Aznarismos
Alguien que no está aferrado al poder no va por ahí diciendo que no está aferrado al poder. Aznar no pudo evitar referirse ayer, al celebrar su primer año de mayoría absoluta, a la cuestión sucesoria, y no supo hacerlo sin recordar a todos que él no es como otros, que a él no le marea el poder.
Aznar anunció, cuando todavía no era presidente, que no pensaba estar en La Moncloa más de ocho años. Luego precisó que no más de ocho años seguidos, dejando abierta la posibilidad de un regreso posterior. Y hace poco aclaró que la renuncia a La Moncloa no significaba abandonar la presidencia del partido. Esto plantea una situación inédita en el PP: será la primera vez que el candidato se presente sin la autoridad que se le supone al que manda en el partido y con el lastre de saber que el otro puede volver a la siguiente ocasión.
La decisión de no sobrepasar los ocho años fue interesante. A la gente le gustó ese detalle de ponerse un límite en un momento en que existía la impresión de que una permanencia demasiado prolongada en el poder tiene efectos perniciosos. Incluso es posible que ese compromiso favoreciera su mayoría absoluta de 2000. Y no es probable que Aznar se vuelva atrás de su decisión, por mucho que se lo recomiende Fraga. Que fue quien le puso a él. Ahora, la cuestión es si Aznar será el Fraga de su sustituto o se establecerá algún mecanismo más democrático.
En ausencia de un criterio claro, ha bastado que Rato haga saber por conducto oficioso que se descarta como sucesor para que cunda el desconcierto. La retirada del candidato más obvio ha despertado la afición en quienes no contaban; ello ha creado incertidumbres que no favorecen la cohesión del grupo dirigente.
La primera salida de Aznar, diciendo que todavía no toca e insinuando que ya lo tiene todo pensado, ha transmitido una imagen de autoritarismo poco acorde con la de desapego del poder que pretendía trasladar con la renuncia a seguir: la imagen de que le seduce ser el Arzalluz del PP. Otro efecto no previsto ha sido que personas poco sospechosas de animadversión hacia el vicepresidente económico han reprochado a Rodrigo Rato falta de sentido de la oportunidad: al descartarse antes de tiempo pierde autoridad en sus relaciones con sectores sensibles a las expectativas de poder de los demás.
Aznar intentó ayer parar el desconcierto apelando a los estatutos: al candidato lo elige la junta directiva nacional. Sí, pero a propuesta de su presidente. Los sarcasmos sobre primarias han dado paso al interés de algunos por un procedimiento que al menos es claro y pone ciertos límites a la tendencia de todo líder político a elegir sucesores que no le hagan sombra. Aznar recordó ayer que quienes le acusaban de falta de liderazgo, ahora le reprochan tendencias caudillistas. No es necesariamente contradictorio. Y, en todo caso, el presidente estuvo ayer más aznarista que nunca.
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