El peregrino
Nicholas Shrady, periodista norteamericano que vive en Barcelona: acaba de publicar un libro sobre peregrinaciones a lugares sagrados
Algunos datos sobre Nicholas Shrady: es norteamericano, periodista, lleva 15 años viviendo en Barcelona, tiene dos hijos y acaba de publicar el libro Caminos sagrados (Muchnik Editores), que incluye seis reportajes muy recomendables sobre peregrinaciones a tierras tan sagradas como Medjugorje, Santiago de Compostela, Konya, Tierra Santa, Nepal y la India. 'No pude incluir la madre de todas las peregrinaciones, la de La Meca, por razones de seguridad personal', me cuenta. Algunas sospechas sobre Shrady: creo que es del Barça, lo cual confirmaría su vena espiritual.
Shrady llegó a Barcelona a mediados de la década de 1980. Pensaba estar poco tiempo, el suficiente para escribir un artículo sobre vinos riojanos y descubrir que le encantaba la ciudad. Decidió quedarse después de que sus clientes -revistas y periódicos de EE UU- le juraron que seguirían contando con él. 'La idea era estar dos años, pero cada vez me sentía mejor, así que me quedé', confiesa. 'Entonces Barcelona era una ciudad algo melancólica, con zonas decadentes pero muy chulas, sin obras faraónicas y con una energía increíble. Luego cambió y se transformó, como tenía que ser. La verdad es que en casi todo ha cambiado a mejor, aunque haya perdido algo de carácter'. Desde esta ciudad escribía artículos relacionados, de un modo u otro, con la información cultural.
Algunos datos sobre la vida de Shrady: su madre es austriaca y su padre era un escultor que, de joven, viajó a París, Yugoslavia e Irlanda. Ambos crearon una familia en la que el arte y la religión propiciaron un clima muy sugerente para el niño Nicholas, que, fuera de casa, era el típico crío de guante de béisbol y merienda untada en crema de cacahuetes. La religión, pues, forma parte de sus raíces, y el peso de una atmósfera familiar en la que lo espiritual no era sinónimo de represión y pecado le llevó a respetar valores como la misericordia y a analizar sus seísmos místicos con un gran sentido crítico. Su libro así lo demuestra. 'Los peregrinos tienen en común ese instinto arcaico del corazón humano de salir andando a la búsqueda de algo sagrado. El peregrino se convierte en un héroe. Tiene que luchar contra los obstáculos, penetrar en un paisaje hostil para alcanzar algo. Y, al volver, nunca es el mismo', me dice. ¿Hasta qué punto le afectó peregrinar a Santiago?, le pregunto. 'Los caminos me han ayudado a reafirmar mi fe, no tanto en Dios como en el ser humano. La revelación fue encontrar un Dios totalmente liberado de dogmas, desentronizado, más cercano a la tierra. El sentimiento de Dios lo encontré en el mismo camino, no en la tumba del apóstol, sino en la gente, en sus sentimientos. Me hizo comprender que nunca más podría vivir sin una dimensión espiritual. Las privaciones y el tener que ir pegado a una ruta me hicieron más rico, más sensual y más libre que nunca, más cerca de la primera condición del hombre', responde.
Gracias a Dios, Shrady no habla como un iluminado. De vez en cuando incluye, tanto por escrito como oralmente, algún matiz cargado de una explosiva ironía y muchas dosis de sentido común y capacidad de observación. Ver el mundo así, sin embargo, recorriéndolo a pie y formando parte de una individualista infantería religiosa, tiene sus riesgos. Pese a todo, Shrady cree necesarias algunas condiciones para que la peregrinación sea tal: 'Primera: ir a pie. Segunda: ir solo. Estar solo te libera de ataduras y te obliga a andar con los ojos bien abiertos, receptivo a todo y también atento. Las rutas del peregrino nunca han sido seguras. Si vas de manso, te devoran. El mundo está lleno de charlatanes y de chorizos. Algunos llevan hábito. Otros, no'. Derviches, mahometanos, cristianos, seguidores de Buda o guardianes del Santo Sepulcro, el denominador común de todas las creencias, desde el Ganges a Turquía, parece ser la necesidad de buscar, a través del manual de instrucciones de unas sagradas escrituras, ya no un camino de perfección, sino simplemente un camino. En el caso de Shrady, se trata de un camino exento de sarcasmo, en el que el deseo de ser ecuánime se impone a la tentación del resplandor del estilo. Contar lo que uno ve y cotejarlo con lo que uno sabe, ese parece ser su método, y, de vez en cuando, mojarse con afirmaciones tan inequívocas como cuando, tras visitar la iglesia de Belén y presenciar la escandalosa explotación del navideño lugar, Shrady escribe: 'Si Cristo viviera entre nosotros -pensé-, estaría en un campo de refugiados'. Cuando le recuerdo esa escena, añade: 'Encontraríamos antes a Cristo encerrado con los inmigrantes en la iglesia del Pi que en la basílica de San Pedro'.
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