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Reportaje:

Para una poética fallera

Hay un poema, del bardo y sin embargo amigo José Félix Escudero, llamado escuetamente Materia prima. Dice así: 'Se compone la voluntad de un niño/ de las mismas razones que una falla,/ de amargura, de risa, de madera,/ de tierra, de soledad, de viento,/ de cartón, de silencio, de hojarasca./ Como si fuera una falla y será un niño/ al que no le bastará morir para quemarse'. Es un poema viejo en un viejo libro, del que nadie probablemente se acuerda, ni siquiera su autor. Lo traigo a colación por la coyuntura, pero confieso haberlo guardado en algún pliegue gris lo suficientemente amarrado como para regurgitarlo ahora de manera automática.

Quizá haya que ser muy niño, o algo ingenuo, para que te gusten las fallas. Inversamente, hay que ser un poco insociable, o muy progresista, para odiar este evento de temporada. Confesaré que, puesto que me compongo de todos esos elementos en proporciones nada matemáticas, mi actitud ante las fallas es un poco ambigua. No sé si me gustan o no, quiero decir. No tengo una teoría definitiva sobre el tema. Sólo sé que cada año, en los umbrales de la primavera, los mismos ninots de sempre, los mismos petardos, el mismo fuego, entierran a otro invierno a beneficio de inventario. Y la gente se divierte.

'Ya nadie o casi nadie se atreve a criticar la fiesta de las Fallas más allá de las quejas ocasionales'

Antes era distinto. No hace ni un cuarto de siglo, la progresía abominaba de esta vieja tradición josefina. Algunos osados llegaron a tener problemas jurídicos por exacerbar la mala baba al respecto. Es bien conocida, en este sentido, la pequeña y bonita odisea de Amadeu Fabregat en la Primera Transición por un artículo en la revista Ajoblanco. Y tiene su gracia que este hombre fuera precisamente, con los años, el encargado de poner en marcha lo que algunos llamarían la filosofía de Canal 9, profundamente fallera. Pero el tiempo todo lo cura. Ahora, incluso Eliseu Climent reedita Pensat i fet con una Barbie tan mona en portada. Esa sí que es una 'fallera mecánica'. Y nadie o casi nadie se atreve a criticar la fiesta más allá de las quejas ocasionales porque Valencia ha dejado de ser dominada por el tráfico y ahora la sodomiza (es un decir, que diría el marqués de Sade) simplemente el ruido. Así pues, todo es más confuso.

Esto del ruido quizá merezca una reflexión aparte. Conozco gente a la que no le disgusta la fiesta, pero que no tragan las consabidas maniobras orquestales de la pirotecnia, por no hablar del propio volumen sonoro generado por las masas. Y sin embargo, arguyo yo, no se puede hacer tortilla sin romper huevos. No creo que a nadie se le ocurriera prohibir el carnaval de Río por lo atronador que pueda llegar a resultar tanta gente junta pululando entre las mulatas. Así que el ruido debe ser el subterfugio de aquellos que, sencillamente, no aguantan ese modelo de fiesta. Otra cosa es que comparar las fallas con el carnaval sea de recibo.

Hace años, el ruso Mijail Bajtin dedicó un estudio a François Rabelais que es ya todo un clásico. La obra se llamaba La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento y es la base formidable para una deliciosa historia de la risa. Rabelais, poeta de la carne y del vientre (como lo llamó Víctor Hugo) sintetiza (afirma Bajtin) varios milenios de risa popular, precisamente en una época (el siglo XVI) en que ésta comenzaba a ser considerada como algo menor, poco elegante y digno de tener socialmente en cuenta, populachero y corrompido. Los ilustrados acabaron de coronar esta opinión, que naturalmente hoy nadie comparte.

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No sé qué lugar ocuparían las fallas en esa historia de la risa, ni qué opinaría Bajtin al respecto. Y sin embargo hay que ver cada año cómo los municipios falleros son tomados pacíficamente por una muchedumbre que se dispone al ritual de siempre, mientras algunos llevan preparando la fiesta todo el año. Y los niños, ante los ninots, van a acercarse como a un cómic brotado del asfalto insospechadamente. Viendo sus caras, quizá valga la pena todo eso. A pesar del ruido, la ortografía y los empujones. Pero eso es algo que este escribidor no va a decidir por usted, amigo.

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