verdaderas millonarias.

Para poner un ejemplo local, en el tema de lo que yo llamo el Liceo talibán, lo significativo no es tanto que las mujeres no puedan entrar, que es un atavismo penoso e injusto, pero un atavismo como el que pudiera tener un antiguo club inglés, sino que a los socios que han votado no a la entrada de socias no se les pase por la cabeza lo mal que quedan públicamente. Pues si su propósito final era ir en contra de la actual junta directiva -y Joan Anton Maragall, al que conozco desde niña, es el arquetipo de la moderación, no es precisamente Dani el Rojo-, entonces que no mezclen temas. Una cosa es la renovación de un lugar de escuálidos atractivos comparados con un verdadero club inglés y otra la entrada o no de las mujeres. O lo que es lo mismo: que no nos confundan con las reformas del bar.

Cuando Aristóteles definió la categoría de decorum no se estaba refiriendo al decoro, sino a aquella capacidad (que es la esencia de la elegancia del ser) de hacer o mostrar en cada momento la actitud o la apariencia apropiada. Uno puede incluso ser un bestia primitivo y pensar, pongamos por caso, que las mujeres no han de entrar; pero en ningún país civilizado, digamos Francia o Inglaterra, se atrevería a decirlo públicamente. Le costaría demasiado caro en términos de pérdida de imagen y de estima pública, cuando no directamente de cargo.

Pero la cosa va más allá. Estos días, yendo por el resto de España, todos comentan lo mismo: '¡Y que esto lo haga Barcelona...!', exclaman. La Barcelona abierta al mundo, moderna, olímpica, de diseño, es decir, la que trajo la revolución industrial y donde todos hablaban francés -es un decir- se ha ido al garete. Así que el Liceo, igual que nos ha traído el prestigio, puede quitárnoslo en un santiamén, porque ya se sabe que basta un pequeño traspié, especialmente en el terreno de la cultura, para arruinar, visto y no visto, el buen nombre de una institución.

Y de lo uno a lo otro. El Ayuntamiento de Barcelona premió el otro día la carrera de cuatro excelentes profesionales: Carmen Balcells, Ana María Matute, Teresa Pàmies y Núria Pompeia. Las glosadoras de cada una de las figuras estuvieron espléndidas, en especial Ana María Moix. Y las premiadas recogieron su premio con una modestia impensable. Desde el 'yo no me lo merezco' a discursos siempre sentidos, nunca estratégicos, como suele suceder en el género femenino. Félix de Azúa, que es genial, se enzarzó con Narcís Serra sobre el miedo que le daban cuatro intelectuales juntas. Nuestro alcalde dedicó cinco minutos a las mujeres y los 25 restantes a la Barcelona de 2004. Otro error, un error táctico descomunal. Porque las mujeres somos la mitad del electorado, y si piensan que vamos de pasivas, van dados. Aunque fuera de mentira, como aquel famoso dicho 'dime que me amas aunque no sea cierto', Joan Clos tenía que haber hablado de las mujeres, de su importancia en la vida cultural de la ciudad, de su energía y de cuánto mérito tiene saber conjugar con maestría vida pública y privada. (Y si no, ¿por qué las ponía juntas? Nadie supo explicarme por qué se ponía juntas y sin hombres a cuatro mujeres premiadas). No quisiera darle una reprimenda a nuestro buen alcalde, sino sólo avisar de que perdió una ocasión, y bella, de hacer política y de hacer campaña. Para resumirlo: las mujeres seguían sin valorarse y los hombres seguían valorando sólo lo suyo. Un atraso.

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