La mujer y el trabajo
El pasado jueves se celebró en todo el mundo el día de la mujer trabajadora. Para contribuir con mi granito de arena a tal evento, he creído oportuno dedicar hoy la columna a comentar brevemente algunos de los rasgos básicos del papel de la mujer en el mercado laboral español y su comparación con otros países de nuestro entorno.
La incorporación de la mujer al mundo del trabajo remunerado en los países occidentales es algo que viene de antiguo, pero no se produce en plan masivo hasta después de la segunda guerra mundial. Las causas son muy diversas, pero podríamos agruparlas en dos categorías, las de tipo cultural (avance del principio de igualdad de sexos, que conduce a la emancipación de la mujer respecto al hombre) y las de tipo económico: el fuerte crecimiento de las economías en los últimos cincuenta años ha requerido de más mano de obra que la proporcionada tradicionalmente por el género masculino. Aunque esta última explicación también puede presentarse a la inversa: ha sido la incorporación de la mujer al trabajo lo que ha permitido elevar el potencial de crecimiento (un ejemplo más de cómo en economía un fenómeno puede interpretarse como causa o como consecuencia de otro).
En España el proceso empezó más tarde y de forma más lenta en un principio. En este, como en otros temas, también acumulamos un considerable retraso respecto al resto de países europeos y, más aún, respecto a EE.UU. Baste un indicador muy representativo, la tasa de actividad femenina (porcentaje de mujeres activas respecto a la población de entre 16 y 64 años), que proporciona el último Employment Outlook de la OCDE. En 1999, dicha tasa se situó en España en el 49,9%, casi 10 puntos porcentuales (pp) por debajo de la media de la UE y 21 pp por debajo de EE.UU. En cambio, en el caso de los hombres, las diferencias con esta dos zonas se reducían a 0,1 y 11 pp, respectivamente. Podemos decir que el retraso acumulado se está acortando, pues en 1990, las diferencias en las tasas femeninas eran 3 pp más elevadas respecto a la UE y 5 pp respecto a EE.UU. El problema es que a este ritmo podemos tardar unos tres decenios en converger con la UE, más o menos lo mismo que podemos tardar en igualar el nivel de renta per cápita al ritmo que se viene reduciendo en la última década. De ello puede deducirse que en gran medida nuestro menor nivel económico deriva de la menor tasa de actividad y ésta, a su vez, de la menor participación de la mujer.
El problema de la escasa participación de las mujeres en el trabajo no es porque ellas no quieran, sino porque el sistema productivo no es capaz de absorberlas y sigue existiendo una clara discriminación en su contra. De ahí que la tasa de paro femenina (23,2% en 1999) no sólo duplica a la de la UE, sino que también duplica a la de los hombres en España. Son bienvenidas las medidas adoptadas por el Gobierno para favorecer la contratación femenina, aunque de poco servirán si no se mantiene un ritmo elevado de creación de empleo. Son necesarias reformas laborales de más calado que las últimas, dedicar más recursos a la formación y disminuir la carga fiscal de las empresas.
Ángel Laborda es director de coyuntura de la Fundación de las Cajas de Ahorros Confederadas para la Investigación Económica y Social (FUNCAS).
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